Prólogo

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Como si de un ninja se tratase, la rubia caminó sigilosamente hasta el baño. Suspiró al darse cuenta de que todo había salido como ella quería. Lavó su cara con agua, quería despejar su mente, pues sabía que su compañera vendría en pocos segundos. De su ligera mochila rosada, sacó aquel preciado papel, ese del cual había puesto todo su empeño y amor el día anterior; lo vio por última vez, para después colocarlo cerca del lavamanos, el más cercano a la puerta.

Anteriormente la había escuchado hablar a ella junto a Dedos sobre venir al baño para pensar en un lugar tranquilo. Sí, sabía que era de mala educación escuchar conversaciones ajenas, pero no pudo resistirlo, algún día debía iniciar eso que había maquinado en su cerebro semanas atrás.

El sonido de la perilla girándose hizo que se alertara. Por un lado, estaba feliz porque había acertado acerca de lo que la pelinegra haría, pero por otro, estaba aterrada al no saber que hacer, ella no debía de verla ahí. Actúo rápido, tanto que cuando Wednesday entró, no sospecho. O eso quería creer.

Enid estaba en uno de los cubículos, arriba del retrete, con la tapa cerrada y de cuclillas, para no dar sospechas de su presencia.

—Bien. Entonces que dices sobre tirarle sangre de cerdo a la directora, ¿es suficiente para quedar expulsada? —unos segundos de silencio—. Sí, tienes razón, necesitaría más que eso.

La segunda pausa se prolongó tanto, que asustó a Enid. «¿Wednesday estaría bien?», se preguntó mentalmente. Lo que no sabía, era que la gótica buscaba en silencio debajo de cada cubículo, para asegurarse de que nadie la hubiera escuchado, pues sospechaba de una presencia.

Wednesday, antes de ir al cubículo de Enid, que justo era el último, le llamó la atención una carta que Dedos traía.

—¿Qué es eso? ¿De dónde la sacaste? —la mano señaló uno de los primeros lavamanos—. Ya veo. Dámela.

El corazón de la rubia palpitaba demasiado rápido que hasta ella misma lo podía sentir, estaba nerviosa porque ya sabía que la pelinegra había encontrado su carta. Sin embargo, no se había enterado de que esa misma chica había buscado bajo la puerta de cada cubículo para asegurarse de que no hubiera nadie. De verdad que la Addams era sigilosa.

Cuando la chica había terminado de leer y analizar la carta, siguió con su asunto. Su cara era casi la misma, con la única excepción de que había fruncido su ceño de más. En su pequeña y diabólica cabecita estaba un pensamiento: ¿quién se atrevía a escribirle una carta? ¿Por qué a ella? ¿Era una broma de mal gusto? Porque si así era, ya tenía por hecho que el culpable lo pagaría, y no de una bonita forma; lo torturaría hasta morir, literalmente.

Su cerebro dejó de divagar cuando Dedos llamó su atención, él apuntaba al último cubículo, haciéndole señas sobre un intruso dentro. Tal vez era el tipo de la broma, ¿quién sabe? El baño de la escuela era para chicos y chicas, entonces había una posibilidad de que así fuera.

Un intento de sonrisa salió de sus labios, pensó aquella posibilidad. Podría torturarlo ahí mismo en el baño.

Wednesday le señaló la puerta a Dedos. En un susurro silencioso le ordenó que pusiera seguro a aquella puerta, que ya había sido cerrada anteriormente. Y cuando la mano lo hizo, ella no dudó en tocar la puerta del cubículo, quería asustar a la persona detrás de esa puerta. Claro que le era más fácil colarse por debajo, pero prefería ser "sutil" antes de que su presa gritara e hiciera un alboroto.

Creyó que con dos pequeños golpes bastaría, y claro que lo fue, pues la rubia dentro ya estaba aterrada, creía ser su fin porque había sido descubierta.

—Quien sea que esté ahí, es mejor que salga, al menos que quiera tener una muerte lenta y dolorosa —su voz sonaba fría, más de lo que ya era. Daba miedo.

Enid no respondió, estaba tan aterrada que ni siquiera le salía la voz. El corazón le iba a mil, y estaba completamente paralizada.

La chica de afuera gruñó, pues no le gustaba esperar, odiaba cuando su víctima era demasiado miedosa, ya que sabía que sería un blanco fácil.

—Bien, es todo.

De forma habilidosa, la pelinegra logró colarse del otro lado, logrando abrir la puerta antes de ver al sospechoso, ahora sospechosa.

Enid se quedó sin aire en los pulmones cuando la vio. Su cara, anteriormente en pánico, se volvía tan roja por la pena, que parecía la viva imagen de un tomate.

—¿Enid? —Wednesday estaba bastante confundida, aunque apenas lo hacía notar—. ¿Qué haces aquí? —pasaron unos segundos de silencio, cuando la pelinegra entrecerró sus ojos—. Así que eras tú quién me espiaba.

En esos momentos, la chica de ojos azules quería desmayarse. ¿Cómo sabía que ella la había espiado? No puede ser, Wednesday era más inteligente de lo que pensaba.

—Yo... —por más que quería hablar, no podía.

—Basta. Sé que fuiste tú —se acercó a ella, estando a pocos centímetros de su cara—. No quiero que lo vuelvas a hacer. Por un momento te mato creyendo que tú eras aquel idiota que había dejado una carta en este baño.

Enid tragó en seco. Seguía paralizada como antes, pero ahora era por la poca distancia entre ambas.

—Te veo luego.

Y aquella chica desapareció de su vista tan rápido como vino. Dedos también se fue junto a ella, confundido.

—No puede ser, por poco me descubre —suspiró agotada, saliendo de aquel baño.

La rubia decidió ignorar lo que había pasado, yendo a la clase que le correspondía. A la otra debía pensar mejor sus acciones, sin embargo, esto de dejarle cartas a Wednesday era solo el comienzo.

Ese había sido el día en el que Enid Sinclair había decidido empezar a mandarle pequeñas cartas de amor  a Wednesday Addams. La chica que, en secreto, le gustaba. 

Pequeñas Cartas de Amor | WenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora