CAPÍTULO 6

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—Con cuidado, Otto —le dije una vez que se detuvo en el jardín de la casa antes de impactarnos contra la pared de la cocina.

Él solo volteó a verme enojado, sin espetar una sola vez, haciéndome sentir inútil. Intentaba entenderlo, de verdad, lo hacía. Pero yo ya estaba harta de todo lo que pasaba en mi vida, en la semana y lo pesado que fue soportar el mal trato de los médicos del hospital y revivir muchos episodios de mi vida que según yo, había bloqueado.

Por fortuna, habíamos llegado ya a casa; ayudé a bajar a mi tía mientras su hijo abría la puerta y acomodaba el sillón de modo que entrando, se pudiera sentar. Mientras caminaba con ella y la tomaba del brazo, podía notar lo frágil y delicado que estaba su cuerpo. La forma en la que se mantenía de pie era sorprendente porque cualquier ventarrón la podía tirar al suelo.

Mientras la llevaba hacia dentro, sentía que mi corazón se comenzaba a acelerar, mi cuerpo se volvía pesado, al igual que mi cabeza y una sensación de hiperventilación se apoderaba de mí. No me gustaba verla así, algo me decía que a ella no le quedaba mucho tiempo. Y no quería eso, no lo toleraría de ninguna manera. Intenté calmarme respirando despacio y en varios lapsos de tiempo, pero tratando de que nadie se diera cuenta. No quería que se preocuparan.

—Listo, madre, hemos llegado —dijo tomándola del otro hombro para ayudarla a sentarse.

—Gracias, mis niños —y me tomó de la mano con fuerza, transmitiéndome ese calor que era muy particular de ella, que por escasos momentos, se veía de forma intermitente.

Otto se alejó rápido de ahí, dejándonos solas a nosotras dos. Yo me sentí ansiosa por que volviera, pero pasaban los segundos y no lo hacía. Solo veía que caminaba por la sala tomándose el pelo, acomodándoselo y por las expresiones de su rostro, quería morirse, como yo.

—¿Puedes hacerme un favor?

—Dígame —respondí de inmediato dejando de ver a su hijo volviéndose loco detrás de ella.

—Tráeme un vaso de agua, siento la boca muy seca.

—Claro, enseguida —y me levanté de inmediato, dirigiéndome a la cocina.

Cuando iba a medio trayecto, él me llamó con un ademán. Volteé a ver a la mujer quien no podía ni siquiera quedarse viendo a un punto fijo y me acerqué.

—Tenemos que hablar, sube a la habitación en cuanto puedas.

—De acuerdo —accedí y me desvié a mi dirección original.

Al entregarle el agua, le pregunté si quería algo más y al negarlo, comenté que me iría a mi habitación, trataría de no tardarme. Ella accedió, siempre en todo momento conservaba una sonrisa en su rostro, lo que me hacía sospechar muchas cosas. Sentía que ella ocultaba mucho dolor, tal vez físico o psicológico, detrás de esa sonrisa falsa.

Al subir a la habitación, Otto seguía caminando desesperado a lo largo de la habitación. No sabía lo que pasaba pero me suponía lo peor. Solo estaba lista para escuchar que a ella no le quedaba mucho de vida.

—Ya, dime lo que pasa que me tienes muriéndome de la ansiedad.

—¿Quieres calmarte? No es fácil, Ágata.

—¿Es acerca de Evangeline?

—No pero esto nos involucra a todos.

—¿Y eso es? —insistí sentándome en la orilla de la cama.

—Me despidieron esta mañana del trabajo. Supuestamente se trata de un recorte por la temporada. Me dieron mi última paga pero eso no alcanza a cubrir los gastos de su hospitalización.

Desolado (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora