Capítulo 27.

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ALEX.

Somewhere se abalanzó sobre Marcus antes de que pudiera hacerlo yo.

Bien. Me daría tiempo a calentar antes de enfrentarme a él.

Me giré hacia el único ángel que no conocía, de aspecto oriental y armado con látigos de Akasha. Esquivé el primer látigo, interponiendo mi espada entre este y yo. Tal y como me esperaba, se enrolló en la hoja. Tiré de él haciendo un rápido movimiento, de forma que la espada la cortó en dos. Sentí la vibración de poder que rodeaba el látigo, conectado al éter del ángel, antes de agarrarlo del suelo unas milésimas de segundo antes que se abalanzara sobre él.

Estaba lento, lo sabía; débil, y además a penas podía conectar con mi éter. Por no hablar del desequilibrio que me producía la ausencia del peso de mis alas a mis espaldas. Pero me centré en las ventajas: ahora estaba más que acostumbrado a pelear sobre tierra, y sabía que siendo un Iluminado yo había sido mucho más poderoso que ellos, lo que significaba que ahora estaba a su nivel, sino un poco más bajo. Además, ahora tenía el látigo para proporcionarme poder.

Apreté con fuerza la empuñadura, sintiendo los chasquidos de electricidad recorriendo el látigo, antes de entrar en mí y llenarme con el poder del éter del ángel, directamente conectado con él. Inspiré hondo, sintiendo como aquella fuerza familiar penetraba en mi alma antes de fusionarse con mi propio éter. Rugí cuando lo sentí aumentar en intensidad, sintiendo mi propio poder dentro de mí desde hacía meses.

Acabé con el ángel unos segundos después.

Recogí el otro látigo del cadáver, y dejé que me transmitiera el poco poder que le quedaba. Casi me dolió cuando sentí que a penas quedaba éter y que el mango de quedaba frío. Estaba volviéndose una arma normal tras romper la conexión con su dueño con la muerte de él.

Pero era suficiente. Debía serlo.

Me giré para comprobar cómo iba Sarah. Luchaba contra Hilarión con una daga en cada mano, moviéndose de un lado a otro con rapidez y precisión. Parecía una letal bailarina ejecutando su danza de la muerte.

Era fría y astuta. Dos cualidades que acabarían pronto con el odio ciego de Hilarión.

Odio. Jamás creí que podría asociar aquella palabra con un Iluminado. Y jamás lo hice, mientras estuve en la Guardia de Gabriel. Fue cuando comencé a hacerlo cuando todo comenzó... Todo esto. Los Iluminados habíamos cambiado, desde luego. Al igual que los Oscuros.

Aquel era el origen de toda la guerra.

Me giré hacia Marcus, quien acababa de deshacerse de Somewhere. Debería haberme extrañado que la loba resistiera durante tanto tiempo, pero ya no. Estaba claro que era el Qëlah de Sarah.

Me miró, y le devolví la mirada antes de caminar hacia él.

Marcus sonrió.

-La última vez que nos vimos intenté matarte. Supongo que esta es tu oportunidad.

Negué con la cabeza.

-Eran órdenes. Yo hubiese intentado hacer lo mismo- levanté la mirada, y me permití sonreírle, sólo por los viejos tiempos. Y por los que iban a acontecerse, unos que él jamás llegaría a ver-. Sólo que yo lo hubiera conseguido, Marcus.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora