El humo salía en espirales del té caliente y lo soplé para alejarlo de mi rostro antes de dar un sorbo. La temperatura quemaba mis palmas, pero seguí apretando la taza, esperando ocultar a Dorothy el temblor en mis manos.
Estaba encorvada en el asiento, pues la columna me dolía si rozaba el respaldo, aunque negué estar sintiendo molestia alguna cuando mi abuela lo preguntó mientras tomaba asiento frente a mí. La mesa de la cocina nos separaba, mas podía notar las manchas púrpuras bajo sus ojos, delatando su desvelo. Desvíe la mirada, centrándome en la ventana de la cocina donde asomaban los primeros rayos de sol irrumpiendo la oscuridad de la noche.
—Abue... ¿Por qué no duermes ahora? Podemos hablar más tarde —sugerí.
—No —respondió, tajante— Esto es importante. Ya no puedo aplazarlo...
Esperé a que continuara, pero no lo hizo. Un velo taciturno nublaba su vista posada en el paisaje detrás de los cristales. El silencio se extendió por un minuto antes de que ella lo rompiera con un murmullo.
—No sé por dónde empezar —confesó.
Contuve el impulso de preguntarle por mi guitarra. Sabía que otros temas apremiaban, como los recuerdos perdidos en algún lugar oscuro de mi memoria que no podía evocar a pesar de mi esfuerzo. Era importante restaurar lo sucedido desde que tuve la pesadilla en la laguna hasta que desperté en mi dormitorio, pero en mi mente prevalecía la imagen del instrumento roto, la cual me producía un agudo pinchazo en el costado izquierdo de mi pecho.
Me eché el cabello hacia atrás con una de mis manos mientras intentaba ordenar mis pensamientos. Volví a tomar un sorbo de té para deshacer la sequedad en mi garganta y proceder a hablar.
—¿Cómo llegué aquí? —interrogué— Estaba en la laguna componiendo y... desperté en mi cama.
—Penelope te trajo en la camioneta —respondió Dorothy— Por suerte, ella te encontró a tiempo.
Fruncí el ceño, concentrándome para entender sus palabras. Penelope había aparecido en mi pesadilla, pero no recordaba que se hubiera presentado en la vida real.
—¿Ella me encontró dormida? —inquirí.
En ese momento, Dorothy clavó su mirada en mí.
—Moira... Lo sucedido en la laguna no fue una pesadilla, fue real.
La confusión se esparció como neblina en mi mente, opacando mis pensamientos. Al principio, supuse que Dorothy estaba haciendo una broma sin gracia y me dediqué a observarla fijamente. Ni siquiera parpadeé mientras escudriñaba su rostro, buscando una señal que diera sentido a lo que acababa de oír. Pero la seriedad volvía duras sus facciones y supe que, para ella, no era un chiste.
Fue entonces que el nerviosismo se extendió por mi cuerpo, endureciéndolo. Me tensé de forma que mi espalda quedó recta, causando que el dolor se propagara por mi espina dorsal. Tragué saliva y tomé una respiración profunda.
—No —susurré.
Un sudor frío emanó de mi cuerpo y sentí que me paralizaba. Mi lengua se volvió pesada en mi boca y no fui capaz de articular más palabras.
Recordé algunos detalles que dieron sentido a circunstancias en las que me hallaba en ese momento. Mi espalda. Me la había golpeado al caer sobre ella mientras intentaba escapar de la criatura. Mi guitarra también había sufrido las consecuencias de ese enfrentamiento.
Negué vigorosamente con la cabeza. No podía ser real. Había sido una pesadilla.
—Lo siento, Moira —la afligida voz de Dorothy se coló en mis oídos— Debí haberte dicho esto antes.
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Macabro
Teen FictionCuando su abuela enferma, Moira Lombardy decide acompañarla a un pequeño pueblo apartado para disfrutar unas vacaciones. Sin embargo, la casa donde se hospedan pertenece a raros y hostiles habitantes, como el joven Justin Blackburn y su hermana. Las...