CAPITULO 16

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—Me he casado con el puñetero Rey Midas.

Haechan dejó escapar un resoplido, se echó hacia atrás en la silla y fijó la mirada en la pantalla del portátil. Llevaba los últimos veinte minutos sentado en la mesa de la cocina, buceando por internet y viendo con sus propios ojos quién era el tipo que la había abordado en China.

El Rey Midas, así lo nombraban algunos titulares, un auténtico león de los negocios, capaz de coger una empresa en ruinas y elevarla al olimpo de la mercadotecnia. Se hablaba de sus logros, se replicaban sus palabras con respecto a sus negocios, a sus apoyos logísticos, actos benéficos... pero no había nada más personal, ni sobre sus inclinaciones políticas ni sobre su vida personal; nada oficial al menos.

Y luego estaban las fotos en las que salía con una apariencia elegante, pero fría, simplemente correcta, un postureo ante la cámara en la que no asomaba ninguna pícara sonrisa, dónde la mirada era casi glacial y solo transmitía la serenidad y frialdad de un hombre de negocios.

El tipo de la foto era un muñeco que nada tenía que ver con el hombre que había tenido frente a él, con quién había hablado, reído, discutido, con quién había retozado entre las sábanas y conocido su pasión.

No, no había una pizca del hombre que hoy había lanzado al agua.

Hizo una mueca ante el solo recuerdo.

—¿Qué locura se apoderó de mí para lanzarlo al agua? —masculló.

Y ahora tenía que decidir si cenaba con él a modo de compensación y le convencía de que firmasen un rápido y amistoso divorcio o lo plantaba y se metía en el pleito interminable que sospechaba pondría en marcha solo para llevarle la contraria.

—Como si tuviese opciones —resopló.

El hombre que le devolvía la mirada desde la pantalla del ordenador era implacable, acostumbrado a hacer su santa voluntad. Pues bien, iba a llevarse una sorpresita con el menor, pues no era de los que claudicaban y daban su brazo a torcer así como así.

—Ponte algo negro —imitó su voz—.

Echó un vistazo al reloj y resopló. Tenía todavía un par de horas por delante para registrar su armario y buscar la prenda menos sexy que tuviese; algo que no sería demasiado difícil visto su fondo de armario.

—Siempre puedo ir con el uniforme de trabajo —sopesó —Sí, eso es lo que haré —sentenció bajando la tapa del portátil, apagando así el ordenador, para levantarse, estirarse como un gato perezoso aliviando el dolor en la parte baja de la espalda al mantener mucho tiempo la misma posición y dirigirse hacia su dormitorio y se detuvo en medio del pasillo al escuchar el timbre de la puerta.

—¿Y ahora qué?

Era imposible que fuese él, todavía le quedaban un par de horas por delante de libertad, así que solo podía tratarse de alguno de sus asistentes, probablemente Jaemin, que viniese a insistir en que se comprase algo nuevo para su cita.

Avanzó hacia la puerta con una réplica lista en los labios, pero cuando echó un vistazo por la mirilla no pudo evitar emitir una larga retahíla.

—Joder, ¿qué puto premio al desastre me he ganado? —rezongó—. Era lo que me faltaba.

¡Mierda!

—Haechan, que sepas que te estoy escuchando, así que abre la puerta.

La rotunda afirmación que llegó desde el otro lado lo hizo sisear. Resopló, se pasó la mano por el rostro y finalmente abrió.

—¿Qué coño haces tú aquí?

—El hombre que se encontraba al otro lado de la puerta, con un bolso cruzado a modo de bandolera y una camiseta que la proclamaba amante de los gatos, se llevó las manos a las caderas.

ღ 𝐔𝐍𝐀 𝐁𝐎𝐃𝐀 𝐄𝐍 𝐂𝐇𝐈𝐍𝐀 ღ || ᴹᵃʳᵏʰʸᵘᶜᵏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora