Nada cambió.

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Lunes, 7 a.m. Somnolienta y dueña de un hambre atroz, me encuentro vistiéndome para ir a clases lamentablemente como persona decente, lo que no es precisamente mi tarea más a gusto justo en este momento, por lo que opto por uno de mis parachute pants color negro y una camiseta oversize también oscura, con un estampado fucsia no muy llamativo. Me peino el cabello y lo único que me queda por hacer es consumir un delicioso desayuno para poder empezar como se debe mi día.

Con mi mochila y mis audífonos en el cuello, me dedico a salir de mi magnífica y segura habitación para caminar por el pasillo y plantarme al pie de las escaleras, percibiendo el único aroma que es capaz de arruinarme esta tranquila mañana en una décima de segundo. No obstante, no me detengo y bajo cada bendito escalón hasta lograr llegar al piso, sin riesgo de resbalar y caerme como ya lo he vivido en varias ocasiones. Ya de mala gana, dejo en un sillón de la sala mientras voy pasando mi mochila, para dar los pasos finales y entrar a la cocina a enfrentar la causa de mi irritación.

—Buenos días, hija —me saluda mi madre apenas se percata de mi presencia en el espacio. Yo le devuelvo el gesto.

—Buen día, mami.

Le sonrío no muy genuinamente y debato conmigo misma en si sentarme a comer o simplemente tomar algo y llevarlo para más tarde, pero al darme cuenta de que unos muy apetitosos panqueques se encuentran justo frente a mí, con un asiento libre en la pequeña isla, me olvido por un segundo de que hay algo en estas cuatro paredes que interfiere en mis pocas ganas de vivir y me dispongo a devorar esta delicia preparada especialmente para mí.

Aunque como siempre, su presencia no puede existir en un perfecto silencio, si no que tiene que hacer comentarios molestos todo el tiempo, como justo ahora.

—Buen día para tí también, Lili —esbozó una sonrisa que percibí como cínica, con un asentimiento de cabeza que me hizo hervir la sangre.

—Se nota que no te has duchado —le solté, clavándole mi más odiosa mirada en sus ojos—, puedo oler tu agradable perfume desde mi habitación —admití sarcásticamente por ya haberme arruinado el desayuno, ¿Es que no podía quedarse callado por solo cinco segundos?

Mi respuesta pareció confundirlo en lo absoluto, como si no existiera forma aparente del porqué le diría eso justo a él, por lo que frunció su ceño y se me quedó mirando, logrando que me incomode el solo pesar de su mirada sobre mi cuerpo.

—¿No tienes algo mejor que hacer? —inquirí al ver que solo estaba ahí quieto, no me sorprendía el hecho de que estuviera en mi casa a sabiendas de la hora, pero sí que no estuviera moviendo un solo dedo haciendo cualquier cosa estúpida.

—Hija, no seas así —apareció mi madre defendiéndolo a él, mientras me admiraba a mí como si fuera un monstruo al haberlo tratado así.

Jungkook chasqueó la lengua, y sonriendo como orgulloso habló para terminar de quitarme el apetito, por supuesto que aún me hallaba comiendo.

—Te estoy esperando a tí, doncella.

Puedo jurar que casi había escupido un pedazo de panqueque.

—Hoy irás con Jungkook —agregó mi amada progenitora, para no dejar ninguna duda— así que no tardes mucho, lleva esperándote hace rato.

Tragué rápido y me reí nerviosa, ¿Subirme a su auto de nuevo? En sus sueños.

—Puedo ir caminando, no te pedí que me lleves —me dirigí específicamente a él.

—¡Lilieth! —me advirtió mi mamá, no estaba muy feliz puesto que me había dicho así— yo le pedí que te llevara, no quiero que llegues tarde otra vez.

𝑺𝑬𝑹𝑬𝑵𝑫𝑰𝑷𝑰𝑨 | jeon jungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora