El agridulce sabor de la victoria

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—¡Querés que te acomode los caramelos en el frasco, forro! —El colectivero, ya con la mano en el garrote, no puede creer cómo ese piojo acaba de cruzársele, y encima de contramano. Bien suicida.

Y Kevin no puede creer en su suerte: la rubia hermosa, una rubia incluso más linda que Scarlett Johansson, se choca contra su pecho.

—¡Ay, perdoname!

—No, por favor —responde Kevin—. Yo también tengo que pedirle perdón al tipo que pisé, ja. —La rubia sonríe, y Kevin le tiende la mano—. Hola, soy Kevin. ¿Puede ser que vayas a Música en la UCA?

—Tatiana. Y no: yo voy a Ingeniería en otra universidad. —Kevin la nota extrañada y divertida—. Y seguro que vos vas a Derecho.

—¿Tan predecible soy?

Después de hablar unos minutos, sigue el momento que nadie quiere sufrir. Ese momento en que no sabés qué decir, porque podés hablar tanto de física nuclear como del supositorio de tu abuela. Kevin busca mantener el equilibrio sobre esa línea que divide la paciencia del desastre.

Que sí, que no, que hablale. No, no le digas nada, hacé voz impostada y decile algo seductor, no, vas a quedar como un tipo cualquiera, tal vez te da el número, tal vez no, vas a ser rechazado y quedará para siempre en tu recuerdo, prefiero no decir nada, prefiero hacer todo lo posible, dale a jugársela, no, no sé, bueno sí, no, mejor no, dale chabón, ponele onda, si te va bien salís con ella, si te va mal hiciste lo que pudiste, y no hay reproches, no le digas nada tiene una foto en el celular con un tipo, seguro que es el novio, a todo o nada, te faltan un par de cuadras para bajar, dale, bueno voy con todo, uno, dos y tres:

—Tatiana, yo me bajo en la próxima. —La luz roja del semáforo ayuda a Kevin, como si el universo le guiñase un ojo—. Me caíste muy bien. Estaría para seguirla. —Vamos, capo, centrala—. Nunca hice esto, pero... ¿me darías tu número?

Y el espectáculo se detiene.

Son los dos segundos más lentos.

Son los dos segundos más lentos del universo.

Los chismosos, con las orejas paradas y extasiados por el chamuyo principiante del universitario y la belleza de la rubia, esperan ansiosos la continuación de la novela.

—Sí, flaco, anotá. —Kevin, con el brazo derecho, saca del traje una lapicera y un papel, y con el izquierdo hace un gesto de triunfo como si fuese a gritar un gol.

Sonrisas cómplices, risas contenidas, algarabía manifiesta. Qué final, señores, qué final. Qué pericia la del joven inexperto que busca salir con la chica de sus sueños.

Kevin vivió una historia de amor esplendorosa, con una mujer de la que se narrarían mitos y leyendas por los siglos de los siglos. Una mujer a la que hizo entrar a la historia por la puerta grande. ¿Quién se atrevería a osar decir algo ofensivo contra ella? Su sonrisa, su belleza, su inteligencia, todo era perfecto. Corrieron una y mil aventuras a la luz de la luna en una playa del Caribe, en una montaña o en el valle bajo las estrellas. Después, el compromiso, los hijos. Años, décadas de paradisíaca contemplación, de amor intacto y duradero y eterno.

Lástima que la mejor historiade amor jamás contada terminó en la lavandería de un japonés llamado Hattori. Kevinle dejaba su ropa cada sábado. El número en el papel, el papel en el pantalón, elpantalón en el lavarropas, el lavarropas en la lavandería, la lavandería en la esquinade la cuadra de la casa donde vivía Kevin. Y Kevin preguntándose por qué carajonunca la pone.

Las Desventuras de KevinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora