"Pasiones Insanas"

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Como si fueran de un frágil papel sucumben los abedules y olmos centenarios. Esos mismos que sirvieron durante años de refugio y morada para las lechuzas y muchos otros amantes nocturnos. María Isabel sonríe burlona cuando las vivaces llamas anaranjadas devoran las copas de los árboles, mezclándose con el obscurecido cielo.

Nadie puede verla, está sola en medio de un paraje de ensueño que pronto será un yermo cubierto por desolación y muerte.

Ya no hay nada que ver, ya se acabó la magia. Ya marchará a su casa, pero seguirá sola, tan acompañada, y a la vez tan sola.

En la casa la espera su madre, que bien poco sabe de las pasiones insanas que su hija esconde. Vive ocupada en el cuidado de sus hermanos y su nueva conquista, por desgracia, poco tiempo queda para la pobre María Isabel. ¿Quién pensaría que detrás de un rostro tan suave y puro se esconde tanto peligro. ¿Cómo es posible que un alma tan joven albergue tanto rencor y odio?

Pero cuando la joven llega a su pequeña y acogedora casa, la encuentra a oscuras y completamente vacía. Ahí no está su madre, ni sus ruidosos hermanos. Ni siquiera ese hombre que tanto detesta, nuevamente está sola.

Entonces recuerda que su familia acude cada sábado por la tarde a la pequeña casita de Carlos, el extrovertido profesor de historia que vive al otro lado del bosque. En ese momento su mundo tiembla.

Las llamas han convertido el paraíso terrenal en los aposentos de un infierno creado por sus propias manos. Ya alcanza a escuchar las sirenas de los carros de bomberos.

El denso humo negro se eleva, dando claras muestras de la funesta devastación.

María Isabel corre desesperada al encuentro de su familia. Ya no le molesta el ruido incesante de sus pequeños y revoltosos hermanos. Ni las quejas constantes de su desapegada y frívola madre. Ni siquiera le importa tener que lidiar con ese nuevo ligue que tanto le molesta.

Zumban sirenas lejanas. El corazón palpita enfurecido en su pecho, arremetiendo contra su tórax al punto de llegar a doler. Ahora sólo puede pensar en su madre y sus pequeños hermanos, prisioneros de las garras de un fuego voraz y destructivo, fruto del delirio y de los celos.

Otra vez se siente sola, desprotegida, deshabitada. ¿Que será de su vida ahora? ¿Es que acaso tiene una vida?

Ahora sólo quiere ser consumida por su propio fuego. Ese que fue capaz de dejarla sin nada. Ese que le dio luz y oscuridad al mismo tiempo.

Ahora María Isabel sólo quiere ser abrazada por ese naranja intenso que es capaz de consumirlo todo hasta volverlo cenizas.

¿Cómo es posible perder tanto cuando nunca has tenido nada? ¿Cómo puedes añorar con todas tus fuerzas las cosas que hace nada detestabas?

El fuego le daba vida, y esa vida quedó devastada, consumida y sepultada por las mismas brazas que antes la alentaban.

El fuego le daba luz, le dada vida y ella se convirtió en fuego.

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