Capítulo IV

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Solo había dormido unas cuatro horas, pero al menos, ninguna pesadilla osó atosigarlo

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Solo había dormido unas cuatro horas, pero al menos, ninguna pesadilla osó atosigarlo. El agua fría corría por su cabeza, despertando sus sentidos y borrando cada atisbo de cansancio que le quedara. De reojo, veía su localizador esperando alguna llamada, a veces, cuando llevaba tanto tiempo en el hospital, se le olvidaba por completo cuando estaba de guardia y cuando no.

La verdad era que, a esa hora debería estar tomando una ducha en su departamento y no, en las duchas compartidas para los residentes; sin embargo, allí estaba, huyendo de la incómoda conversación que debía tener con Lucilia, bueno, huyendo no, quizás postergando, o de eso se intentaba convencer.

Sabía que su escondite no duraría mucho, su novia trabajaba en el mismo lugar y si no la veía en casa, eventualmente la vería allí, si no era porque ella misma se encargaría de encontrarlo. Suspiró vistiéndose de mala gana, tan concentrado en sus problemas que no se percató de que la habitación no estaba sola, un carraspeo lo sacó de su ensimismamiento.

—Buenas noches, Barbieri, no sabía que tenías guardia hoy —el aludido se encogió de hombros, con una pequeña mueca, dándole la espalda al doctor Treviño, mientras se amarraba los pantalones.

—Treviño —murmuró a manera de saludo—, no la tengo, solo cubro a alguien —mintió para evitar entrar en detalles, no era un hombre que compartiera mucho de su vida y mucho menos, con alguien como el doctor Félix Treviño, un chismoso y charlatán empedernido.

—Entiendo, tu mujercita no debe estar muy feliz —dijo con una carcajada, Andreas puso los ojos en blanco—. Supe que volvió de Houston.

—Así es, llegó anoche.

—Si tuviera a alguien como Lucilia, vaya amigo, no estaría aquí cubriendo a nadie —un silbido coqueto salió de sus labios y Andreas sonrió, conteniendo la furia que su comentario le ocasionaba.

—Te agradecería que la próxima vez que te refieras a mi futura esposa, sea como doctora Wilson —exclamó con la misma sonrisa en su rostro; algo debía haber en ella, ya que el doctor Treviño borró toda expresión alegre de su rostro fingiendo una tos bastante dramática.

—Sí, sí, claro, mis disculpas, Barbieri —Andreas le dio unas palmadas en el hombro como si fueran los mejores amigos y luego, se dirigió a la salida deteniéndose en el umbral.

—Ah, se me olvidaba, ayer conocí a una de tus pacientes..., la señorita, ¿Leslie? —balbuceó, percatándose que en ningún momento le preguntó su apellido. Félix lo vio con curiosidad—. ¿Si pudiste atenderla?, tenía mucha urgencia por unos exámenes... —continuó, sin saber muy bien porque había mencionado el tema. Treviño llevó una de sus manos al mentón, jugueteando con el espeso vello de su larga barba café; lo veía con esos pequeños ojos entrecerrados tras unas gafas delgadas.

—Si, por supuesto..., ¿por qué la pregunta?

—Es que... —volvió sobre sus pasos, acercándose a Félix—, vi por encima sus resultados y..., no pinta bien.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora