Capítulo 35

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Carla Morrison - Déjenme llorar.



Enzo De Luca:

Mateo ha sido secuestrado.

Mi hijo de 2 putos años ha sido secuestrado por mi culpa.

Por no prestarle atención a la notificación que me había llegado en el restaurante. Es mi culpa y no me lo voy a perdonar nunca.

Elena sigue llorando en mis brazos, el camino se hace eterno hasta mi mansión. Solo quiero llegar y que todo el mundo se ponga a trabajar en busca de Mateo. Quien quiera que esté detrás de esto va a sufrir graves consecuencias. Pienso matarlo con mis propias manos y que sienta la misma desesperación que estoy sintiendo ahora mismo. Elena ha parado de llorar desde que subimos a la camioneta, y ya no hay nada que la calme.

Cuando Adler estaciona trato de bajar a mi mujer en brazos pero sale corriendo del vehículo y entra en la casa. Le sigo el paso y veo mi oficina abierta. Suspiro.

Veo a Elena encender mi computadora y fruncir el ceño al ver que no puede ingresar sin la contraseña.

— ¿¡Qué haces allí parado!? ¡Ven a poner la puta contraseña!

Ingreso la contraseña y la veo escribir rápido para luego conectar su celular a la computadora.

— ¿Qué haces?

— Cállate.

Genial.

Balbucea cosas inentendibles mientras se seca las lágrimas.

— ¡Si! ¡Lo tengo! ¡Lo encontré Enzo! —  Salta de la silla y sale corriendo de mi oficina. Miro lo que estaba buscando y un punto rojo aparece en movimiento por la pantalla, mis ojos recorren la pantalla y el nombre de Mateo aparece. Sostengo el celular de Elena en mis manos y corro detrás de ella hacia la camioneta.

Es tanto el desespero que ni nos detenemos a pensar que puede ser una trampa.

Me envío la ubicación a mi teléfono y se la reenvío a Adler.

— ¡A las camionetas ya mismo!

Mis hombres corren armados hasta el culo hacia las camionetas y salimos disparados en busca de la pequeña pulga.

Mis demás hombres toman distintas rutas para rodearlos y que no tengan escape.

— Por favor, por favor.— Elena susurra en los asientos de atrás y estiro mi brazo por los asientos para sostener su mano. Su pequeña mano aprieta con fuerza la mía y le devuelvo el apretón en señal de contención.

Nos estamos acercando al pequeño punto rojo en los teléfonos de cada uno, la calle está completamente desierta, entramos por camino de tierra solo los faroles de los vehículos de mis hombres y los de Elena alumbran el camino.

Los guardias van parados atrás de todas las camionetas con sus armas apuntando a lo que sea que venga.

El camino se vuelve pequeño y rocoso.

Una luz roja se ve bien a lo lejos. Doy la señal para que aceleren e intercepten lo que sea eso.

Adler acelera y la tierra se levanta cada vez más. Las camionetas que llegaron antes logran frenar al camión.

Elena prácticamente se tira de la camioneta en movimiento cuando bajan al conductor y lo retienen contra el camión.

Le apunta a la cabeza y le grita.

— ¿Dónde está mi hijo? ¿¡Dónde mierda está!?

— Elena. — Me mira con sus ojos desorbitados. Está fuera de sí.

En las garras de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora