15: estrechez de corazón

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Los Prisioneros — Estrechez de Corazón (1990)🎧

Septiembre de 1990

    Lola tenía muy en claro su rutina diaria. Apreciaba seguir paso a paso, todos los días del año, la simple planificación de sus días. Levantarse, desayunar, bañarse sin problemas, comer, mirar la tele, ir al colegio, el club, merendar, aprovechar su tiempo libre y dormir. El orden en su vida mantenía una armonía en ella, lo que lograba no pensar en cosas negativas a pesar de su corta edad. Por ende, cuando su rutina se rompía, el mal humor la dominaba en cuerpo y alma. Lola no era una persona que se enojara con facilidad, pero escuchar a sus padres discutir claramente quebraba esa pequeña tranquilidad que aprovechaba en sus momentos de ocio y, por ende, su rutina se veía afectada.
Al principio le apenaba ver a sus progenitores pelear día y noche, pero el tiempo le enseñó a acostumbrarse a los pleitos entre ambos. Ni siquiera le importaba que discutieran, quería estar tranquila luego de volver de la escuela y de entrenar en el club de su padre, pero era difícil cuando, en la mayoría de los desacuerdos entre su madre y su padre, ella era el motivo principal de dicha discordia.
  Siempre era lo mismo 'Vos nunca cuidas a tu hija', 'Yo soy el único boludo que la mantiene', 'No servis un carajo como madre' todo proveniente de su padre. Sabia el diálogo completo de cada pelea, pues siempre discutían por lo mismo. Excepto aquella vez, cuando Lola intentaba sacar una canción de Spinetta -bastante difícil e imposible- en una guitarra que superaba el tamaño estándar para su cuerpo, cosa que a ella le molestaba pero no se dejaría ganar.
    La discusión comenzó con la llegada de su madre, bastante ebria, al hogar de la 'familia' García. Su padre la recriminó al momento de cruzar la puerta oscura de madera, sin siquiera preguntar por su estado de ebriedad.

—Así que por fin se te ocurre venir —Atacó el padre de Lola, apagado su cigarrillo en el cenicero. La madre de la niña, batallando para colgar las llaves de su casa, no se molestó en responder —Podes decir donde estabas, por lo menos.
La madre de Lola rió por lo bajo, para después contraatacar.

—¿Y a vos que mierda te importa? —Soltó, quitándose sus zapatos y tirandolos por algún lugar del comedor.
  Al hombre de la casa no le gustó en lo absoluto esa actitud. Se levantó, con furia y rapidez, de su lugar para posicionarse frente a la mujer, imponiendo una autoridad absurda, pues a esta le dio totalmente igual la reacción feroz de su marido.

—¿Pero quien carajo te crees que sos para venir borracha a esta hora? ¿No te acordás que tenes una hija, verdad?— La mujer solamente levantó los hombros, en señal de indiferencia. El mayor rió, de forma irónica ante tal gesto —Yo no puedo creer lo irresponsable y pelotuda que sos.

  El hombre se dio la vuelta, tomando su caja de tabaco rubio y sacando un cigarrillo de la misma. Prendió dicho cigarro y siguió atacando, soltando la furia en cada bocanada de humo que dejaba dentro del hogar.

—Nunca te importó una mierda esta casa, nunca te importó una mierda Lola, nunca te importé una mierda yo.

—Deja de decir pelotudeces, forro— Habló, por fin, la madre de Lola— Me seguirías importando si nunca me hubieras embarazado.
  Lola escuchaba toda la discusión desde su habitación. No le afectaba la indiferencia de su madre ante ella, tenía en claro desde bastante tiempo que su mamá jamás quiso ser mamá. Más allá de eso, ella nunca fue mala con la niña. Simplemente no pudo encontrar la afinidad que se le tiene a un hijo con Lola. Por más niña que sea Lola, lamentablemente, lo entendía.

—¡Vos te embarazaste, pelotuda! —Recriminó el mayor —¡Encima ahora nunca te haces cargo de la hija que tenes acá!

—¡Por eso me voy a ir bien a la mierda de acá! —Luego de aquel grito, tanto Lola como su padre quedaron sorprendidos— Mañana no me ven más. Si tanto te quejas de que soy una esposa y madre de mierda, bueno, me voy. Capaz ahora si pueda terminar la facultad, o que se yo, hacer todo lo que no hice por haberme arriesgado con vos.
  La mujer se acercó, tambaleando y con dificultad, hasta el hombre. Quedó frente a él, sin decir ni una palabra. Dejó que su mirada reflejara todos los sentimientos que pasaban por ella en ese momento. Furia, tristeza. Al mismo tiempo que alivio y orgullo. El papá de Lola sentía decepción ¿Cómo pudo casarse con esa mujer?

1990 | Pablo AimarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora