Capítulo 1. El Baño

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Recostada boca abajo en su cama, Enid escribía en una carta. La inspiración en ella se le venía cuando pensaba en Wednesday, era su pasatiempo favorito, el escribirle a ella. Ya llevaba una semana con eso, aunque para su suerte, la pelinegra no la había cachado como la primera vez.

Sus cartas se basaban en decirle lo que no podía en persona: que le gustaba. Literalmente, todas sus cartas decían eso, aunque de diferentes formas. Aún recordaba aquella vez en la que se expresó de una forma tan cariñosa que Wednesday tuvo que romperla. Se rio cuando la vio hacerlo, pues ya sabía que iba a pasar, más no se sintió mal, ya que la conocía, pero mentalmente se regañaba por dejarse llevar.

"Quisiera que supieras mi identidad, pero no me atrevo a decírtelo, y no es porque sea una persona tímida, todo lo contrario, aunque conociéndote, me da algo de miedo. Sin embargo, me gustas".

Sus cartas anónimas no eran tan extensas. Claro, había excepciones, pero no solía hacerlo.

Salió de la habitación. De lejos, vio como Wednesday iba camino al baño, la rubia no dudó en llegar primero y antes que ella, así que se fue por un camino más corto, donde no se encontraría con la pelinegra.

Ya tenía la carta en mano, era la segunda vez que hacía eso, de entregársela en el baño, hasta podía recordar el momento de la primera vez, como si hubiera sido ayer. Esta vez no tenía ninguna mochila o algo que pudiera de alguna manera estorbarle, solo tuvo que dejar la carta ahí, justo como la semana anterior, en el primer lavamanos.

—Qué suerte que no haya nadie —susurró, metiéndose al cubículo de la vez anterior.

La puerta estaba abierta, así que no pudo saber cuándo fue que la chica gótica entró, hasta que unos cuidadosos pasos sonaron y escuchó su voz.

—No, solo quiero despejar mi mente —hizo silencio—. Sí, son por esas tontas cartas.

Wednesday hablaba con Dedos sobre el asunto de las cartas misteriosas. La verdad, nunca habían hablado del tema, solo se miraban entre sí sin decir algo. Sin embargo, hoy era la excepción, su compañero había sacado el tema.

—Espera —le hizo una seña a Dedos para que hiciera silencio, luego fue a cerrar la puerta, de una forma demasiado silenciosa, ni un chirrido salió de ésta. Cuando terminó volvió a donde estaba.

Dedos apuntó a la carta y Wednesday bufó.

—¿No se cansa? —frunció su ceño—. ¿Cuándo parará?

Un pequeño sonido la alarmó. Enid, sin querer, casi caía del inodoro, todo por intentar verla. Cuando escuchó el repentino silencio, supo que lo había arruinado.

—Sígueme —le susurró a Dedos.

Empezó a ver bajo los cubículos, y cuando llegó al último, fue cuando la vio.

«Lo sabía», en su mente se decía. Dedos fue el que se encargó de abrir la puerta, mientras la rubia cambiaba su expresión a una de pánico.

—¡Dedos! ¡No hagas eso! —pero fue muy tarde cuando exclamó. Y antes de que la pelinegra abriera la puerta, Enid tapó su boca.

—Hola —Wednesday estaba ahí, frente a ella—. No era necesario gritar, ya te había atrapado.

Enid abrió sus ojos de par en par, bajó ambas manos de su boca y se dirigió hasta quedar en el suelo, para quedar a la altura de Wednesday.

La pelinegra se hizo a un lado, dándole paso a la rubia que, con pena, caminó hasta los lavamanos. De reojo observó su carta, no estaba en el lugar exacto donde lo había dejado, pero ahí estaba. Supuso que Wednesday la tomó y después la devolvió, tal vez porque no le dio tiempo de leerla. Fue culpa de su inesperada interrupción.

—¿Quieres explicarme por qué estabas ahí, de nuevo?

La serenidad en Wednesday daba miedo.

La ojiazul no supo que decir, no quería mentirle, pero tampoco quería confesarle la verdad absoluta, no estaba tan loca como para contarle la verdadera razón. Ella trago en seco y negó.

Al ver aquello, su compañera se acercó a pasos firmes, colocándose delante de ella. Enid retrocedió, hasta llegar y tocar con sus propias manos la barra en donde estaban los lavamanos.

—¿Por qué lo hiciste? —esta vez preguntó de forma brusca, intentaba intimidarla, pero Enid no se iba a dejar.

—¿Para qué quieres saber?

No se le ocurría otra cosa que pudiera decir, aunque el acercamiento de Wednesday le causaba muchas emociones, estaba demasiado cerca de ella, como la otra vez, sin embargo, la otra se mostraba enojada.

—Respondiendo con otra pregunta. Inteligente.

Se alejó de la rubia y caminó para leer aquella carta. A Enid se le iba a salir el corazón, no podía creer que estaba viendo directamente como es que ella leía una de sus cartas. Las veces que la veía era a escondidas, pero aquí no era necesario hacerlo.

Estuvo demasiado atenta a sus expresiones faciales, a cómo es que Wednesday fruncía cada vez más el ceño por cada segundo que pasaba, por cada palabra que leía. Al final, tuvo que hacer como si nada, cuando vio que ésta misma había terminado de leerla.

—Sigue siendo tonto, como las cartas anteriores —le escuchó decir. Ahí fue que la ojiazul volvió a mirarla, aunque le sorprendió que la pelinegra la estuviera mirado y no fuera al revés.

—¿Pasa algo? —quería saber su opinión sobre las cartas, que le contara, pero no. Wednesday era Wednesday, y sabía con antelación que no le mencionaría el tema hasta que le tuviera verdaderamente confianza.

—Nada. Solo un papel tonto —vio como lo arrugaba y luego lo tiraba. Su puntería no falló, entró perfectamente en aquel bote de basura.

Enid asintió lentamente, intentando no verse sospechosa, cuando la gótica habló.

—No vuelvas a hacerlo.

Ella se alarmó, pues creía que le hablaba sobre las cartas.

—¿Q-qué?

Tampoco quería hablar de más, igual solo era paranoia suya.

—Espiarme —suspiró—. No vuelvas a hacerlo, ¿entendido?

Ahí fue cuando Enid pudo respirar en paz. Asintió repetidamente.

—No. Si ya lo hiciste una vez y te dije que no lo hicieras, pero lo volviste a hacer, es claro que lo volverás a hacer.

Parecía que Wednesday pensaba consigo misma. Sí, eso lo hacía.

La rubia prefirió intervenir.

—¿Entonces... puedo seguir haciéndolo? —la pregunta era inocente, pero para la contraria era tonta.

—No —y se retiró.

El aura que daba mientras caminaba, de esa forma tan siniestra, hacía que el corazón de Enid latiera con fuerzas. No iba a mentir, se quedó mirándola mientras salía. Realmente le gustaba. 

Pequeñas Cartas de Amor | WenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora