[ II ]

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Era frecuente perderse en el inmenso campus. Naturalmente, cualquiera que tuviera un pésimo sentido de la orientación llegaba tarde a sus clases. Por suerte, como he dicho con anterioridad, me caracterizo por mi intelecto, y también tengo una pizca de sentido común (lo cual le debo en gran parte a mi madre), así que, el mismo día de mí llegada, en lugar de hacer amigos como todos los demás, recorrí cada pasillo de la escuela.

Así, para antes de la cena, ya había memorizado los cinco edificios donde estaban mis primeras clases y no tuve, al día siguiente, ningún inconveniente al hallar el salón de Historia.

Sin duda, el día anterior a ese y mis primeras horas de clase fueron normales, salvo por ciertas conversaciones que involucraban cenas en restaurantes exclusivos o ropa de más de tres cifras. Juro que podría haberme acostumbrado a ser uno más de los estudiantes de no haber sido por culpa de Joe Maxwell, el chico que me trajo a la realidad de golpe.

Al igual que yo, Joe iba para la misma carrera: Periodismo, por lo que teníamos la mayoría de las clases juntos. Y, debo admitir, tenía un peliagudo sentido de la percepción. Luego de mis primeras dos horas repasando la batalla de Yorktown, ese chico de lentes redondos y sonrisa coqueta me abordó antes de que pudiera salir de la clase.

—¿Te conozco? —Por supuesto, la percepción le había robado espacio para el ingenio—. Tu cara no me parece familiar.

—Espero que no, la verdad. —Lo aparté de la puerta y salí del salón, pero se necesitaba de muchas artimañas para evadir a Maxwell—. ¿Qué necesitas?

—Dicen que este año le dieron la beca a dos chicos, ¿eres uno de ellos?

—¿A ti qué te parece?

—Por los zapatos que llevas, me parece que sí. —Salimos del edificio, encontrándonos con un inmenso patio, donde se distribuían algunas bancas de piedra blanca. Bajé disimuladamente la mirada a mis desgastados zapatos—. Nunca había estado cerca de alguien becado. ¿Qué te parece el colegio? —Se acomodó los lentes.

—Aburrido. —¿Pensaba acaso que me cohibiría ante la elegancia de los edificios? En mi caso, lo único que pudo despertar una chispa de emoción fue la biblioteca, la cual aún no había revisado—. Me harías un gran favor si me dejaras de hablar, por favor.

Pero Joe no pretendía ser mi amigo, quería divertirse a costa mía, y esa era razón suficiente para que se apegara más a mí.

—¿Es cierto que viven en casas de cartón?

Que no los confundan sus diálogos, Joe podía ser cualquier cosa menos estúpido. No. Joe había tratado con gente de mi posición social varias veces, gracias a ello sabía cómo detonar la vergüenza en los de nuestra clase.

—No. —Estiré lo más que pude las piernas para dar pasos largos y así perderlo de vista.

—Déjame invitarte a comer un día, seguro tus anécdotas entretendrán a mi familia.

Frené de golpe, obligándolo a retroceder unos pasos. La sonrisa no se le borró para nada.

—Pareces tener gran interés por la gente pobre. —Para ese entonces no sabía el nombre de mi futuro verdugo—. ¿Por qué no te llevo a mi barrio, para que puedas resolver cualquier duda? Solo te advierto: mis amigos tienden a ser un poco... violentos con cualquiera que pretenda burlarse de ellos. —Mi advertencia logró atemorizarlo, no lo bastante para que huyera despavorido, pero sí lo necesario.

—Olvidé mi cuaderno en el salón, ¿podrías apartarme un lugar? —Acto seguido, caminó en dirección contraria a la mía.

Estuve tentado a jactarme de mi victoria, no obstante, aquel encuentro fue el primer aviso de lo que me deparaba en Bertholdt. Joe no sería el primero en intentar humillarme, y debía estar preparado para los chicos con los que no pudiera lidiar. Si de algo estaba seguro era que siempre habría una guerra en la cual perdería.

Hasta los Dioses se enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora