CAPITULO 34:

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Después de que la señora Macarena se cercioró que estábamos bien servidos con la cena, se retiró de la suite, deseándonos buen provecho. Y que Andrew se recuperara de la gripe. Yo me tardé un par de minutos en volver a la cama, con la bolsa de mi cena, fingiendo revisar el móvil. Cuando la realidad era que hacía tiempo para que el no viera las lágrimas en mis ojos, y tener que explicar después que lloraba, porque sus palabras me habían puesto sensible. Porque anhelaba con toda mi alma contarle mi situación, que yo tambien era una inmigrante y que a pesar de los meses pasados, aun me sentía asustada por ello. Porque me encontraran, porque en las noches soñaba que la policía me perseguía en el desierto, o Adolfo me hallaba. Me moría de dolorosas ganas de no cargar con este peso sola, y que al saberlo el, me estrechara en sus brazos jurándome que todo iría bien y que él estaría conmigo. Pero la realidad era que muy posiblemente pasara lo opuesto cuando lo supiera, me echara de su lado, me tratara de criminal y mentirosa, finalmente denunciándome a la policía.

Así que me tragué todo. Fui débil y solo cambié de tema para que el no sospechara. Y gracias a Dios la puerta fue mi aliada y me salvó de sus preguntas. Aunque quizás no del todo. El me contemplaba muy suspicaz.

— ¿No vas a comer? No encuentro platos con tu cena en lo que trajo Macarena.

Vi que le sacaba el papel chicle que cubría el plato de sopa para conservarla caliente.

Una inhalación, y pude mirarlo de nuevo, las lágrimas escondidas. Le enseñé la bolsa donde estaba la cajita con mi cena.

—Yo no pedí sopa. Mi plato es diferente.

Afirmó y me enseñó el mueble.

—Entonces siéntate a cenar conmigo, por favor. ¿O me vas a dejar aquí solo?—sonreí con debilidad y volví a acercarme.

—No. Comeré contigo. No es que me guste demasiado la soledad.

Le ayudé con los cubiertos envueltos en un paquetito, y llevando el papel chicle a la basura del baño.

— ¿Ah no? ¿Qué es entonces lo tuyo, Mónica Guerrero—saqué mi cajita del paquete.

— ¿De qué?

—De gustos, aspiraciones, sueños.

—Pues en la comida ya sabes que las galletas con mantequilla de maní—asintió.

—Sí. Pero porque te dio envidia y me robaste mi dulce favorito.

Comencé a reír con él.

—Fuiste tú el que me lo robó a mí. Te dio envidia. A mí siempre me han gustado.

—A mi tambien—lo vi comer su cena con bastante apetito, mientras yo removía las cintas adhesivas que sellaban el plato— ¿Qué más? ¿Cuál es tu sueño más grande?

Medité muy bien, y cuando la imagen de un mar hermoso me vino a la mente, con varios delfines en él, se me dibujó una sonrisa en el rostro. La voz de Adolfo en mi mente importunó ese recuerdo. «Nadar con delfines es estúpido, gatita». Me dijo la vez que le conté. «Pide más bien tener millones para que aguantarte no sea tan difícil». Miré a Andrew que continuaba a la espera, y negué.

—Mejor otro día te digo. Es... un sueño tonto.

Frunció el ceño.

—No lo es. Ningún sueño es tonto. ¿Qué te gustaría?—volví a negar.

—Come mejor, se te puede enfriar.

—Moni...—me reprochó.

Suspiré.

SUITE 405 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora