Doy vueltas en la cama sin poder dormir. No se si el culpable de mi insomnio es Mateo, su sobrina, la conversación con Vero o todas las anteriores, pero lo cierto es que no me consigo relajar.
E: ¿Malú?
Su vocecita me llama en un susurro.
- Eva, ¿qué pasa, cariño?
E: Tengo pesadillas.
Rompe a llorar.
E: Quiero volver con mi tío.
Solloza arrastrándose las lágrimas con sus manitas.
- Ven aquí.
Doy unas palmaditas en el borde de la cama, invitándola a acercarse y sentarse junto a mí.
- Muy pronto vas a volver con él.
Prometo dulcemente.
- Y hasta que eso pase Vero te va a cuidar mogollón.
Aseguro abrazándola.
E: ¿Por qué no puedo quedarme contigo?
- Porque yo me voy a México.
Explico.
E: ¿Puedo ir yo también?
- No, pequeña.
Acaricio sus mejillas.
- Pero verás que te lo vas a pasar genial con Vero.
E: Yo quiero ir contigo...
- Tu tienes que estar aquí, cerquita de Mateo, para que pueda visitarte y llevarte pronto a casa.
Un puchero se le escapa y vuelve a llorar. Joder, si a mí los niños no se me dan bien.
- ¿Qué pasa?
Pregunto consternada. Igual tendría que despertar a Vero para que me ayude con Eva.
E: Tengo miedo de no volver con él.
- No pienses en eso, que en nada vas a estar otra vez en vuestra casa.
Acepta mi respuesta esperanzadora. Espero no fallarla.
- ¿Te apetece una leche calentita para poder dormir?
E: Mateo dice que después de cepillarme los dientes no debo comer nada.
- Ya.
Él sabe ser un padre para la niña, la contiene a la par que la educa, yo en cambio soy un puto desastre.
- Pero Mateo no está aquí.
Le recuerdo traviesa.
- Y aunque tiene toda la razón, podemos saltarnos las reglas una vez, a mi también me apetece una.
E: ¿Me dejas ponerle azúcar?
- Vale.
Con tal de verla tranquila, poco me importa como conseguirlo.
E: ¿Y Cola Cao?
- Bueno, vale.
Bajamos juntas a la cocina, y le preparo lo que me pide.
- ¿Esta bueno?
Se lo toma tan rápido que solo me queda esperar a que no se atragante.
E: Sí.
Se relame los labios.
E: ¿Malú?
Me mira con ojitos tímidos.
- Dime.
E: ¿Puedes dormir conmigo?
Le da apuro preguntarlo. No me mira y apenas le sale un hilo de voz.
- Sí.
Sonrío transmitiéndole confianza. Subimos las escaleras y la dejo tumbarse en mi cama, luego lo hago yo, acomodándola pegadita a mí. Voy dejando suaves caricias por su pelo dorado mientras que muy bajito tarareo una nana, consiguiendo que sus ojitos se cierren, y una vez veo su gesto relajado, consigo también hacerlo yo.
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Todos los secretos (Segunda parte)
RomansaUna historia en la que TODOS tienen algo que ocultar