Le lloré miles de noches al sol. Porque en él veía la luz que emanaba de tus ojos. Y la luna solo me hacía caer más hondo en el pozo del anhelo, esperando la alborada desde un balcón sombrío, en solitario. Imaginando que era tu mano y no el vacío el que acariciaba mi piel.
Desde que comenzó el conflicto con Rohand has estado yendo y viniendo de un lado al otro, en busca de consejo. A pesar de que mi ansiedad me tenía encarcelado en Rhovanion, tus palabras me convencieron a través de la breve carta que me llegó aquel día. Una simple invitación al concilio de Imladris que me quitaría el sueño durante semanas, pensando en volver a verte. ¿Cómo te habrían cambiado los años de reinado? El tiempo pasa más deprisa para los humanos. Para mí todas las noches son iguales desde que acabó nuestra aventura.
Le doy vueltas a la carta entre las manos. Es mañana cuando llegas desde Minas Thirith a la morada de los elfos. Yo llegué hace unos días, incapaz de contener la emoción en mi pecho. Hasta mi padre lo notó. Seguramente lleve notándolo desde hace años, pero somos tan distintos que apenas nos hablamos más de lo necesario.
Vuelvo a repasar tu letra. Me quedo observando tu firma y el sello real. Tus palabras son tan cercanas como distantes. Y tus trazos vacilantes, como si hubieras pensado durante largo tiempo qué es lo que me tenías que escribir. O como si hubieras dudado de invitarme. Quizá no quisieras verme después de la última vez. Fui un tonto al pensar que podría esperar que se cumplieran mis sueños. Y te dejé ignorado, apartado de mí para no pincharme más con tus espinas. Sin una explicación. Pero provocándome a mí mismo una tristeza más profunda que la noche. Quién sabe si me habrás perdonado. O si quieres hablarme de verdad después de este vacío.
Me separo del balcón y dejo que siga cayendo el atardecer a mis espaldas. Guardo la carta en un cajón del escritorio y me acerco a la cama, vacilante. Revuelvo en mi cartera hasta dar con un frasco de cristal cuyo contenido se menea entre mis manos como una nube rosada y brillante. Aún recuerdo las palabras de la elfa bruja resonando en mi cabeza: «tres gotas en la bebida bastarán para que se enamore de ti». Le doy vueltas en la mano. El corazón se me acelera cuando lo imagino a mi vera. Me tumbo en la cama sin dejar de acariciar el cristal, de visualizar un futuro en el que ya no pesa más la pena. Un lugar donde crear recuerdos y empezar a disfrutar por fin del tiempo.
Llega la madrugada. No consigo conciliar el sueño. Tampoco me apetece soñar, porque sé que te vería antes de tiempo, y no estoy preparado. En realidad, dudo mucho que lo vaya a estar nunca. También le pedí a la bruja una pócima para dormir, pero tengo miedo de no despertar, de vagar por el mundo de los sueños, donde todo es posible, o donde todo se transforma en una vil pesadilla. Las voces de los elfos de Imladris, sus nanas, sus canciones de luna, me hacen sentir todavía más miserable. Creo que nunca van a parar.
Pero me despierto con el cielo ya azul y el ruido más calmado de la cascada. Todo se apacigua cuando amanece, y los ruidos interiores ya no son tan molestos. ¿Será que el sol llora solo de noche?
A pesar de la luz enciendo unas velas y me pongo a rezar. He cogido la costumbre desde que todo terminó, y creo que hay alguien que me escucha todo aquello que quiero callar. Bajo a desayunar con el resto, en silencio, casi sin decir palabra, casi sin probar bocado. Meto la mano en el bolsillo por inercia para rozar la poción en la que tengo depositada mi esperanza. Un juego sucio del que no estoy nada orgulloso, pero ya todo me da igual.
Y entonces sucede. Las cortinas se abren y la claridad se cuela en las copas de cristal de la mesa. Elrond se levanta veloz para recibir al invitado, que ha hecho acto de presencia sin avisar. Algunos de los guardias están confusos y otros sonríen con picardía.
Arwen está con él. Me fijo en ella más que en Aragorn. Su pelo largo, ondulado, oscuro, y sus ojos profundamente hermosos. Su blancura. Todo en ella es perfecto. Toda ella es amor y bondad, misterio e inteligencia. Su padre la abraza con anhelo y les pide que tomen asiento. Aragorn tarda en verme, y cuando lo hace viene corriendo hacia mí. Nos fundimos en un abrazo demasiado largo, e inquieta todavía más mi corazón. Sin embargo, no quiero separarme de él.
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Las lágrimas del sol | ARALAS
FanfictionLe lloré miles de noches al sol. Porque en él veía la luz que emanaba de tus ojos. Y la luna solo me hacía caer más hondo en el pozo del anhelo, esperando la alborada desde un balcón sombrío, en solitario. Imaginando que era tu mano y no el vacío el...