Capítulo 19 y final

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El último mensaje que recibió de Salvador fue a través del WhatsApp y escueto. «Me voy a Valencia. Se ha escapado allá.» y fue hace ya tres meses.

Michelle ya había dado por terminada su relación si es que se podía haber llamado «relación» a un par de cenas y algún polvo. Y sin embargo, se había ilusionado. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Michelle le había contado todo a sus amigas y las tres decidieron no seguir. Felicia lo entendió y les dejó la puerta abierta si querían volver. La primera en marcharse fue Deb, que encontró un trabajo de media jornada en una tienda de su barrio. Vero se fue a Holanda donde su novio pidió el traslado y ella estuvo un mes más enseñando a las nuevas chicas, hasta que comenzó a trabajar en una librería. ¡Menudo cambio! A veces se reía ella sola mientras atendía a los clientes que le pedían asesoramiento sobre los libros. Siempre había sido una lectora compulsiva y allí estaba muy cómoda.

Echaba de menos a sus compañeras, aunque quedaban a tomar café de vez en cuando, con Deb y lo que más había cambiado sin planificarlo, era su relación con Alec. Y todo empezó de la forma más tonta.

—¿En serio que dejáis de trabajar en el centro? ¡No podéis hacerme esto! ¡Sois mis mejores clientas! —Alec se había sentado en su mesa ignorando al resto de los clientes.

—Después de lo pasado a Agneta, no tenemos ninguna gana de estar en ese mundo ya. Y es hora de dar un cambio a nuestras vidas. Yo, de momento, me voy a Holanda, que Jon ha encontrado trabajo allí.

—Y yo me voy a mi casa, que lo mismo empiezo a trabajar en una tienda de mi barrio que buscaban ayuda. Es una tienda de ropa de niños. ¡Menudo cambio!

—Pero, Michelle, ¿tu seguirás? —Alec casi suplicaba.

—Seguiré un mes más o así mientras les enseño a las nuevas chicas. Felicia pensó cerrar, pero finalmente ha encontrado nuevas personas. Así busco algo para mí.

—¿Y en qué te apetece trabajar? Ya sabes que, si quieres aquí, hablo con mi jefe y te contrata.

—No, Alec, yo no sirvo para ser camarera. Se me caerían las cosas al suelo y además ya no quiero trabajar de noche. Me apetece algo con un horario normal, y si puede ser relacionado con libros o un trabajo administrativo, me vale. Quiero normalidad—. Michelle tomó la mano de Alec.

—Lo entiendo. Si escucho de alguien que busque una persona como tú, te lo digo. Me gustaría que trabajases cerca y pasases a tomar café aquí.

—Igual vendremos, bueno yo desde Holanda no, pero cuando venga a España, pasaré a verte.

Las tres se dieron la mano en el centro de la mesa y Alec puso la mano encima, sobre la de Michelle, acariciándola suavemente.

—¿Vendrás mientras estés en el centro?

—Claro, comeré aquí todos los días. Las chicas vienen por la mañana y Felicia nos paga el menú.

—Oye, Michelle, ¿sabes algo del policía? —Deb le preguntó.

—No —negó rotundamente—. Se ha ido y no creo que vuelva. No sé nada.

Alec sonrió mientras se levantaba a atender las demás mesas. Ahora era su momento. Durante días la contempló e insistió hasta que finalmente, Michelle, ahora Nieves de nuevo, aceptó una salida a solas.

—Se me hace raro llamarte Nieves —Alec sonrió con las manos en los bolsillos del abrigo. Todavía no se atrevía a cogerle de la mano.

—¿Sabes? A mí también. Casi cuatro años llamándome Michelle, trabajando de noche, en un trabajo, bueno... ya sabes, no era muy normal. Y con todo lo que pasó...

Llamadas calientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora