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LYDIA

Los siguientes días fueron bastante aburridos a decir verdad.

Anna seguía sin dirigirme la palabra y no la culpaba, sabía que la que había causado la pelea había sido yo, así que debía de ser la que diese el primer paso, pero todavía no estaba preparada.

Jaxton no dio señales de vida desde que se fue calle abajo montado en la moto mientras yo le espiaba desde la ventana de mi cuarto.

Le habría escrito yo pero no tenía forma de contactarlo, tan solo él tenía mi número.

Pero, pensándolo bien, así era mejor. Si llego a ser yo la que le hubiese tenido que escribir, me habría vuelto loca al tener que decidir el contenido del mensaje, el tiempo de espera y todas esas cosas... y eso que no había pasado nada entre nosotros.

Pero entonces llegó el viernes y comenzó el caos.

Mi última clase acababa a las doce de la mañana, así que a las doce y media ya estaba entrando en casa y, para mi sorpresa, vi que la llave estaba sin echar.

Tal vez eso a otra persona no le habría parecido nada raro, pero para mí era una clara señal de que algo iba muy mal.

¡Alguien ha entrado en casa!

Mi padre tenía una extraña obsesión con dejar siempre la puerta cerrada con llave, tanto si nos íbamos, como si entrábamos.

Mi hermano Agus y yo aprendimos a hacerlo a la fuerza porque, después de muchos y muchos castigos cuando éramos pequeños, os aseguro que ya nunca se nos escapaba una.

Entré lo más en silencio que pude. Sabía que Agus estaba en el colegio y mis padres trabajando así que, ¿quién narices se había colado en nuestra casa?

Dejé la puerta de la entrada entornada, por si acaso necesitaba salir corriendo, y asomé la cabeza por el salón para echar un breve vistazo.

Todo estaba en completo silencio.

La luz que entraba por los ventanales que daban al jardín iluminaban toda la planta baja y empecé mi ronda de investigación por la cocina, no sin antes armarme con un paraguas.

"Eso no te va a servir para nada"

No tengo otra cosa, ¿vale?

Llegué a la cocina intentando contener la respiración porque la realidad es que estaba muerta de miedo.

Teníamos una isla en el centro, con un par de taburetes para poder comer. Normalmente solo la usábamos para tomar el desayuno, las comidas y las cenas siempre las hacíamos en el comedor que estaba justo a la salida de la cocina y antes de llegar al salón.

Y es que, lo característico de nuestra planta baja era que las tres estancias que había, formaban una especie de circulo, todas conectadas entre sí y rodeando las escaleras que estaban justo en el centro, que daban a la planta de arriba.

Avancé despacio, escondiéndome detrás de la pequeña isla hasta que alcancé el extremo contrario.

Todavía agazapada desde el suelo, pude asomar un ojo y echar un rápido vistazo al comedor, pero tampoco se distinguía ningún movimiento.

Cogí aire, tratando de tranquilizarme y seguí moviéndome.

Crucé el comedor y me asomé a la última puerta, la del salón.

Desde donde estaba parada podía ver el sofá y uno de los sillones pequeños de cuero. Detrás había un par de estanterías llenas de libros que dudaba que alguien hubiese usado alguna vez, ni siquiera mi madre, que era la que más leía de toda la familia, los había tocado nunca.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora