Capítulo 7

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El viaje hacia Córdoba era rápido y constante. A todos les recordaba el que habían realizado de camino al bosque oscuro, para encontrar la estrella del deseo.

Kitty presentaba una abismal mejora en su humor, ya que no paraba de sonreír desde que se habían bajado del barco.

Seguramente se debe a que ya no hay mar por todas partes, pensó Gato. Hasta el momento no se le había ocurrido que a una gata que odiaba el agua no le gustaría pasar tanto tiempo en un barco.

-¿Quieren comer algo?- les propuso el anaranjado al resto de la banda Amistad cuando llegaron a un pueblo.

-Claro- se apresuró a contestar Perrito.

-¿Y tú, Kitty?

-También, pero recuerda que tú pagas, ya que no has cocinado nada hoy.

-Por supuesto, mi amor- no iba a seguir quejándose de la pésima apuesta con Kitty tan contenta- ¿Que quieren comer?

-Bueno, hace muchoooo que no como un pescadito frito decente...- la ojiazul puso sus ojos adorables.

-Hace un tiempo compré eso en un local cercano y es buenísimo. Solo espérame un pelín.

El can se veía con ganas de intervenir pero decía nada.

-¿Que pasa, Perrito?- le preguntó Kitty.

-Nada, no quiero molestar.

-No eres ninguna molestia, al menos no desde hace un tiempo- le aseguró el felino atigrado.

-Dinos que te molesta.

-Es que...¿A ustedes no les gusta variar? Llevamos comiendo pescado todas las noches.

Los gatos se rieron.

-Te puedo traer otra cosa, ¿Te gustan las cajitas felices medievales?

-¿En serio?- el rostro de Perrito se iluminó- yo siempre quise comer una, pero mis hermanos decían que si engordaba me vería aún peor, así que me la quitaban. Que amables ¿verdad?. Pero ahora tengo la oportunidad de comerme una.

-Claro- le dijo Gato, después de cruzar con su novia la misma mirada que siempre ponían después de que Perrito hablaba de su familia- vuelvo en un minuto, ustedes relajensen.

-Vamos a pasear un poco por la zona, ya que no hay carteles nuestros ni guardias buscándonos. No sé si es bueno o insultante que nunca hayan oído hablar de mí- reflexionó la bicolor.

Tras guiñarle un ojo, Gato se echó a correr, por primera vez no por huir de alguien, sino por volver más rápido con sus amigos.

El primer lugar donde llegó fue donde vendían las cajitas felices medievales. La que le compró a Perrito venía con un catalejo, lo cual era muy bueno. Tenía que trajera un sable de recuerdo.

Luego fue al local del pescado frito. Había estado allí con los diablos, hacia al menos cinco años, lo cual le hizo sentir presentes a sus tres pequeñines.

Desde que los conoció los había visitado dos veces, en la última los diablos ya hablar, lo que lo había llenado de orgullo.

Para él, eran lo más parecido que tenía a unos hijos, y lo entristecía estar tan cerca y no poder pasar a verlos. Pero se le ocurrió una idea para demostrarles que seguía presente en sus vidas.

-Olé señor, ¿Aquí se hacen domicilios? - le preguntó al camarero que le empacaba los pescados.

-Si, señor Botas. ¿Quiere que lleve este paquete a alguna dirección?

-No, no, esto me lo llevo yo. Pero por favor lleve tres pescaditos fritos a los guardias de la reina Alessandra Bellagamba, del palacio de la Alhambra. Dígales que es de parte del tío Gato- después de eso le pasó una moneda de oro.

El camarero quedó atónito.

-Pero... pero...no es tan caro. No tengo como darle la devuelta

-No se preocupe por eso. Tómelo como propina- iba marcharse, pero se le ocurrió una mejor idea- y por llevarme un tramo.

No sabía si mandarles algo para comer era suficiente por estar un par de años sin verlos, pero hacía lo que podía.

-¿Por qué te has demorado tanto?- le preguntó Kitty poco después, mientras le arrebataba la bolsa del pescado.

-Me entretuve por ahí- bromeó el felino- una gata muy linda quería mi autógrafo.

-Idiota- mascullo su novia con una sonrisa- ¿Que hiciste, de verdad?

-Nada, solo recorrer un poco la región- a pesar de que sabía que Kitty no se molestaría al enterarse de los diablos (todo lo contrario, en realidad) no se sentía preparado para decirle que había acompañado al hombre de la venta de pescado hasta las afueras de al-Ándalus, esperando fallida mente ver a los gatitos.

Le pasó la caja medieval feliz a Perrito.

-Lamento la demora, deben estar hambrientos.

-Para nada- trató de convencerlo Perrito, pero la manera en que comía desesperadamente contradecía sus palabras.

-Por esta vez te lo dejo pasar- susurró la felina al oído de su novio- pero recuerda que debes ser sincero conmigo.

-Esta bien, te lo contaré después, pero por ahora debemos concentrarnos en encontrar información.

-Falta menos de una hora de camino para llegar a Córdoba. El señor que perdió la apuesta que conduzca.

Gato ignoró la pulla de la ojiazul y obedeció.

-¿Iremos al castillo del rey?- preguntó Perrito- yo siempre he querido entrar en uno.

-Creo que sería mejor entrar en la casa del general Salazar- apuntó Gato- si hay alguien que controla todo del ejército de España, es él.

-De acuerdo- aceptó Kitty- rumbo a la casa, perdón, mansión del general Salazar.

-Manos- gritó el del suéter emocionado. Después de que sus compañeros le obedecieron exclamó- Equipo Amistad.

A pesar de que los dos gatos seguían odiando el nombre, lo aceptaron por el entusiasmo de Perrito.

Cuando llegaron a la ciudad de Córdoba, dejaron la carrera estacionada al Linde de un bosque y fueron a inspeccionar por los barrios altos.

La casa del general Salazar fue muy fácil de identificar. Tenía el escudo de armas y el lema de la familia.

-Parece que es un poco presuntuoso- comentó Kitty- como alguien que conozco- al decir esto último le dió un codazo a Gato.

-!Eh!- se quejó el felino- yo jamás...- pero no supo que decir. Él también exhibía orgullosamente su identidad, desde luego.

-Callate- le espetó su novia- debemos concentrarnos en ésto.

-!Pero si tú empezaste!

-Chicos, no debemos pelearnos entre nosotros, porque nos bajará el autoestima.

-No es momento para sentimientos, Perrito. Para el robo, tú cuidaras la retaguardia, debes ladrar lo más fuerte que puedas si ves que alguien entra a la casa. Y el naranja proteston viene conmigo.

Gato hizo un gesto irónico pero la siguió.

-¿Listo para hacernos famosos en aquí, mi amor?

-¿Y cuando no, mi ladrona adorada?

El Gato con Botas: La última vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora