La tranquilidad del que agoniza
“¿Cuánto sufrimiento podré soportar?
¿Y cuál será la diferencia cuando este amor se acabe?”1
No hay nada más liberador que el llanto. Donghae había escuchado eso en algún lado y esa tarde comprobó su veracidad.
Abrazado a Hyukjae, sus cuerpos se fusionaron como si estuvieran hechos de hierro caliente, y no fueron capaces de soltarse hasta que las lágrimas se les acabaron. Donghae, entonces, recordó las heridas de su novio y el hecho de que debía apurarse a llamar a un médico, sin embargo el rubio le pidió que no lo hiciera y que, en cambio, lo llevara a una farmacia para comprar material de curaciones. No es como si fuera la primera vez que me pasa, dijo.
Al regresar, lo primero que Donghae hizo fue pedirle que se quitara esa ropa rasgada y sucia. Lo sentía mucho, pero su jersey blanco y sus pantalones negros ya no servirían.
Fue a su habitación (que antaño perteneció a ambos) y le escogió un conjunto cómodo. Con la cinturilla del pants cuatro dedos debajo del ombligo y desnudo de torso, Hyukjae se envolvió el abdomen con una venda gruesa después de aplicarse ungüento. Hasta ahora sus costillas habían corrido con suerte en cada pelea. No podía darse el lujo de romperse alguna, se decía que era de los huesos que más se tardaba en sanar y él no tenía tiempo.
Posteriormente Donghae le ayudó a desinfectar con alcohol algunas heridas que tenía abiertas (las de su rostro y piernas, principalmente). Mientras pasaba la gasa empapada de aquel oloroso líquido, Hyukjae sostenía un paquete de carne congelada sobre el costado de su rostro.
Donghae no podía evitar notar el evidente asco con que Hyukjae agarraba la carne (aunque estuviera envuelta en una buena cantidad de celofán), y las muecas que componía, seguramente por el olor a sangre que le llegaba. Hubiera querido evitarle el disgusto, pero no tenía hielo y él necesitaba desinflamar su rostro.
Después de lo que se sintió como una hora o más, su cara volvió a lucir más o menos familiar. Ahí estaban los mismos ojos amables y sus labios gruesos.
Afuera una tenue oscuridad comenzaba a apoderarse del cielo y de todos los espacios. Las nubes grises formaban borreguitos, y Donghae había aprendido de su abuela que esa era una señal de clima frío.
Le preguntó si quería bañarse, y obtuvo una negativa. No sabía si era por el hecho de que su novio ya se había puesto el ungüento y la venda, o porque le daba grima pisar el lugar de la casa en el que Taeyang pasaba más tiempo.
No había mucho qué hacer después, así que, agotado por todo lo que estuvo pasando esa semana, Donghae se fue a la cama temprano, con la secreta esperanza de que la tregua entre Hyukjae y él durara, que su novio decidiera quedarse esa noche y las que vinieran, que lo abrazara como hacía dos horas y que le dijera que lo amaba.
Al cabo de varios minutos escuchó temeroso la puerta de la habitación abrirse. Los nervios lo invadieron y aguaron sus ojos, pero Hyukjae decidió quedarse. Entró comiéndose lo último de un sándwich de patatas y tomate. Donghae comprendió entonces por qué se había tardado en seguirlo.
El rubio terminó el último bocado, se sacudió las manos y así, desnudo de torso y sin calcetines, se metió a la cama con él. Donghae abrió la boca, dispuesto a decir algo aunque no supiera qué, pero Hyukjae lo interrumpió a tiempo cuando lo tomó de la nuca y besó su frente.
—Te amo —le dijo. Donghae sonrió sin fuerzas, pero verdaderamente…, sincero. Lo rodeó con sus brazos cuidando no lastimarlo y le devolvió el beso, esta vez en el cuello.
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•Aquello que pudimos ser [Eunhae]•
FanfictionÉsta es la historia que va acerca del peso de la perfección, de una sonrisa atrevida, de un chico insolente y otro harto de su vida. Ésta es la historia de poemas que no se recitan; de palabras clave que se ahogan en la garganta antes de haber sido...