Synapsis

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La vida;

ese recuerdo tan avasallador, imperecedero, ausente.

Lo triste es que capaz me hallo de besarla,

puedo verla, ese es el problema.

La tristeza no es nada,

la felicidad sólo es un recuerdo y el recuerdo es mi tortura.

Arrojaré mis lágrimas a tu urna,

vida,

tú que te lo llevas todo.

Lloraré lo que quise y no fui capaz a tu lado,

purgaré las migajas que dejaste en la existencia para que nadie más jamás se pierda con el camino que una vez creí pisar.

Esta noche estamos tú y yo a solas,

sin lascivia ni aspavientos,

cara a cara en la penumbra de quien te miró con pena,

en las pupilas de mi hijo.

Qué sonrisa más amarga portas,

esos labios maquiavélicos que inspiran pesadumbre allá donde bese,

allá donde comparta.

Soy la explosión de un polvo estelar,

soy tu intimidad más blasfema,

un ápice de incuria lo suficientemente atestiguado como para resbalar de ti.

Deseo que me mires,

que me mires para poder verme en tus pupilas,

para entender lo que soy sin tu querer.

Derramo lágrimas que nombro ambigüedad

por si alguna vez me avergüenzo de no haberlas soltado antes,

estoy enardecido de flujo existencial,

de colores que abrazan mi caparazón omnidireccionalmente como si sólo fuera espacio.

Esas manos que me asfixian para mí son sólo la caricia de mis problemas,

es el dolor que conservo por depender de ti,

por aferrarme como un caracol a tu pulcra y grotesca envergadura.

Contemplo pues, ese eterno y cálido placer que todo exilio conlleva,

la resurrección de una nueva psicología,

un manjar pintoresco idiosincrático que retuerce sus nudillos contra la nuez del tiempo.

¿Cuánto más me queda?

¿Es que vas a seguir ahí quieta?

¿No entiendes que te llevaste mi cuerpo?

Y aún así aquí me dejas...

entre ti y la muerte,

entre dos superficies igual de hostigadoras e impunes.

A decir verdad hace un frío casi kafkiano,

pero un gélido ardor poeiano me dice que vuelva a transmutar a mi forma original

residente en tus abismos e inquietudes.

¿Sabes?

Siempre te tuve miedo,

siempre tuve el miedo de cuándo dejaría de formar parte de ti,

eres una droga inevitable.

Pero a pesar de tenerte miedo,

te amaba;

lloraba sagradas esporas que esparcieron las cenizas de mis seres más queridos por el Mediterráneo,

que viajaron irrefutables rumbo al canto de la sirenas;

un harem de vitrificados sentimientos me esperaba ahí abajo,

en tus inicios.

Soy el tuerto que una vez tuvo dos ojos,

el gato que en alguna ocasión tuvo sombra;

soy el atardecer en la quietud y la disarmonía;

soy quien fui,

pero tu algoritmo me censura.

Aunque me abata no estar en ti,

me enorgullece por lo menos haber trascendido a una nueva forma jamás hallada;

mi precio es la soledad por lo que parece.

Me abrazaré encogido para derramar los tonos que debí evitar,

sólo así alguna vez habré logrado entender mi dolor

aunque ello suponga el nacimiento de nuevas cuencas en mis sentidos.

Ah...

qué elegantes desfilaban aquellos cuervos cuando veían al águila caer rendida ante las flores del río.

SynapsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora