CAPÍTULO 20

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Me pasé la mano por la cara y subí los peldaños que daban a la entrada del edificio de dormitorios. Los estudiantes ya comenzaban a llenar los pasillos con sus vestimentas negras, reflejando el luto hacia nuestros colegas caídos; simplemente los ignoré de camino a mi cuarto a pesar de que sentía todas las miradas sobre mí.

No dormí en toda la noche. Al final nunca regresé a mi habitación como había planeado. Cuando me digné a salir de la enfermería dejando a Coyle atrás, ya estaba oscuro y ningún estudiante andaba por los lares de la academia. Me desvié hacia el gimnasio y miré por horas el saco de boxeo, sentada cómodamente en una de las bancas; y pasando por alto un poco las indicaciones de la doctora Bailey, me entretuve un rato con ese saco, golpeándolo con el único brazo que tenía bueno.

El ardoroso dolor de mis articulaciones moderaba la congoja que oprimía mi pecho hasta casi impedirme respirar. Lo cierto es que, por más loco que sonara, prefería sufrir de dolor físico que decaer ante el abatimiento que me causaba la culpa. Porque, sabía que resistiría más chillando por romperme una pierna que a dejarme cubrir con el manto del desconsuelo.

Aunque no iba a confirmar que la tristeza se fue del todo, me ayudó mucho desquitarme con mi viejo amigo saco. Siempre me ayudaba. Estuve toda la noche sacando mi furia y sentada en la oscuridad cuando no. Pensé bastante en lo sucedido, en lo que tendría que enfrentarme después. Ya me importaba un bledo lo que me pasara de ahora en adelante.

¿Te rindes, en serio?, inquirió con incredulidad mi subconsciente, muy enojada por verme inclinada, ¿Qué pasó con eso de seguir guerreando?, arqueaba una ceja y tenía los brazos en jarras mirándome desde su altura. Me di la vuelta en la cama como si estuviese en persona para ignorarla con tal gesto. Sin embargo, ni siquiera traté de responderle como solía.

Mi vista cayó en un punto de la pared en que había escrito la fecha calculada en que me convertiría en una Cazadora. En ese momento contaba con quince años; había visto la graduación de los antiguos novicios y me pareció súper cool la vestimenta que llevaban y la forma en que veneraban todo su esfuerzo por llegar hasta allí. No obstante, lo que más me interesó fue el chico alto de la tercera fila que asistía a la tarima para que el zángano de Greinke le entregara su primera arma. Jamás lo olvidé, su meta desde un principio fue la de ser Cazador, y se entrenó como nunca para llegar a serlo.

Fue lo que me inspiró a querer volverme una cazavampiros, a pesar de no saber si murió en alguna cacería por no saber llevar la situación. Jamás lo pensé, ya que el modo en que él entrenaba tan duramente me hacía creer que sería estupendo en su labor.

Si me conociera, fuese estado muy decepcionado de mis acciones en la fiesta de Riley. Me cuestionaba si sería capaz de graduarme como Cazadora, o como Guardiana ya que estamos.

La puerta se abrió de golpe, irrumpiendo con el sonido en mis deprimidos pensamientos. Me volteé sin levantar un dedo de la cama y me tragué el nudo que me obstruía garganta al ver a Joy y a Layla parados en el umbral, con unas expresiones desanimadas que no superaban a las mías.

Volví a hundir la cabeza en la almohada, viendo de nuevo a la pared con trazados.

—Sabemos que nos estás ignorando, Charlie —habló Joy—. Así no haces nada. Ponernos la ley del hielo no va a impedir que la realidad caiga sobre ti, sobre nosotros.

Me había olvidado por completo de que no había ido a saber de ellos desde que salí de la enfermería. No tuve ni la más mínima consideración al no recurrir a mis amigos para hacerles ver que me encontraba bien, ni para ver que ellos también lo estuviesen. Eso me hacía sentir peor, obligándome a ovillarme más entre las sábanas.

—Charlie —esa otra voz me acarició el oído y la aspereza causada por el llanto me hizo estremecer—. Por favor, amiga, no nos rechaces. Queremos que sepas que nos tienes a nosotros para apoyarte.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora