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Brock。

Le digo a Isis que vaya a lavarse las manos, que vamos a almorzar. Mientras me obedece, me recuesto en el sofá azul, con los pies colgando hacia afuera, para no ensuciarlo. Me estoy recuperando, voy a superar esta humillación que Dante me hizo pasar. El desgraciado leyó mis mensajes, pero no me ha contestado. No lo hará. Va en contra de su caballerosidad contestar un mensaje que leyó horas antes. Sí puede tardar horas en leer mi mensaje, pero si lo lee, lo contesta de inmediato. Así que no va a contestar. No me importa. Esperaba que no lo hiciera, no tiene ninguna explicación que darme, y aunque la tenga, creeré que es mentira.

El resto del día caigo dormida tres veces, la primera vez dura una hora, la segunda vez siete minutos y la segunda cuarenta minutos. Cuando estoy despierta, me distraigo haciendo las típicas y exhaustivas cosas de dueña de casa. También hago cosas de madre, como jugar con Isis con sus muñecas y competir por quien hace el mejor dibujo en una pizarra de un metro de alto que mandé a instalarle años atrás a lo largo de una pared de su habitación, para que nunca rayara las paredes. Ha funcionado. Nunca he tenido que pasar por el dramático caso de restregar las paredes porque el color de los crayones no sale.

Isis gana la competencia por unánime. Yo soy un asco para el dibujo.

También hago cosas de mujer que no tiene responsabilidades, le pido a Isis que siga jugando sola y yo me recuesto en la sala a mirar mi teléfono. Hasta que llega la hora de alimentar y bañar a Isis y ayudarle a preparar sus cuadernos para el día siguiente. Luego la llevo a la cama y la convierto en sirena para finalizar con un beso de las buenas noches.

A las diez de la noche me desnudo y me pongo una camiseta de mujer de talla extragrande que uso a veces para dormir. Me cepillo los dientes y el pelo y me voy a mi habitación. Estoy pensando qué serie veré cuando suena el timbre de la casa. La última vez que alguien llamó a mi timbre una noche de entresemana, era mi vecina preguntándome si podía ir por su gato que se metió a mi jardín.

Antes de abrir, pregunto quién es.

—Soy yo...

El corazón me traiciona y se emociona. Mi conciencia debería reprenderlo, pero hasta ella parece estar feliz. Hasta mi piel que se eriza se contenta con esa voz. Le quito el seguro a la puerta y abro.

—¿Qué haces aquí? —le recrimino.

Mats niega lentamente con la cabeza, no sabe la respuesta.

—Mats, son las diez de la noche, ¿a qué has venido? A la casa de una mujer que vive sola, en la noche ¿a qué has venido?

A los hombres les encanta buscar a las mujeres de noche, es un lindo detalle, eso sí, que haya venido él en lugar de hacerme ir a su casa, creyendo que, porque me pagan el Uber ya son unos ídolos.

—No pienses mal de mí —me pide—. Hubiera venido en el día, pero creí que eso sí sería inoportuno porque estabas con Isis. No tengo idea de qué hace una madre cuando no está trabajando, pero asumo que debe estar ocupada y no quise estorbarte.

—¿Cómo sabes que Isis no sigue dando vueltas por la casa?

—Por la hora, y eres una madre responsable. Si eres tan estricta para acomodar las botellitas con las etiquetas apuntando en la misma dirección, debes ser estricta con los hábitos de tu hija.

Le sostengo la mirada en silencio por un momento, luego digo:

—Lo intento, pero no logro ver en qué te diferencias de otros hombres. Todos comenzaron alabando mi trabajo de madre, luego elogiando a Isis creyendo que así iban a conseguirme.

Y son esos gilipollas los que luego de tanto elogiar y elogiar se cansan de ser rechazados y finalizan con argumentos como <<ni siquiera vales la pena, vienes con un cacho incluido>>. <<Te gusta que te rueguen, ¿andas buscando marido que te mantenga y por eso me ignoras>>. <<Estás loca si crees que te voy a seguir rogando, ni que fueras la gran cosa>>

Sol en invierno - Pronto se irá a BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora