El invierno llegó aquel año con una sutileza agradable, lo suficiente para que los cuatro decidieran abandonar la calidez del fuego crepitando en la chimenea para saltar a la manta de nieve prístina que les aguardaba afuera. El espectáculo les arrancó grandes sonrisas, de admiración, de camaradería, y pasaron las siguientes horas preciosas entre carcajadas, bolas de nieve y recuerdos, muchos recuerdos.
Sin embargo, fue esa sutileza lo que les jugó una mala pasada. Cuando la noche llegó y entraron en casa, empapados por la nieve derretida, con las voces roncas de tanto reír y gritar, Peter comenzó a estornudar.
—No, no... estoy bien, Ed —dijo al instante, frotándose la nariz cuando su hermano giró a mirarlo mientras su sonrisa se desvanecía.
—Vas a enfermar —contradijo el más joven, frunciendo el ceño. Se volvió a sus hermanas, sacudiendo la cabeza—. Ya saben como es, ¿pueden preparar algo caliente, por favor? —pidió o quizá determinó, su voz no daba espacio para debatir.
—Lo haré yo — dijo Susan, colocando su mano sobre el hombro de Lucy con delicadeza cuando ella se adelantó—. Aún eres demasiado pequeña, Lu. ¿Por qué no asistes a nuestros hermanos? Este pequeño placer nos puede costar caro —añadió con una ligera severidad, quitándose la chaqueta, los guantes y la bufanda para colgarlas en el recibidor—. Prepararé té con miel para todos. Cambien sus ropas y esperen —ordenó.
Peter rio por lo bajo ante el tono auditorio de la voz de su hermana.
—Claro, señora —murmuró con cierta sorna. Se inclinó brevemente ante Susan en una reverencia torpe y graciosa, y pasando los brazos por los hombros de Edmund y Lucy, empezó a subir las escaleras.
Edmund sonrió con diversión, y Lucy apenas pudo ahogar una risa traviesa. No importaba si era Londres o Narnia, una vez que estaban en casa, Susan tomaba las riendas y ni siquiera el Sumo Monarca osaba desobedecerla.
Sin dejar de mirar a sus hermanos con afecto y exasperación en iguales medidas, Susan sacudió la cabeza, y luego se dirigió a la cocina. Su madre estaba preparando la cena y sonrió cuando la vio entrar.
—Cariño —saludó con entusiasmo—. ¿Se divirtieron?
Ella asintió.
—Fue agradable —contestó llanamente, buscando la tetera—. Pero creo que Peter no la pasará tan bien dentro de poco. Está estornudando —añadió al ver a su madre parpadear con incomprensión.
La señora Pevensie retorció el mantel que tenía en las manos, preocupada.
—Oh, Peter. Le dije que se abrigara bien —se lamentó—. Este invierno es menos frío que los anteriores, pero aún así... Le prepararé una infusión y...
—No se preocupe, madre —cortó Susan de forma distante.
La mujer apenas había advertido el momento en que su hija mayor había llenado la tetera con agua. Cuando parpadeó, ya estaba en el fuego.
—Me ocuparé de mis hermanos sin problema. No necesito ayuda. —Susan ni siquiera la miró mientras buscaba las tazas. Su tono era tan cortés que se sintió como si fuese una reprimenda que hizo que sus entrañas se agarrotaran.
No pudo evitar congelarse en una postura tonta, mirándola con tanta fijeza, con tanta intensidad que Susan, advirtiendo la pesadez, giró y arqueó una ceja.
—¿Madre?
—Lo estás haciendo de nuevo... —musitó, esbozando una sonrisa temblorosa. Sentía que podría llorar sin titubeo—. Otra vez, estás diciéndome madre y no mamá...—Sabía que sonaba como una niña berrinchuda y no como la mujer que se suponía era, pero no podía alejar el aterrador pensamiento que había tenido un año atrás, el día que sus hijos volvieron de la mansión del profesor Kirke.
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Pérdidas
FanfictionTodo se trataba de perder algo: sus padres habían perdido a sus hijos, Peter y Susan a Narnia.