Capitulo. 89

3 2 0
                                    

Recordaba aquella tarde de verano, el último día que pude compartir con mi padre y mi abuelo, jugamos al croquet la mayor parte de la tarde, pero no logré ni acercarme a un juego decente debido a los nervios que me agobiaban. Aquel día les conté de mis planes luego de pensarlo mucho... Era un chico inmaduro y soñador, deseaba casarme con Dalia y recorrer el mundo juntos. Sabía que, para mi familia, hombres de pensamiento tranquilo y vidas sedentarias, el viajar por todo el mundo sería algo sumamente extraño; pero ellos ni siquiera prestaron atención a esa parte de mi sueño de vida...

— ¿Estás seguro de querer casarte, Andrew? — Preguntó mi padre, mientras tomábamos el té bajo la sombra de la pérgola.

— El matrimonio... No, el amor, es un camino pedregoso, una fábula que puede terminar con sonrisas o lágrimas. Lanzar una moneda sería incluso más certero que el camino de un romance. — Acotó el abuelo en su infinita sabiduría.

— Dalia es maravillosa y quiero tenerla a mi lado. — Respondí al instante. — En cuanto a nuestros viajes, quisiera iniciar en Grecia y seguir hasta Asia...

— Entonces supongo que la amas. — Interrumpió mi padre, sacándome una vez más de mis ensoñaciones.

— Por supuesto.

— Que muchacho más arrogante — Se burló el abuelo de pronto, su risa era tan floja como la de un niño y rápidamente contagio a mi padre. — Yo no supe que amaba a tu abuela hasta el momento en que nació tu padre. — La abuela solía contarnos en cada navidad el gran susto que vivió el abuelo ante su difícil parto. — Creí perderla...

Siempre me tomé aquella historia como una anécdota divertida, de esas que suelen contarse en las reuniones familiares y que suelen ser replicadas por otras aún más vergonzosas... Incluso en aquel momento no terminé de entender a qué se refería el abuelo.

— El amor tiene dos caras, puede ser dulce como la crema, estar lleno de caricias, romance y risas... Pero al mismo tiempo, puede ser volátil, aterrador, angustiante y doloroso. — Comentó con tal nostalgia que no pude evitar sentirme mal, tan solo había pasado un año desde la perdida de la abuela... — Eres un buen muchacho, Andrew, pero no amas a esa chica... Al menos no aún.

— Entonces ¿Cuándo sabré que si la amo? — Me burlé sin entender realmente de que me estaba hablando el abuelo.

— Muy simple, cuando sientas a un rayo golpearte.

Vaya analogías más tontas hacia el abuelo, tan rebuscadas que no había forma de comprenderlas hasta que llegase el momento justo. Irónicamente tan solo pude recordar tal conversación cuando una terrible tormenta se desató aquella noche... Naomi se había marchado de mi lado, me había rechazado y con justa razón, yo mismo había provocado su desconfianza. Un nuevo relámpago iluminó la habitación y el retumbar del trueno no tardó en escucharse, mientras la lluvia torrencial se escurría por las cornisas...

Después de todo él tenía toda la razón.

Un rayo había impactado contra mi pecho y ya no había vuelta atrás...

Me enamoré de Naomi con tal intensidad que nuestros días juntos fueron como una carrera por el campo, una sensación tan única que llenaba mi alma, me sentía desfallecer y al mismo tiempo no podía borrar la sonrisa de mi rostro; pero tal y como le había dicho aquella noche... Era mi estrella fugaz, una luz tan hermosa que me arrebató el aliento, pero que finalmente terminó marchándose con la misma rapidez en que la vi llegar.

Que tonto era al pensar que siempre la tendría a mi lado, incluso cuando supe de su matrimonio y me casé con Dalia, lo hice pensando en ella... El dolor de sentirme traicionado terminó impulsándome a cometer una tontería tras otra. Pero ahora era diferente... Había visto sus ojos cuando emitió aquellas palabras que dejaron un destrozo en mi corazón.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora