Capítulo doce

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Sentí escalofríos cuando el viento de la noche comenzó a soplar en mi habitación. Estaba todo oscuro, y yo me levanté de la cama deshecha cuando me percaté de que había dejado la ventana abierta; entonces me dispuse a cerrarla con suavidad soltando un suspiro de cansancio y perdiendo la mirada, teniendo la brisa fría erizándome un poco los vellos. Recordé la noche en que azoté la ventana por primera vez  gracias a  la sensación de estar vigilada.

Hubo ruidos al fondo de mi cuarto que hicieron girarme y ponerme alerta. Tragué grueso teniendo nada más a la luz de la luna a mi lado. El pecho me descendió y elevó con rapidez, latiendo mi corazón con temor.

Estuve estática, con la espalda erguida y mis oídos atentos. Sentí de nuevo un ruido y miré por el rabillo del ojo, sin el más mínimo valor de voltear a ver.

Vi que en el suelo comenzó a alzarse una sombra detrás de mí tan sigilosa como un depredador al acecho.

El terror me obstruyó la cordura por un milisegundo haciéndose presente en el pulso acelerado de mis venas. El trago se me hacía grueso en la garganta y las lágrimas agolpaban en mis ojos.

Unas manos grandes y toscas me taparon violentamente la boca, haciéndome sentir millones de agujas perforarme la cara. Lloré y pataleé cuando fui presa de él.

Y de un grito que me despertó incluso a mí.

Respiraba como si el aire me lo hubiesen arrancado de un solo jalón. El oxígeno me llegaba costoso y el llanto que corrió por mi cara enfrió tan sólo un poco mis mejillas calientes. Estaba sobresaltada y mi cuerpo daba suaves temblores.

Me abracé con la sábana y apoyé mi frente entre mis rodillas intentando recobrar el aliento. «Vamos, fue sólo una pesadilla» intenté tranquilizarme a mí misma, desviando la mirada hacia la calle vacía de dejaba entrever las cortinas de mi ventana.

Vaya, cómo me está afectando ésta situación con el acosador. Ya ni puedo dormir tranquila, bien sea por un mensaje de texto que me mantenga toda la noche con los ojos abiertos o bien sea porque mi cerebro traumado me hace malas pasadas mientras hago el intento de dormir.

Tenía mucho miedo y no lo negaría.

Tomé aire aunque se me trabó, y lo exhalé con horrible dificultad.

Di un respingo y un inaudible gemido de susto cuando sentí golpecitos en mi vidriera. Abrí los ojos con desmesura, y susurré un «no te asomes» con cautela y paranoia. De nuevo la respiración se me aceleró y el terror me invadió. Los sutiles golpecitos en la ventana persistían, casi como pequeñas roquitas impactando contra ellas.

—¡Anda, Juno!—gritó una voz familiar a o lo lejos—. ¡Abre la ventana, amor, te lo ruego!

Ryan.

Un revoltijo de emociones negativas me carcomió el estómago. Jamás me impresioné de sentir tantas cosas a la vez. No sabía si era asombro lo que predominaba, si era ira o rabia, si era indignación o si era asco. Dejé de intentar ponerle nombre a lo sentía apretando los labios, simplemente no podía todavía creer que había oído la voz de ese bastardo.

—¡Juno, soy yo, Ryan! ¡Por favor abre!

Abrí la ventana bruscamente, tal y como pidió.

Se me formó un nudo en la garganta cuando bajé la vista y lo vi ahí parado justo en medio del jardín. Esto no puede estar pasando repetí en mi cabeza todavía incrédula de verlo allí.

Estaba tan guapo como cuando lo conocí. Con su tez morena y a la vez algo bronceada por el sol del campo de entrenamientos. Con su ropa simple pero siempre de marca, y vestido de punta en blanco.

Quien quiere su mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora