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La tinta azul marino sigue derramándose en el cielo cuando Luzu se levanta esa mañana, y maldice al clima porque todavía no sale el sol cuando está sentado en el salón de clases y el frío se cuela por debajo de la piel de sus manos incluso cuando usa guantes.

Luzu detesta el invierno.

Sobre todo porque hace feliz a Rubius, quien entra en la sala con una sonrisa enorme en el rostro, aún cuando sus mejillas están coloradas por el frío y sus labios comienzan a congelarse azules, pero no parecerse quejarse en lo absoluto cuando se sienta en su puesto al lado de Luzu y bromea con que el invierno probablemente congela un poco más el corazón de Luzu.

Pero eso no es cierto.

A pesar de que las bajas temperaturas hacen que las extremidades de Luzu lleguen incluso a retorcerse bajo el látigo de las capas de hielo sobre su piel sensible (vale, está bien, él probablemente exagera), Luzu agradece en silencio que las personas ocupen abrigos gigantes y playeras de manga larga que cubran sus muñecas, especialmente Rubius.

Odia ver las tres estrellas negras en el centro de la muñeca de su amigo, aferrándose como parásitos a su piel nívea, recordándole a todos que la sonrisa de Rubius no es inmortal.

A Luzu no le agrada en sí el maldito sistema de las estrellas; no le gusta que su vista choque con una pequeña manchita de color negro en la piel de alguien para después perderse en pensamientos innecesarios, imaginando como fue exactamente que a esa persona le han roto el corazón si luce tan amable.

Pero cuando Luzu ve una estrella hecha cicatriz, aferrándose con más fuerza a la piel que el color negro, él recuerda entonces que no está en manos de nadie amar de vuelta o no hacerlo.

O, en su defecto, morir.

Quizás él es demasiado sensible (un sentimental hipócrita, como lo llama Vegetta), pero Luzu no soporta el color negro de las estrellas que profundizan en la piel recordando un amor no correspondido o perdido, y su corazón se triza un poco, sólo un poco, ante las cicatrices que dejan los amantes muertos en las muñecas de los vivos.

Simplemente no lo soporta, y es quizás por eso que desde los 10 años ha sido exclusivamente cuidadoso para no manchar la piel en sus muñecas, no tanto por el dolor que Rubius dice que se impregna en la piel junto con el color negro, pero si porque Luzu no está seguro de soportar el no ser amado de vuelta o manchar a alguien porque no siente lo mismo.

Le asusta la idea de que le hagan daño, o de infringirlo él mismo sin querer realmente.

Vegetta entra al salón inesperadamente temprano y murmura detrás de su enorme bufanda gris algo acerca de un alumno nuevo.

— Oh, creo que vi a alguien esta mañana. — Rubius siempre está entusiasmado, mucho más por un nuevo compañero de clase, y Luzu termina escuchándolos hablar en silencio sobre el chico que lucía simpático con sus grandes ojos curiosos y el cabello oscuro ligeramente ondulado.

— ¿Quién diablos se cambia de escuela en el último año? — Suelta de repente Luzu, interrumpiendo sin inmutarse la conversación de sus amigos cuando una piedra choca contra su cabeza y recuerda que no están en primaria.

La campana suena antes de que puedan seguir hablando y el inicio de semestre les da una bofetada en el rostro cuando el profesor entra apresurado al salón, seguido de un sonriente chico que se presenta como Alex Quackity, y Luzu decide que lo odia cuando, ubicándose en su puesto dos filas adelante, se quita la chaqueta y puede ver que hay una cantidad exorbitante de estrellas negras extendiéndose sobre la piel de su pálida muñeca.

Parecen tantas que no puede verlas todas porque la tela arremangada en los brazos de su sudadera no está demasiado arriba.

Luzu no puede entender por qué él luce tan feliz incluso si la estrella cicatrizada en mitad de su pequeño universo se está aferrando a su piel con tanta que hace que le duela sólo mirar.

de estrellas y cicatrices. luckity.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora