IAN WILSON
Mi hermana era una ingenua y estúpida niña. Estaba demasiado malcriada, y fue una consentida desde el día que nació. Siempre recibía obsequios de mi padre cuando regresaba de sus viajes de negocios, mi madre siempre le decía «Tienes razón, pequeña», mi abuela Sabrina y tío Dexter estaban encantados con ella, mi tía Alex y su esposo Christian siempre la veían como a la hija perfecta. La admiración ciega que sentían mis primas hacia ella, o los reconocimientos y buenas calificaciones de su escuela, la mantenían en un círculo vicioso de prepotencia que le pudría el alma.
Era una patética lamebotas.
A pesar de que era una presumida sin remedio, no creí que su vanidad por querer demostrar siempre que «como yo, ninguna» llegara tan lejos una mañana en donde no me esperaba que mi amigo Sebastian viniera a mí hecho una furia, arrojando un ramo de rosas muy costosas a mi cesto de basura, y gritara en mis narices que Laurie era una perra que andaba metiéndose en la cama de un viejo rico.
Enfurecí. No le creí.
Sin embargo, me enseñó una foto en donde las piernas de mi hermana estaban alrededor de las caderas de ese treintón con traje. ¡Le estaba metiendo la lengua hasta la garganta! Sebastian tenía razón: menuda zorra.
Bebí antes de conducir a su universidad. Si lo que quería era abrir las piernas, porque no se iba a un club en donde pudiera desmadrarse. Bebí más, y fumé casi una cajetilla de cigarrillos durante el camino de dos horas a su campus de niños buenos.
«¡Qué desperdicio de dinero!», pensé.
Mientras mi padre se desvivía por darle siempre lo mejor, ella desperdiciaba su tiempo con esa basura que sólo la estaba denigrando.
Me dio mucha rabia.
Le dije sus verdades en cuanto puse un pie en su habitación. Quise llevármela de allí por su propio bien, pero no entendió mis razones.
«Aparte de puta, pendeja. ¿Cómo pudo fijarse en un imbécil sin escrúpulos como James Brown? ¿Cómo pudo enamorarse de él?»
A partir de él, sólo pensaba con su usada vagina. Ya no hacía uso del razonamiento lógico que siempre alardeaba tener año tras año.
¡Qué vergüenza me dio! Se creyó demasiado, para al final, no ser nadie.
Sabía que permitirle un poco de libertad sería el fin de nuestro núcleo familiar. Debí exigirle que no saliera esa noche con sus irresponsables amigas de fiesta. Debí llevarla, acompañarla, y alejarla de cualquier hombre que quisiera aprovecharse de su grácil figura.
¡Sólo tenía dieciocho años, por Dios! ¿Por qué se fijó en un hombre cinco años mayor que ella?
La violó. Ese hombre la violó. No sabía por qué nadie más lo pensó, cuando el muy pervertido se presentó como un bufón delante de mi madre, le dio la mano, y le sonrió como si hace segundos no le hubiera metido la lengua en la garganta a mi pequeña hermana.
«Estúpida, estúpida, estúpida», pensé.
Siete años no es «un poco» mayor de edad, Laurie. ¡Es mucho!, ¡demasiado!
¿No pudo fijarse en uno de los muchos chicos que le presenté cuando me paseaba por aquí? ¿Le faltó alguna vez un padre durante sus dieciocho años de vida?
Odiaba a James. No lo soportaba. Arruinó el futuro de Laurie. Destrozó mi hogar. ¡Me rompió la cara como a un animal de calle!
Era un hijo de perra. Literal, a lo mejor su madre era una perrita de esquinas. No me extrañaría que su hermana fuera igual, con razón el padre de su sobrino no se quiso hacer cargo de ambos. Quizá vio en ella, lo que vi yo en James.
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¿Sexo o Amor?
Подростковая литератураLaurie ha vivido con James Brown diez años de intenso matrimonio. Pero la llegada del joven y fresco fotógrafo Tremblay a las empresas «Adriel» de su marido, pondrá en juego el amor que siente hacia James. Laurie se cuestionará sus decisiones y el c...