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Para cuando Anael volvió a abrir los ojos ya se encontraba en un lugar completamente diferente. Frente a él estaba una habitación espaciosa, limpia y cálida. La recordaba, era su habitación —en la mansión de Shival, ubicada en la frontera de Caelestis—. Ni siquiera tuvo tiempo de sorprenderse por su primera teletransportación oficial, cuando su maestra habló:

—Descansa por ahora. Yo pediré una audiencia al Emperador para que puedas hablar con él. Cuando el momento llegue, yo misma te llevaré.

—Gracias maestra —agradeció sinceramente Anael, después de todo Shival era la única persona a la que verdaderamente temía enfrentar, pero tal parecía que ni ella pudo ver que él era un sustituto.

Shival le dio una sonrisa y se dio media vuelta, caminando hacia la puerta. Pronto desapareció y dejó de escuchar sus pasos en el pasillo.

Anael se quedó solo en el amplio espacio y estudió la habitación. Luego de dar un par de pasos se dio cuenta de que no le dolía caminar. Al mirar sus pies descubrió que estaban aún vendados pero fuera de eso, parecía más un adorno que una verdadera protección para su piel. Se sentó en la cama y quitó la venda. Un ligero olor a manzanilla inundó sus fosas nasales. Al estudiar la planta de sus pies con detenimiento notó que aparte del olor, no había mas rastro que demostrara que ese lugar fue severamente lastimado, casi sentía que todo había sido un mal sueño y nadie lo había obligado a caminar en la nieve. La piel rosada le hacía creer que dicha zona nunca había sufrido agravio alguno.

Una ventaja del nuevo mundo es la efectividad de la magia como tratamiento médico.

Luego de comprobar su cuerpo, y dándose cuenta de que el único lugar incómodo era la garganta y el pecho, Anael comenzó a pensar en su próximo movimiento. Si nada salía mal en la próxima audiencia con el Emperador, no tardaría en ser libre...¿qué haría con esa nueva libertad?

En su futuro no estaba la posibilidad de convertirse en mago, además ya no tendría que soportar el acoso de esas mujeres, entonces ¿qué haría?

El mundo era tan vasto y él tan pequeño. Nunca había sentido nada parecido en todo el tiempo que llevaba en este nuevo mundo.

Se dejó caer en la suave cama y suspiró con tranquilidad por primera vez.

—¿Por qué te empeñaste tanto en ser reconocido por ellos? —Se preguntó sinceramente Anael. Los recuerdos del original, así como lo que sabía del libro, le dieron la certeza de que ya fuera que ese Anael o Heira se desempeñara como un mago o no, habría pasado una buena vida, siempre que se alejara de esas personas. Pero se obsesionó con la Familia Real y todo se vino abajo en su vida debido a eso.

Su final fue muy trágico y por su culpa, incluso su maestra sufrió la abolición de su centro mágico y condenada a vagar en el Desierto de los Renegados, plagado de horribles Criaturas Nocturnas. Su sentencia de muerte era obvia, aunque en el libro no se mencionó la escena.

Anael volvió a suspirar.

—Realmente no puedo entender tus motivos, pero debo agradecerte por darme este cuerpo. Nos daré una buena vida en el futuro —juró el chico. Una promesa para ambos.

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Habían pasado cinco días desde que Anael estaba en la nueva casa, y pronto se acostumbró a la presencia de Shival. Le sorprendió que no fuera difícil convivir el uno con el otro, tal vez debido a que la anciana era dura en el exterior pero muy gentil en su trato. En su tiempo libre le contaba historias de su última expedición, en un intento por llenar con algo alegre su ausencia. Anael escuchaba con atención y asentía o hacía preguntas cuando era oportuno.

¡Resulta que soy el villano!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora