C a p í t u l o 1

44 3 9
                                    

Candela

Haré que creas que soy diferente a los demás, pero primero ayúdame a elegir la banda sonora de mi vida. Villana ya tengo: la intrusa que roba mi identidad para sortear todas las alarmas en mi cuerpo, la misma que hace todo tipo de desastres en mi mente. Soy la mejor antagonista, porque no hay quién pueda hacerme más daño del que yo me hago. Conozco todos mis puntos débiles, las palabras que más me duelen, los temores que me provocarían pesadillas y las preocupaciones que no me dejarían descansar. No morirá hasta que yo lo haga, así que puede aparecer en todas las secuelas hasta aborrecer al público.

Veintiún años conviviendo con mis pensamientos era agotador, tanto que me había olvidado de quién era, de cuál era mi verdadera identidad. Por el contrario, la voz de mi interior había desarrollado su propia personalidad: era estricta, egoísta, inflexible, perfeccionista, obsesivo-compulsiva, poco empática y cruel, de todo menos benevolente. No existía para el resto, y yo solo podía escucharla en mi cabeza, hasta que conseguí darle forma a través de la música. No quería concederle más poder del que ya tenía sobre mí, pero éramos dos caras de la misma moneda, y hacía tiempo que cuando la lanzaba, ella siempre ganaba. Me había rendido tan fácil y rápido que era decepcionante, pero supo cómo embaucarme prometiéndome fuerza a cambio de sufrimiento, así que me dejé. Ahora podía disfrutar del dolor, de la soledad, la nostalgia y la autocompasión.

Le di un altavoz el mismo día que empezó mi carrera musical, una tarde lluviosa de octubre, siendo aceptada como vocalista en Thunderstorm, un humilde grupo de rock alternativo con metas muy ambiciosas. Conocidos anteriormente como Black and Blue, habían aprovechado la renuncia del anterior cantante para cambiar drásticamente su imagen.

Ser la más pequeña de los cinco podía llegar a ser agradable, había una parte de mí a la que le gustaba sentirse protegida. Lo mejor de caerse era tener quien te curase las heridas, y no había sensación más hogareña que esa. Así me sentía cuando los chicos se preocupaban por mí, porque si tenían algo en común todos ellos era su interés por defenderme y mantenerme a salvo, como si yo no pudiese hacerlo por mí misma todavía.

—¡Estoy en casa! —Me sobresalta la voz de mi tía, que probablemente se encuentre en la entrada.

Rápidamente recojo los papeles que se esparcen sobre las sábanas de la cama y los escondo bajo la almohada. Eran escritos que solo tenían valor para mí, pero que me gustaban mantener bajo secreto.

Cuando me levanto, me lanzo sobre el reproductor de música para dejar de escuchar mi voz sobre la guitarra de Mencía.

Siempre me pasaba lo mismo, cuanta más prisa sentía que tenía, peor me salían las cosas. Así, salí a trompicones de mi habitación, no sin antes tropezar contra el borde de la alfombra antigua que se extendía a lo largo del pasillo.

—¡Estoy arriba! —Malhumorada era un adjetivo que se quedaba corto en aquel momento.

Luché por recuperar el equilibrio y crucé el corredor a zancadas, esperando que mi teatralidad advirtiese a mi tía de que hoy mi paciencia era muy limitada. La disputa que íbamos a tener no aportaría nada nuevo: ella me diría que estaba preocupada por mí, y yo le pediría espacio y tiempo. El hecho de que tuviese una copia de las llaves tampoco le daba derecho a entrar cómo y cuando quisiera.

Cuanto más me acercaba al final del pasillo más se intensificaba la luz procedente de los ventanales que decoraban una de las fachadas de la casa, obligándome a entrecerrar los ojos. La claridad era tan cegadora que me hacía cuestionar cuánto tiempo había pasado encerrada en la oscuridad de mi habitación.

Alcanzo la barandilla y resoplo con fuerza para apartar los pelos castaños que se habían esparcido por mi rostro. Estaba preparada para enfrentar a mi tía cuando bajo la mirada a la entrada.

ThunderstormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora