Estaba aterrada.
Debajo de lo mucho que tardaba en contestar una pregunta, de lo desorientada que se sentía, de lo aturdida que estaba a pesar de que ya habían pasado horas, lo que había era un sentimiento simple, por más que pareciera enredado en tantas otras cosas.
Era miedo, simplemente. Del más puro y profundo, que paralizaba al instante y que apenas permitía esbozar un pensamiento que no fuera producto de un pánico desesperado.
Se miraba las manos, cruzadas sobre las piernas, con la impresión de que estaban cambiando. No eran de ella. No eran sus manos. Ella no era la que estaba sentada ahí. Era alguien más. No sabía quién era la desconocida que ocupaba su lugar.
Le había hecho una pregunta. Lo sabía por la forma en que la miraba. Era difícil concentrarse. No porque hubiera demasiado ruido, o demasiada gente en ese espacio. Era todo lo contrario, en realidad. En la habitación estaban solo ella y la policía que la miraba. La médica se había ido, después de estar entrando y saliendo casi constantemente. El único ruido era el resonar de las agujas de algún reloj encima de su cabeza que no llegaba a ver.
El silencio era de a ratos. Era solo en los momentos que pasaban entre que la mujer hacía las preguntas y que ella  podía llegar a  contestar. Como en ese momento.
O al menos, eso creía. No había escuchado la última pregunta. Solo sabía que le hizo una por la forma en que la miraba, parada al pie de la camilla.  La mujer estaba expectante, y un poco impaciente, quizás.
Las agujas la están alterando. Le recordaban que el tiempo seguía pasando, que no se detuvo por más que se sintiera así. Era imposible saber cuánto tiempo había pasado desde que la dejaron en la habitación. Cada tanto volteaba a ver el reloj, y el paso de las agujas no le revelaba nada. Todo se sentía como parte de un sueño difuso, del que apenas recordaba algunos detalles. Lo único que sentía completamente era el inmenso cansancio, y el dolor. El pecho le dolía horriblemente. Cada inspiración le daba un tirón al corte que se lo atravesaba. No se había animado a verlo aún, pero lo sentía. Empezaba en algún lugar debajo de la clavícula y casi llegaba a tocar el esternón. Tenía una venda por encima, recientemente cambiada por la médica que la había atendido directamente cuando la llevaron al hospital apenas "la encontraron". Esas eran las palabras que usaron. Encontrado. Como se encuentra algo por casualidad que se creía perdido.
Uno de los tantos enfermeros le había arrancado de a poco los trozos de cinta negra que tenía soldados al pecho mientras ella solo podía apretar los puños al costado con la vista fija en algún punto por detrás de él. Solo había bajado los ojos un momento, y ahí captó la visión de una venda empapada en algo que tomó un color marrón. Cerró los ojos el segundo en que lo vió. Sentía que iba a vomitar.
Se la habían desinfectado después de eso, y le habían hecho tragarse una píldora. Los analgésicos ya no le hacían efecto desde hacía rato. La sentía, palpitando acompañando cada latido de su corazón.  Esa era la más grave, pero no la única. Tenía ambos brazos cubiertos de cortes y rasguños, la gran mayoría poco profundos, aunque le habían ardido dolorosamente cuando le pasaron el algodón empapado en alcohol sobre cada uno. En la frente, justo sobre la ceja, otro corte le tironeaba cada vez que hablaba.
En eso se habían ocupado todo el tiempo, hasta que la dejaron sola. La habían revisado completa. Los cortes de los brazos, de las piernas, la sangre que le extrajeron del brazo, la luz que le atravesó por las retinas. Hasta le sacaron la ropa húmeda que traía, reemplazandola con un la ropa descartable que apenas la abrigaba y que se sentía que iba a rasgarse con cualquier movimiento. Tenía demasiado frío. La sábana y el calefactor al que estaba pegada no la ayudaba en nada.
Era protocolo, se repetía a sí misma cada vez que terminaba con algo. Escuchó a alguien decir eso detrás de la puerta mientras permanecía sentada en la camilla, esperando a que la anestesia le hiciera efecto. Era todo parte de un protocolo, sí. Protocolo de "personas encontradas", quizás. No lo sabía. No llegó a escuchar tanto de la conversación. ¿Quién lo había dicho, siquiera?
Se sentía expuesta. Puesta a disposición de cualquiera que quisiera mirarla. Todos sabían exactamente qué era lo que estaba pasando. Todos, menos ella. Nadie le revelaba la información. Nadie le explicaba lo que le pasaba. Le dejaban el trabajo a ella. Era ella la única que debía tratar de descubrirlo por su cuenta, tratar de encontrar una explicación que estaba justo fuera de su alcance.
Lo que sí hacían era preguntarle cosas a las que no podía encontrar respuesta. Las preguntas le agotaban la poca energía que todavía conservaba. Eran todas en una sucesión rápida, una velocidad a la que su cabeza no podía seguirle el ritmo. Ya había preguntado acerca de la herida del pecho, cómo se la hizo, si podía ubicar desde dónde venía, dónde comenzó a correr, y algunas más que no conseguía recordar. No pudo contestar ninguna. Parecía que las preguntas deberían estar dirigidas a alguien más, alguien que sí sabía las respuestas, en lugar de a ella.
Habrian sido agobiantes si hubiera podido razonar realmente lo que estaba pasando. El cansancio la mantuvo a kilómetros de todo. Todas las personas uniformadas que entraban y salían del consultorio hacían alguna pregunta cuando llegaban a su lado, a las que contestaba como podía. Hacía todo lo que le indicaban, con una lentitud que hasta para ella le era desesperante
Ellos no contestaban sus preguntas. Casi parecían querer darle el mismo trato. Más tarde, decían. Ya le iban a decir, tenía que quedarse tranquila ahora. Por más que le dijeran que lo llamaran, que le dijeran qué estaba pasando, todas eran preguntas silenciadas.
Solo habían contestado una, de alguna forma rara. Era cuando ya no aguantaba más. No había dejado de llorar, pero en ese momento la angustia era una tenaza en su garganta. Se lo dijo a una enfermera, después de que le hubiera dejado un vaso de agua en la mesita. Le tiró todas las preguntas juntas, en una seguidilla rápida, como si fuera a irse corriendo. Qué pasaba, si ya habían llamado a alguien, por qué nadie le decía nada, qué…
La enfermera la calló con suavidad, como ya era costumbre.
—Está todo bien. Ya van a venir a hablar con vos, en un ratito. ¿Podés esperar un poco más?
Lo que debía esperar era la llegada de la policía enfrente de ella. Ese poco más que debía esperar antes de…¿qué?
—¿Cómo?—preguntó a la mujer desde su lugar a kilómetros de distancia.
—Pregunté si sabés acerca de lo que pasó en estas últimas dos semanas, Alicia.
¿Dos semanas?
No sabía si importaba, realmente. El tiempo había perdido todo sentido para ella.
—No sé—murmuró. Cerró los ojos con fuerza. Sentía los párpados pesados, y le costó un esfuerzo enorme volver a abrirlos. La vista se le cansaba.
—¿No me podés decir nada?
No contestó, principalmente porque no sabía qué decir. Se miró los nudillos de la mano derecha. Los tenía amoratados, y algunos incluso estaban lastimados. Le había hecho abrir y cerrar la mano varias veces, estirando y flexionando los dedos. Aunque dolía, podía hacerlo sin problema. Cuando descartó que hubiera algo roto, le había dado el mismo trato que al resto de sus cortes.
—Alicia, ¿sos consciente de que estuviste las últimas dos semanas considerada como persona desaparecida?
Lo era solo porque se lo habían dicho. No directamente. Había oído a la mujer que "la encontró"  decir eso al teléfono, y de nuevo, a la policía una vez que el patrullero estacionó a su lado. Todo era un borrón en su memoria, un vacío que no podía encontrar nada en sus recuerdos para llenar. Asintió con la cabeza.
—¿Podés decirme algo acerca de dónde estuviste durante ese tiempo?
Notó que tenía una voz cascada, como de fumadora.
—No sé.
—¿No te acordás?
Negó con la cabeza. Méndez, recordó. Le había dicho su nombre apenas entró. Lo recordaba solo porque era el apellido de un autor. Por más que se esforzara, no recordaba ningún título de sus libros.
—¿Podés decirme qué es lo último que te acordás?
Tuvo que cerrar los ojos de nuevo. Si se reclinaba un poco para atrás, estaba segura que caería dormida en dos segundos. Creía haber dormido algo. Minutos, horas.
Tenía algunos recuerdos sueltos, si se ponía a pensarlo, aunque no hallaba nada de utilidad en ellos. Recordaba estar en la playa, en su casa, en su habitación, al igual que, prácticamente, todos los días. Nada fuera de lo normal, ni que creyera que sería útil mencionar.
—Cualquier cosa, por más chica que te parezca. Ahora todo puede parecer confuso, o irrelevante, pero cualquier cosa que me puedas decir puede servir.
Estaba agotada. El pecho le dolía, le dolía tanto que no la dejaba pensar. Necesitaba cinco minutos, necesitaba poder recostarse y dormir. Las preguntas de Méndez la estaban comenzando a desesperar.
—Por eso quería hablar con vos ahora. Mientras más tiempo pase, más detalles pueden olvidarse. Es normal, es común en este tipo de situaciones, y…
—No me dicen nada—contestó en cambio. La garganta le dolía al hablar. Méndez pareció molesta de que no hubiese contestado a su pregunta.
—¿Perdón?
—Que no sé qué está pasando. ¿Dónde estamos?
—¿No sabés cómo llegaste?
Aunque los sucesos de la mañana se le aparecían cada vez más lejos, sabía. En sus recuerdos había un salto. Era como si en un momento hubiera pasado a ser consciente de lo que hacía, y ahí se había descubierto corriendo al límite de su capacidad, sin saber bien por qué. El corazón le latía desbocado, y sentía los restos de un miedo al que no le podía asignar un origen, ni siquiera un motivo. Su respiración era una dolorosa inspiración de un aire helado que le irritaba la garganta, y le tiraba de la herida del pecho, que solo descubrió en ese momento de súbita conciencia.
Poco a poco, fue bajando el ritmo hasta que terminó caminando. La cabeza le daba vueltas y le atravesaba un dolor que la desorientaba. Tenía la ropa empapada por culpa de la llovizna. Estaba descalza, algo que la acompañó dolorosamente a cada paso. Ella, y toda su ropa estaban cubiertas de tierra, como si se hubiera arrastrado. A pesar de que ya no corría, su corazón y su respiración no habían vuelto a la normalidad. Tropezó hasta acabar cayéndose al piso, sobre las piedras, buscando respirar normalmente.  Boqueaba buscando un aire que parecía no poder encontrar. Todo se sentía desconocido. El mundo era un ruido constante y continuo. Los autos pasaban en un borrón. Nadie bajaba la velocidad en esa parte de la ruta. Todos se quejaban de eso.
Solo un auto había frenado varios metros detrás de ella. Se giró cuando lo oyó y retrocedió arrastrándose, sin poder levantarse todavía. La desconocida enseguida la llamó por su nombre, vacilante, como si no creyera que podía ser ella. Cuando la miró, en el estado de confusión a través del que miraba el mundo, al instante se llevó la mano al bolsillo, sacando el celular con tanto apuro que casi se me caía. Marcó tres números y esperó junto a ella, bajo la constante llovizna. Mantuvo una conversación de la que Alicia no pudo retener casi nada. Se preguntó quién era. No podía recordar el nombre. Ni siquiera su cara. Era un borrón, como casi todo lo demás.
—Sé que me metieron en una ambulancia—contestó—, y desde hace un montón que estoy encerrada acá.
—Estamos en el hospital de San Sebastián. Te trajeron después de que una mujer te vió a un costado de la ruta, y llamó a la policía.
Después de estar tanto tiempo sin información, recibiendo nada cada vez que preguntaba, que se la diera sin dar vueltas se sintió demasiado.
—¿Sabés de dónde venías?
—No. ¿Hablaron con alguien?—interrumpió antes de que la próxima pregunta llegara—. ¿Alguien sabe que estoy acá?
—Se llamó a un número que nos dejaron cuando se hizo la denuncia. No nos pudimos contactar—explicó, mientras pasaba unas hojas de la libreta hasta que dió con lo que buscaba—. Tu mamá, ¿Clara Barajal?
Fue una rara mezcla de alivio momentáneo  y ansiedad. No quería que hablaran con su madre. Incluso en la situación, el nerviosismo se instaló pesado en la boca del estómago al pensar en ella. Pero también se sentía…raro que nadie supiera.
—¿Nadie sabe que estoy acá, entonces?
—Por el momento, no. ¿Hay alguien más que podamos llamar? ¿Tu papá? ¿Algún familiar?
Eso sería peor que su madre, pensó. O era lo mismo. Si se enteraba uno, se enteraba el otro.
—A mi tía—contestó al final. No tuvo que pensarlo demasiado—. O tío, es lo mismo.
Le pasó el número de Dani, uno de los pocos que tenía memorizados. Lo anotó rápidamente en la libreta que traía, y la dejó sola, después de decirle que iba a intentar llamar.
Se bajó el agua que había quedado abandonada a su lado. Sabía a plástico.
Las agujas seguían, implacables. El tiempo continuaba. Cruzó los brazos, cuidando de no tocarse los cortes que más le molestaban. Los tenía helados. Casi se sentía como en la banquina de nuevo, congelándose bajó la lluvia. Las bajas temperaturas de la época y el constante viento salado de mar la habían dejado temblando, aferrándose los brazos tal como los tenía ahora tratando de contener algo del calor.
Todo gracias al clima de junio en la costa, pensó. Aunque se dio cuenta de que, en realidad, no sabía si seguían en junio. Méndez dijo que habían sido dos semanas desde que se registró la denuncia. No sabía en qué fecha estaban, y ahora notaba que no se lo dijo, ni se le había ocurrido preguntarlo. El ponerle un número al día no podría servirle de nada, pero esas súbitas realizaciones, de que no podía ubicarse temporalmente en lo más mínimo, ni siquiera afirmar en qué mes estaba, le preocupaba más de lo que quería admitirse a sí misma. Había una porción del tiempo que había perdido, y ni siquiera podía decir cuál había sido, o cuánto había durado realmente.
Méndez no volvía. Los minutos pasaban acompañados del constante ruido del reloj. ¿Estaría hablando todavía? ¿Cuánto tiempo se tardaba en hacer una llamada? Le apareció la duda de si la había llamado, en primer lugar. Quién sabía. Quizás, ni siquiera había marcado, y solo estaba haciendo tiempo para continuar con las preguntas. La idea, más basada en una conspiración que en algo verdadero, empezaba a tomar cuerpo.
Apareció otra. Quizás Dani no había contestado tampoco. Estaba sola, incomunicada en la habitación cada vez más opresiva de un hospital desconocido. Estaba demasiado cansada como para que el pensamiento la asustara en exceso. Se echó hacia atrás hasta que estuvo acostada de nuevo y fijó la vista en el techo. No le duró demasiado. Los párpados le pesaban, y apenas tuvo tiempo de dedicarle un último pensamiento a Méndez antes de quedarse dormida.

—...de nuevo, David?
—No dejé de llamar. No me atienden.
—¿No estará más cómoda en casa? ¿No convendría que la llevemos?
—Creo que va a ser mejor que se quede acá, al menos hasta que nos podamos comunicar.
—¿Y cuando pensás que va a ser eso? ¿La vamos a dejar acá toda la noche?
—No sé, Dani. Esperemos un poco más y después vemos qué hacemos.
La conversación era en voz baja, callada. Debía de llevar desarrollando un buen rato, aunque recién ahora estaba despierta como para poder registrar lo que se estaba diciendo, y empezar a reconocer las voces.
Le costó orientarse. Tardó varios segundos en darse cuenta de dónde estaba. Se incorporó y todo el abdomen le tiró dolorosamente con el movimiento. Sintió que había dormido minutos, y el cansancio todavía prevalecía. Se estaba congelando, además, incluso más que antes. La luz natural ya había desaparecido por completo, y la única iluminación venía de la puerta entreabierta que dejaba pasar la luz blanca del pasillo, el mismo lugar de dónde le venía la conversación.
—¿Dani?—llamó Alicia, con la voz ronca. La conversación se frenó. La súbita luz blanca del techo la obligó a entrecerrar los ojos, y cuando volvió a abrirlos, Dani estuvo a su lado.
—Hola, linda—le dijo. Tenía los ojos vidriosos. Se dió cuenta de que estaba tocando la herida del pecho cuando Dani le tomó la mano y se la apretó—. ¿Estás bien?
David estaba del otro lado de la cama. Verlos a los dos ahí le dió tanto alivio que quiso volver a llorar.
No llegó a decirles nada. El enfermero, uno de los tantos, había vuelto.
—Perdón—dijo—, no pueden estar acá todavía.
Apenas registró lo que dijo. La mano de Dani se alejó de la suya antes de que pudiera reaccionar. Le dijo algo más que se perdió entre los latidos. Los estaban echando, a los dos. Dani asentía mientras se alejaba y señalaba a su espalda. No, no.
Agarró con ambas manos el antebrazo de David sin pensar. Le trató de decir algo, y fue como si tuviera un cable tensionado alrededor de la garganta.  Él le sostuvo la mano y con suavidad empezó a liberar el brazo.
—Estamos acá afuera, nomás—dijo en voz baja—. No nos vamos a ningún lado, ¿sí?
Cuando estuvieron cerca de la puerta, dirigió su atención al enfermero.
—¿Por qué no se pueden quedar? ¿Por qué…?
Como ya era costumbre, la interrumpió con amabilidad.
—Es un rato más. Ya vas a poder ir a tu casa.

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⏰ Última actualización: Jan 12, 2023 ⏰

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