Pocos días después se presentó la ocasión.
-Acabo de recordar que el profesor de biología no me ha devuelto los carteles que le presté -rezongó Dimitri durante la comida-, y los necesito para mañana por la mañana.
-Puedo ir a buscarlos... -se ofreció Clara.
-Gracias contestó el director-. Nos vendría muy bien. Un grupo de voluntarios empieza sus prácticas, y la ayuda visual facilita el aprendizaje.
Estaban comiendo en la cafetería, seis en la misma mesa. Como no tenía un sitio fijo, Clara, haciendo equilibrios con su bandeja, se había abierto paso hasta la silla libre de aquella mesa, donde el director, sentado con varios técnicos, hablaba de los carteles explicativos que le gustaba utilizar cuando algún grupo visitaba las instalaciones. El profesor de biología se los había pedido y aún no los había devuelto.
-Notifícaselo al colegio-sugirió uno de los técnicos mientras recogía su bandeja-. Harán que los traiga algún alumno, y le echarán una reprimenda al profe -añadió con una risita maliciosa levantarse.
-No es necesario -objetó Clara-. Tengo que pasar por delante del colegio para hacer otro recado. No me costará nada.
Se dijo que no era una mentira, no del todo. Mentir contravenía las normas. Todos lo sabían y lo acataban. Ella no se había inventado la otra tarea, aunque esperaba que nadie le preguntara qué recado era ese. No había problema: todos estaban distraídos. Doblaban sus servilletas, consultaban sus relojes y se preparaban para volver al trabajo.
Había llegado la hora de buscar a Sofía.
Su parada en el colegio duró poco y el profesor de biología no la reconoció. Clara no había asistido a sus clases. Desde los doce años, cuando se asignaban los futuros trabajos, la educación de los niños seguía distintos derroteros. Algunos de su grupo -recordaba a un chico llamado Marcus, que descollaba en los estudios y había sido nombrado futuro ingeniero- siguieron aprendiendo diversas ciencias. Supuso que Marcus ya habría acabado de estudiar biología y estaría con las matemáticas superiores, la astrofísica o la bioquímica, una de las materias más difíciles, según se rumoreaba. Marcus ya no iría al colegio, sino a uno de los edificios de educación superior. Quizá Peter también asistiera a biología en el colegio, aunque después lo trasladaron a los edificios de leyes, para sus prácticas y demás.
Como Clara conocía la distribución de las aulas, encontró la de biología sin problemas.
-Se los habría devuelto -le dijo el profesor al entregar los carteles enrollados- si hubiera sabido que los necesitaba tan pronto. Díselo, por favor. -Parecía un poco molesto.
-Se lo diré, y gracias. -Clara dejó al profesor en su mesa del aula y se dirigió por el pasillo hacia la puerta principal. Al pasar iba mirando las clases vacías. La jornada escolar había concluido y los alumnos estarían haciendo sus horas de voluntariado para la comunidad. Reconoció a su antigua profesora de lengua, que se inclinaba sobre la mesa para guardar sus cosas en una cartera. Clara la saludó con incertidumbre cuando la mujer levantó la cabeza y la miró.
-Eres Clara, ¿verdad? -preguntó ella, sonriendo-. ¡Qué sorpresa! ¿Qué haces por...?
Dejó la pregunta en el aire, pese a que su expresión denotaba curiosidad. Sin duda recordaba su elección como Biomadre, y las Biomadres no tenían nada que hacer en el colegio, ni de hecho en ningún lugar corriente de la comunidad. Sin embargo, preguntarle que hacía por allí hubiera sido descortés, así que la profesora se interrumpió y se limitó a sonreír.
-Solo he venido a recoger una cosa -contestó Clara levantando los carteles enrollados-. Me alegro de verla.
Siguió andando por el pasillo, salió del edificio, sacó su bicicleta del soporte y ató con cuidado el rollo de carteles a la bandeja trasera. En las proximidades, un jardinero que transplantaba un arbusto la miró sin especial interés. Dos niños en bicicleta pasaron por su lado pedaleando con energía, apresurándose hacia algún sitio, quizá preocupados por llegar tarde a sus horas de voluntariado.