Capítulo V

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Hace mucho que no se tomaba un día libre, y mucho más que no salía de paseo solo

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Hace mucho que no se tomaba un día libre, y mucho más que no salía de paseo solo. Siempre lo acompañaba Lucilia, al menos desde que llegó a Estados Unidos; ella era su mejor amiga, la primera que tuvo en América.

Era muy extraña la sensación que le recorría el cuerpo, no estaba en absoluto acostumbrado a la soledad. Su familia siempre fue numerosa, cálida y muy escandalosa; quizás por eso amaba Nueva York, el silencio nunca era una opción en la gran manzana.

Caminaba entre la gente sintiéndose bastante peculiar, no usar el uniforme médico, era otra cosa a la que no estaba familiarizado. La camiseta negra en corte "V" que cargaba puesta, se sentía algo picosa al rozar su piel y la chaqueta de cuero, a pesar de que le ayudaba con el frío, le pesaba; viviría feliz de poder usar en cualquier ocasión el uniforme laboral, si tan solo para la sociedad fuera algo aceptable.

Encogiéndose de hombros y sin saber muy bien que hacer fuera del hospital, se percató de que ya tenía un rato parado frente a uno de los miles de anuncios luminosos que habían regados en la ciudad; imágenes de pinturas abstractas y caóticas, bailaban entre los videos del cartel.

No pudo evitar recordar a Leslie, por alguna razón incluso después de una semana sin saber nada de ella, su imagen seguía grabada en su memoria como si fuera su amiga más íntima. En sueños, oía su dulce voz y la cautivadora forma en que pronunciaba su nombre.

Solo por curiosidad decidió ir a la exhibición, aunque internamente sabía que, de alguna manera se sentiría más cerca de ella si asistía. No tenía ni la más remota idea de que hacer en una galería, su conocimiento del arte estaba limitado a..., prácticamente nada, los colores y formas solo eran eso para él, sin ningún otro significado profundo que agregar.

La belleza inherente en las esculturas, no le despertaban ni el más mínimo atisbo de asombro, no le encontraba ningún sentido, ni al arte moderno ni al antiguo..., verás, Andreas ni siquiera sería capaz de diferenciar uno del otro.

El verdadero arte para él estaba en salvar la vida de un paciente. En descifrar los males que acongojaban la salud y ayudar a las personas lo más que pudiera, eso sí que era arte. Algo le decía que solo haría el ridículo en ese lugar, estaría rodeado de personas que sí sabían de lo que trataba, mientras él..., pues, solo fingiría saberlo.

No le importó, de igual manera siempre había una primera vez para todo y no tenía a donde más ir, al menos no algún lugar que se le ocurriera. Cualquier sitio era mejor que estar encerrado con una Lucilia que le aplicaba la ley de hielo.

Llegó a la galería con las manos en los bolsillos. «Questa è una pessima idea*» pensó, al ver la cantidad de personas bohemias que entraban con entusiasmo, intercambiando comentarios sobre las obras que encontrarían. Se encogió de hombros obligándose a entrar, ya estaba allí y cuando se le metía una idea en la cabeza, no había muchas cosas que lo hicieran cambiar de opinión.

Al entrar, levantó el mentón e hinchó el pecho, nadie podría decir que tuviera miedo o fuera inseguro, tampoco que esa fuera la primera vez en un lugar como ese. Vagó entre las obras con un interés real en ellas, buscando el significado de los trazos, o al menos, esperando encontrarle sentido a lo que sus ojos veían.

El ocaso entre nosotros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora