CAPÍTULO 24

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A la mañana siguiente en el desayuno, el humor no había cambiado mucho entre los estudiantes. Seguían decaídos con la noticia a pesar de que las clases los ponían activos. Y una suerte que tenían ellos para poder distraerse con algo, yo al contrario no podía ni tocar el saco de boxeo, ni acercarme al gimnasio ya que estamos.

Cogí mi bandeja de comida de mala gana y sondeé entre las mesas del comedor interior hasta que llegué junto a mis amigos. Como si de alguna forma el universo estuviera de parte de nuestra pena, el cielo se había nublado mucho peor que el día anterior y caía un chaparrón que empapaba a uno hasta los huesos.

El entrenamiento exterior se suspendió por lógica y pude tener una hora extra con mis amigos. A pesar de que los ánimos estaban prácticamente por los suelos, conseguimos de algún modo aligerar un poco el ambiente de nuestra mesa con absurdos temas que nos sacaban unas cuantas risitas.

El que no hablaba mucho era Romeo, que si fuera por él no diría ni una palabra, pues nada más contestaba cuando se le dirigían. Así continuó incluso cuando nos instalamos en la sala común. Yo lo miraba de reojo mientras panquecas ácidas me comentaba algo sobre la clase de cálculo que estaba pedorra. Apenas le escuchaba, ya que la expresión ausente del chico frente a mí me abstrajo de todo lo demás.

Vale, que todos estaban abatidos por la pérdida, pero en Romeo notaba algo muy distinto. Conociéndole, él hubiese sido el primero en tratar de aligerar el ambiente. Sin embargo, se limitaba a no separar la vista de su plato, como si estuviese viendo una hazaña imaginaria y muy exorbitante del puré de papas; aunque lo único que llamaba la atención era la pequeña hoja de cilantro que había caído en él. Menuda presentación, ¿no?

Aproveché que la novia de Joy se entretuvo más en una conversación con Layla y fui a sentarme al lado de Romeo. No sabía muy bien lo que me proponía hacer para que cambiase un poco la cara, porque de verdad me estaba preocupando, hasta el punto en que dudaba si seguía o no con nosotros.

—Oye, Montesco, ¿te apetece ir por una coca-cola?

Puaj. Y yo que no la quería regar.

El chico alzó la mirada por primera vez en mucho rato y sus ojos cafés apresaron los míos. Ojalá y no le fuese visto fijamente. Tanta era la tristeza en aquellos ojos que amenazaba por contagiármela.

—Claro —aceptó con una sonrisa forzada.

Nos levantamos del sofá incómodo y nos disculpamos ante los otros para ir hacia la máquina expendedora. Recorrimos el corto trayecto hasta la parte de las máquinas, las cuales se ubicaban junto a los ventanales, y metimos unas monedas en la de las coca-colas. Romeo también extrajo unas papas de bolsa.

Me costaba horrores mirarle, pero tendría que hacerlo si quería consolarle como pudiera. Dar palabras de aliento no era lo mío, cabía destacar, y sin embargo renegaba cualquiera de mis defectos cuando se trataba de un amigo, haciendo mi mayor esfuerzo.

—Tantos entrenamientos a los que hemos sido sometidos, en vano —comenzó él en voz baja, sorprendiéndome. Captó mi sobresalto y de repente se encogió—. Lo siento, seguro no te apetece hablar del tema.

Todo lo contrario, camarada; si hasta no conseguía las palabras adecuadas para empezar. ¡Mil gracias por abrirte así, amigoo!

Le regalé una sonrisa consoladora para darle a entender que no tenía por qué disculparse.

—Tranquilo, sé que también es difícil para ti… para todos lo es. Tienes razón, no estábamos listos, pero aún así tuvimos el valor de defendernos como nos han enseñado.

Bajó la vista a la bolsa de papas que sostenía en sus manos y sus cejas se juntaron formando una arruga en su frente.

—Sí… claro… el valor —se quedó en silencio unos segundos largos, unos segundos en los que le dejé para que hablara cuando estuviera preparado—. Wendy fue muy valiente, toda un ejemplo que se debe seguir —sonrió tristemente—. Mientras que yo… yo no tuve el tiempo de salvarla.

Lazo de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora