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El miércoles por la tarde, Anahí casi provoca un asesinato en su oficina. El sábado le había dicho a su jefe su idea para la publicidad del perfume de Selvática y los cambios que habían hecho Rubén y Diego y, desde el lunes, sus «compañeros» la habían empezado a hacer la vida imposible llenándola de trabajo y haciendo comentarios bastante fuera de lugar cada vez que tenían oportunidad. Pero la gota había colmado el vaso minutos antes, cuando el imbécil de Diego había insinuado que estaba allí por lo buena que estaba y lo bien que tenía que follar. Anahí había hecho como que no lo había odio y había apretado bien su taza entre sus manos pero cuando Rubén se había reído y había agregado que dónde estaba la lista de espera para disfrutar de ella. Se había sentido tentada a arrojársela, incluso con el café en ella, que seguro que aun tenía que quemar.

En lugar de eso, había conseguido llegar hasta su oficina caminando con normalidad, había cerrado la puerta y, sin pensárselo, había marcado el teléfono de Alfonso implorando que no estuviese en medio de una reunión y le mandase al buzón de voz.

— ¿Annie?

Del otro lado de la línea, la voz ronca y profunda de Alfonso la había calmado instantáneamente. Pero se había empezado a sentir mal al segundo, al darse cuenta que le había despertado.

— Lo siento, yo...
— No te preocupes, supongo que los informes no son lo más entretenido —rió él, gimiendo un poco y haciendo que Anahí se lo imaginase estirando sus músculos—. En realidad te agradezco la llamada, estaba a punto de sufrir torticolis por aburrimiento.

Anahí intentó reír, pero no fue capaz. Hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa y se alegró porque Alfonso no pudiese verla.

— ¿Qué pasa?
— Nada —suspiró—. Solamente llamaba para evitar que te durmieses toda la tarde, ya sabes, babeando los informes y esas cosas.

Alfonso notó que la voz de Anahí parecía dolía y a punto de derrumbarse pero, conociéndola, sabía que no diría nada así que decidió darle una tregua y seguirle la corriente por el momento, hasta estar frente a frente con ella y descubrir porqué estaba mal.

— Mi salvadora —suspiró, imitando a un enamorado— ¿Llamabas para ofrecerme algún plan?
— No me apetece ir a jugar fútbol —terminó suspirando ella, aunque si quería estar con él.
— Bien porque no estaba pensando en pasar la tarde con nadie más —sonrió, como si le pudiese ver.
— Puedes invitarme al cine.
— ¿Qué si puedo...? —Alfonso soltó una carcajada— Serás bruja, ¿llamas para que te invite al cine?
— Sería estupendo, gracias, ¡qué detalle! —se rió ella, siempre hacía lo mismo— Yo puedo pagar el parking.
— El parking es gratis, bruja.
— Por eso. Busca una buena película y pasa por mi a las... —miró su reloj, había decido que su jornada terminaba ahora mismo— Seis. Estaré esperándote ¡Adiós, Poncho!

Media hora después, Anahí había llegado a su casa y había ido directamente al baño para encender el grifo y llenar la bañera. Echó algunas sales relajantes y apagó casi todas las luces antes de servirse una copa de vino blanco y meterse en la bañera con el pelo recogido en lo alto de la cabeza. Suspiró, sintiendo como sus músculos se relajaban con el agua caliente, y cerró los ojos tras darle un sorbo a su copa.

Alfonso compró un par de entradas para la película más entretenida que vio y se dio una ducha rápida para cambiarse el traje de oficina con el que todavía estaba y también eliminar el cansancio y la tensión de sus hombros. El lunes, su jefe había anunciado que pronto habría un ascenso y se nombraría a su nuevo socio y las ansias por conseguir el puesto habían aumentado las competencias entre compañeros. Alfonso deseaba ese puesto desde que había entrado a trabajar ahí, pero también sabía que era difícil conseguirlo porque, aunque tenía muchas cosas a su favor, también había otras en su contra como. Por ejemplo, que no pensaba sentar la cabeza pronto. Y Lucio era muy tradicional para esas cosas. Su empresa era una empresa familiar, había pasado de padres a hijos desde hacía más de cien años pero los tiempos habían cambiado y, lo que antes era un orgullo para la familia Vidal, ahora era una obligación que los hijos de Lucio no querían ni regalada. Por eso buscaba un socio pero claro, un soltero sin ideas de formar una familia no entraba dentro de sus planes así que lo tenía complicado.

Pasión descontroladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora