Capítulo 10

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-Trata de relajarte y no pienses en el dolor. Si quieres te puedo dar jugo de adormecedora, compré un poco.

-Por favor, soy el Gato con Botas, fuerte como un toro. No necesito ninguna poción para el dolor.

Desde que Perrito se había ido a buscar ver la "preciosa vista" desde el balcón (el único pretexto que se les había ocurrido a los felinos para que saliera de la habitación), la gata bicolor había tratado de convencer a su novio para que se tomará un calmante.

-Te dolerá, Gato, le dolería hasta a un Minotauro. Deja de retrasar todo o pensaré que es por miedo.

-Miedo, ja. No le temo a un simple rasguñito, gaje del oficio. Mi única preocupación es que a ti o a Perrito les pasé algo.

Kitty sonrió, enternecida, y se sentó en la cama al lado de Gato.

-En momentos así me doy cuenta que de verdad has cambiado, y me alegro de que estemos juntos.

-No más que yo, mi reina- le aseguró el naranja.

-Mi reina...ese era muy escaso, solo durante la celebración de una misión particularmente peligrosa.

-En ese entonces no me daba cuenta de lo importante que eres para mí en cada segundo, que te mereces ese nombre siempre.

Los felinos se besaron, emocionados, con la total entrega y confianza.

-A pesar de que significa mucho para mí lo que has dicho...debo curarte esa herida.

-Anda, Kitty, sin adormecedora.

-De acuerdo, pero la tendré a un lado y te la tomarás cuando te duela demasiado.

-Vale.

La ojiazul examinó con delicadeza la herida, y dictaminó su profesional opinión.

-Es más sencilla de lo que yo creía, solo limpiar, no es necesario coser.

-Ja, yo tenía razón. No era necesario gastar oro en aguja e hilo.

-¿Y quien dice que gaste oro?- la blanquinegra agitó una de las emblemáticas botas de Gato.

-!Eh, que no te cansas de hacer eso!

-No. Pero ahora, tu herida. Piensa en otra cosa, cierra los ojos y no muevas el brazo.

-¿Como voy a poder pensar en otra cosa? Tus patas son tan delicadas que no se sientes, así que parecería que solo hay dolor.

-Si quieres tomar el jugo de...

-No, no, no, no.

-Bueno, entonces habré los ojos y mira, pero ni se te ocurra mover el brazo.

-No se me pasaría por la cabeza- ironizó- pero, podrías distraerme, por favor. Solo sigue hablandome.

-De acuerdo- mientras preparaba una gasa, preguntó- ¿Como conociste a Perrito?

El atigrado abrió los ojos desmedidamente.

-Haber...lo habían secuestrado una banda de gigantes criminales que comían perros vivos, y yo, apesar de estar en mi última vida lo salve. Quedó tan agradecido conmigo que me siguió de ahí en adelante.

-Jajaja, ¿En serio me crees tan ingenua?

-!!Auch!!

-Lo siento, pero ya te dije que dolería bastante. Ahora cuéntame la verdadera historia, o le pediré a Perrito que se la cuente a toda la posada.

-¿Y por qué crees que me afectaría eso? !Ay!

-Porque no inventariado una historia tan ridícula si la de verdad no te hiciera quedar mal. Pero te prometo que no te juzgare ni me retire más de lo inevitable.

El Gato con Botas: La última vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora