Capitulo. 100

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— ¿Qué vas a hacerme?

Abraham se había plantado frente a mi como un buitre hambriento, tan solo a la espera de que su presa dejase de luchar para poder ponerme sus garras encima. Mis pensamientos iban y venían enloqueciéndome, hacia mucho que aquel desgraciado se había llevado a Naomi y Aiden, se suponía que debía volver para ayudar a buscar las dichosas cartas de las hermanas de Naomi... Y el que aún no apareciese me estaba volviendo loco. Cómo si de una pesadilla se tratase, mis propios pensamientos me llevaban a imaginar situaciones cada una peor que la anterior y aquello solo me desquiciaba aún más.

Estaba seguro de que mis muñecas sangraban debido a la presión con la que intenté liberarme sin éxito, cuánto deseaba poder soltarme finalmente y golpear el inexpresivo rostro del tonto que tenía en frente.

— ¡Abraham! — No podía contenerme, sabía que estaba en desventaja y que molestarle tan solo me perjudicaría. Pero estaba tan lleno de ira que me era imposible pensar con claridad.

Pero Abraham permaneció allí, inmóvil, solo mirando el suelo mientras apretaba una navaja en su mano. Si iba a lastimarme ¿¡Que estaba esperando!?

— Cobarde ¡Tú pedazo de...! ¿¡Cómo no te das cuenta de lo que estás haciendo!? — Le grité sin pensar. — ¡Ella te está usando! Nos asesinara a todos y te culpara por ello. Terminarás en una silla eléctrica ¡Tonto!

— Quieres callarte... — Respondió de pronto.

Por primera vez en tan tortuosos minutos, finalmente Abraham elevó el rostro y sus ojos se encontraron con los míos. Entonces me di cuenta de lo turbado que estaba... Aquella no era la mirada de un asesino, era la mirada de una presa acorralada.

— Te está obligando... — Murmuré al entender finalmente lo que estaba sucediendo con él. — ¿Qué puede ser tan importante como para obligarte a hacer esto?

Abraham se levantó como si le pesara horriblemente el siquiera moverse. El puñal aún permanecía en su mano, pero ya no le tenía miedo pues algo me decía que el retenerme allí no tenía nada que ver querer herirme.

— Tú padre tenía un dicho muy particular... Hablaba sobre las mentiras ¿Recuerdas? — Que lo dijera de ese modo me provocó una sensación extraña y dolorosa.

Sabía perfectamente que él había acabado con su vida... Pero del mismo modo, también sabía que Abraham le apreció en algún punto y que las manipulaciones de mi madre le llevaron a lo que era ahora, un ser roto y perdido en el mundo. Sus manos se habían manchado de sangre inocente por órdenes de esa desquiciada.

— Una mentira es como una bola de nieve en una colina, sí nadie la detiene tan solo crecerá hasta convertirse en una avalancha. — Repetí aquellas palabras que en mi infancia me parecieron graciosas y tontas, pero hoy tenían un sabor tan amargo.

— Seguramente se lo robó a alguno de sus amigos... Su imaginación no era tan buena para inventar algo así. — Comentó él con cierta nostalgia. — Pero tenía razón. Mi bola de nieve comenzó a crecer desde el momento en que le llevé aquel té envenenado... Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, pero cuando los vi llorar en el funeral, estaban tan destrozados y nuestra madre simplemente disimulaba una sonrisa... Entendí que me había equivocado. Que por mucho que él no me quisiese, el arrebatarles a su padre era un acto cruel.

No podía ver el rostro de mi hermano, pero por su voz, sabía que realmente estaba sufriendo cada una de sus palabras.

— Pero ya no podía retroceder y solo se me ocurrió convencerme de que no era mi culpa y que su muerte era algo que tarde o temprano pasaría, que merecías sufrir y que Aiden se endurecería. Quise borrar lo sucedido con una fachada de perfección para nuestra familia, quería demostrar que su muerte había sido algo predestinado.

Jeune fille indomptableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora