Soledad

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Un imperioso sonido llego hasta sus tímpanos. Lentamente y con pesadez  abrió los ojos y estiro el brazo y - Sin ni siquiera mirar el celular- apago la estridente alarma.

Junto sus fuerzas y evito  dormirse nuevamente, pero, para hacer eso, tuvo que volver a poner música. He Is We broto con dulzura por el celular. Unos minutos después el se levanto. Su hermano ya se había levantado, lo cual, era extraño. Normalmente, el se despertaba primero, su hermano solía dormir hasta las nueve y media más o menos. Se puso una ajada remera negra y un  jogging   del mismo tedioso color.

Deslizo la mirada por la habitación. Estaba su cama en la esquina a la derecha de la puerta, encima de la cama, la estantería con libros,  siguiendo por la misma pared, estaba la cama de su hermano- extrañamente vacía-. Arriba  de la cama de su hermano, también, más de lo mismo, libros y más libros. En la pared paralela a la de la puerta estaba la ventana. Sin pensarlo, corrió la cortina y la luz le hizo apretar los parpados. Sin desgastar movimientos, fue directamente a abrir la puerta del cuarto. Cruzo el cuarto de sus padres y bajo las escaleras, once, doce, trece escalones y llego a la cocina. Estaba igual de vacía que el resto de las habitaciones.

Un  extraño y tenso silencio reinaba en la casa. Ni los perros ladraban ni los pájaros cantaban. Ese atroz e intolerable silencio, solo se interrumpía por el hervor de una olla. Se acerco lentamente a la misma,  eran fideos, ya casi listos. Apago el fuego. Poso su mano en el pestillo de la puerta verde y tiro de ella. No se abrió, cuando se detuvo a mirar, vio que seguía cerrada con llave. Le pareció sumamente raro. Pues, no había nadie cuidando el fuego.

Agarro sus llaves y abrió la puerta.

El aire de la mañana del sábado le lleno sus pulmones. Pero, ahora se extraño más. Ni los perros estaban al principio pensó que solo estaban lejos. Los llamo.

-Milonga, Falucho, Tuleque-.


Por un instante, el silencio se quebró, ese muro tan poderoso desapareció, pero, solo por un instante, pues, apenas el muchacho termino de gritar los nombres, el silencio reinó nuevamente.

El silencio continuaba su reinado de hielo. Ahora, repitió el llamado, pero, en su voz se notaba una pizca de desesperación. Nada, empezó a recorrer el patio, fue hasta el fondo y luego hacia el frente. Se asusto, ninguno de los tres perros aparecía. Y tampoco ninguno de los habitantes humanos de la casa.

Regreso - Esta vez corriendo- a la casa. Agarro el celular y disco un número. Se acerco el celular al oído y empezó a caminar nerviosamente esperando que alguien le contestase. Pasó un par de segundos y le atendió la contestadora. Corto y realizo nuevamente la llamada. Y, luego, probó con más números, el de su padre, su hermano, su padrastro, sus amigos. Nadie le atendía. Decidió no preocuparse demasiado. Intento distraer su mente con lo que pudo, libros, guitarra, inclusive deberes, pero, estaba demasiado nervioso, las letras bailaban delante de sus ojos, sus dedos caían vencidos antes los acordes y su mente no lograba resolver las fracciones que le mando su profesor Langon hace una semana.

Desesperado, intento llamar nuevamente, inclusive a números desconocidos, pero, nadie atendía.

Salió y camino un par de cuadras, siempre tocando en las puertas, como si fuese algún vendedor de una deidad... Pero, nadie apareció. Las piernas le empezaron a temblar, regreso a su casa, vacio la mochila del liceo y en ella metió una botella de agua, un encendedor, un abrigo, una soga y un cuchillo. Realmente no sabía en que podía usarlos, pero, se dijo a si mismo

-Que sea como los condones: mejor tenerlos y no necesitarlos, a necesitarlos y no tenerlos- .


Se calzo la mochila al hombro y se subió a la bici. Nadie en las calles, de un día para el otro desaparecieron miles de almas. En la calle no se escuchaba absolutamente nada, ni él ni nadie podían tolerar ese silencio asesino.

Agarro su celular y dejo que The White Stripes llenase  ese vacío sonoro.

Tal vez a propósito, tal vez accidentalmente – Nunca lo sabría realmente-  termino enfrente de la casa de su mejor amigo. Toco las palmas, grito, rogo porque alguien saliese. Hasta que en un esfuerzo de voluntad decidió entrar a la casa, estaba absolutamente vacía ni su amigo, ni sus  padres, ni su hermanita.  Volvió a subir a la bici, pero, antes, pateo y dio vuelta todo. Esa casa fue testigo de su rabia. Ya en la bici cruzo la ruta que separaba su barrio de otro,  el barrio "de enfrente" estaba igual de vacío, ni una persona, ni un perro, nada. Entro en varias casas de conocidos, de sus amigos, pero seguía sin encontrar a nadie, ya con miedo, se subió a la bici y empezó a andar sin rumbo.

Anduvo durante varias horas, hasta que, accidentalmente, termino en casa de una amiga. Paso y al entrar, se tiro llorar, estaba absolutamente desesperado.

Impaciente, empezó a meditar sobre todo lo que le rodeaba.

Hasta que, entendió para que había traído la cuerda. Busco algún ventilador de techo, una columna o viga, o, simplemente algo que sobresaliese del techo. Una vez que lo encontró, le hizo un nudo a la cuerda, dos nudos, uno en cada punta. Uno de los nudos termino en la viga que colgaba del techo, y otro quedo a un metro ochenta del suelo, más o menos 15 centímetros más  arriba que su cabeza. Trajo una silla y ato la cuerda al rededor de su cuello. Sin miramientos, pateo la silla. Y unos minutos después de que sus  pies quedasen mecidos en el aire,  no vivió más ni el silencio,  ni el miedo, la tristeza o la impotencia de estar en soledad.

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⏰ Última actualización: May 19, 2015 ⏰

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