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La venganza es el manjar más sabroso aderezado en el infierno

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La venganza es el manjar más sabroso aderezado en el infierno.
Walter Scott.

Camino arrastrando mis pies al salón de detenciones mientras planeo mi venganza. La rabia corre por mis venas y mi impotencia aumenta al recordar lo ocurrido anteriormente y quedarme sin poder hacer nada. Llego a mi destino y antes de tocar la puerta suspiro para intentar calmarme.

—Adelante —me indica una voz luego de dar varios toquecitos. Me adentro en el salón y aproximadamente unos diez estudiantes me reciben con sus miradas juzgadoras, algunos arrugan sus rostros mientras que otros desvían la mirada y siguen en lo que estaban.

Ni siquiera me detuve a observarlos a todos cuando me siento en el primer sitio vacío que veo. Los murmullos cesan y cada cual vuelve a sus asuntos. Frunzo el ceño confundida, nunca había pisado una sala de detenciones y resulta que se hace ¿nada?¿Cómo pretenden que uno aprenda lo mal hecho haciendo nada? Bufo frustrada al tener que estar sentada aquí durante dos horas y todo por culpa del imbécil de...

—Noah, ¿otra vez? —la voz que había escuchado al entrar, hace mención de ese nombre y alzo la vista inmediatamente.

¿Qué hace aquí?

—Créeme que esta vez tengo muy buenas razones —me mira sonriendo ladino, lo que provoca que mi corazón estalle y mis mejillas ardan por el color carmesí que no tarda en aparecer. 

Noah entra aún sonriendo con su mirada clavada en mí, escucho algunos suspiros provenientes de atrás y no puedo evitar poner los ojos en blanco.

Claro. Era de esperarse.

—Yo sí te daba y no consejos —comenta descaradamente una de las chicas.

Pongo los ojos en blanco nuevamente negando con la cabeza.

—Otra que tiene el gusto en el culo —susurré.

—¿Disculpa? —la chica desvía su mirada hacia mí, indignada.

—Disculpada —finjo una sonrisa.

La chica se me queda viendo confundida unos segundo para luego continuar comiéndose a Noah con la mirada.

El susodicho está sentado en el último sitio tonteando con la chica que manda señales muy obvias hacia su persona.

Le resto importancia a la situación, busco la manera de entretenerme pero recuerdo que el idiota de Noah aún tiene mi celular. Necesito recuperarlo o no sobreviviré a las tres horas que debo pasar en este salón sumergida entre tanto aburrimiento. Como si mis súplicas fuesen escuchadas por alguien en alguna parte del universo, el profesor que supuestamente debería cuidarnos —ni que fuéramos críos—, abandona la sala y aprovecho la oportunidad.

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