27. Compartir

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Me despierto, pensando que es un sueño. Que lo he soñado todo hasta que mi vista somnolienta se tropieza con la figura desnuda de Bledel, asomado en la ventana. Eso me llena de emoción porque había pensado que no le encontraría, y que habría desaparecido como un sueño cuando despiertas.

―Lo siento si te desperté ―dice girándose hacia mí.

Aun es de madrugada, y desde donde estoy sentada en la cama observo lo bien que se ve sin nada, y al descubierto.

―¿Ya se va o solo está mirando por si han robado su auto? ―pregunto.

Él se vuelve y hay una bonita sonrisa en su boca. Sube a la cama y pone su mano en mi mejilla.

―Ninguna de las dos, solo contemplaba lo que queda de la noche.

―¿Por qué?

―Porque me gusta la noche.

―¿El día no le gusta?

La sonrisa vuelve a instalarse en su boca y aun con la penumbra que todavía hay en la habitación, el contraste es precioso.

―El día lo aclara todo, lo revela todo ―dice.

―¿Y eso es malo?

―No, claro que no ―responde sentándose a mi lado.

Debíamos conformar un cuadro bastante gracioso. Los dos desnudos y sentados en la cama mirando hacia la ventana como empezaba a clarear el nuevo día. No puedo evitar sonreír para mis adentros, no son cosas que hubiera experimentado luego de una noche de sexo.

Tal vez no era la situación, sino la persona. Abraham se ladea para mirarme cuando me recargo en su hombro.

―Ha sido una noche extraordinaria, pero supongo que ya llega la mañana y lo borrará todo ―murmuro, en parte para mí misma.

Además, que no podría pensar otra cosa. Que nos hayamos acostado no significa nada y no es como si fuéramos a hacer lo mismo que Cand y McEntire. No creo que él sea así, aunque en primera no esperaba ni de la forma más remota que termináramos de este modo.

―Puede mantenerse un poco más de tiempo ―dice luego del contemplativo silencio.

Me ladeo hacia él, con la mirada interrogante.

―¿Lo dice en serio?

―Si quieres, a mí me gustaría, pero no puedo asegurar que sea perfecto.

―A... mí también y no importa si no es perfecto ―digo y espero no sonar ansiosa.

Después me fijo en que estoy diciendo cosas que no habría pensado decir ni hacer con nadie. Él coloca su mano en mi mejilla otra vez y se inclina despacio rozando sus labios con los míos hasta que me besa. Él corazón se me hincha como lo he estado notando con su ternura. Es como si tuviera mucho cuidado de cada acción o movimiento, e incluso a la hora de hacer el acto.

Eso es extraño, pero lejos de incomodarme, me gusta. Sus besos son dulces y poco a poco me llevan por esa espiral de placer que significa tener a Bledel tan cerca y desnudo. Me olvido de las cosas que dijo Cand, aunque al final tengo que darle la razón. Solo era cuestión de no mirar atrás y tomar lo que está adelante. Y delante de mí, está él llevándome otra vez sobre las sábanas, y después sintiendo su piel tibia adhiriéndose con la mía y su parte dura volviéndome suya otra vez.

Nada era un sueño, todo era realidad, y no hay forma de imaginar lo que se siente estar con él. Era nuevo. Lo era para mí y esperaba que también para él.

Despierto otra vez y ahora es por la vibración del teléfono. Bledel está dormido y lo contemplo con una risita tonta por cómo se le ve de bonito. Ya es de día. Bajo despacio de la cama para no despertarlo, tomo una camiseta y voy hasta la sala con mi bolso. Saco el teléfono y veo que es una llamada de Cand.

―Estoy en el muelle. Traje desayuno, ¿vienes?

Sonrío por su invitación a las seis de la mañana, aunque se me hace raro que no viniera directo a mi piso. Debe estar pasando una crisis para que decida ir allí, a su lugar de terapia.

―¿Sucede algo? ―Bledel pregunta asomado a la puerta.

―Tengo una cita para desayunar en el muelle ―respondo y él enarca sus cejas.

Yo río por su expresión, luego medito en que Cand cambió su ubicación porque seguro vio el auto aparcado, y lo que quiere es que le cuente que ha sucedido con Bledel. Es allí cuando descubro que he dicho una tontería.

―Es... es Cand, quiere que vaya al muelle, lo otro era una broma.

―¿Te puedo llevar si quieres? ―pregunta dejándome boquiabierta pensando que Bledel no tiene nada de malicia y yo solo digo tonterías.

―Antes voy a ducharme, o mejor no.

―¿Por qué?

―Bueno, como verá, no hay mucho lujo por aquí y supongo que querrá darse una ducha para ir a su casa, y si lo hace se acabará el agua caliente y yo tendré que esperar a que vuelva a calentarse, y tal vez para cuando llegue Cand se ha aburrido de esperarme.

―En ese caso, ¿y si nos duchamos juntos? Es tu agua caliente y soy yo quien te pediría que la compartas conmigo ―dice y suena tan razonable que me pregunto por qué nunca le exigí a Adam que hiciera lo mismo.

―Me gusta esa idea.

―Entonces no perdamos tiempo.

―De acuerdo ―digo riendo como tonta al darme cuenta de que eso es a lo que llaman compartir.

Tan simple y lógico como un punto que se junta con otro en un mismo plano.

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Quiéreme por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora