Epílogo III: Aroma a tí

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Un nuevo día había comenzado en la amarga vida Lai Row, el vidente de la Torre de Taflem. Un día más lejos de ella. Otro día agregado a esa lista de días contados, desde que se fue y lo dejo allí, solo, con el corazón destrozado, las ilusiones rotas y una herida en alma que no dejaba de sangrar.

-Un día mas...- murmuró, mirándose al espejo -En el que mi maldita cabeza no te para de extrañar-

Había cambiado, ya no era el hombre bondadoso y paciente de antes. No, ahora era despiadado e insolente con cualquier persona que se acercara a él. Miró alrededor de su habitación y su cama estaba hecha trizas y tampoco pensaba reponerla. Le daba igual, a penas y dormía. Su aroma seguía allí, en ese lugar, perturbandolo, al igual que el pendiente que olvidó y que siempre llevaría con él.

Jamás olvidaría el día que despertó sin ella, sin esa preciosa hechicera que iluminaba su vida y que había desapareció, sin decirle adiós. El recuerdo volvió a él como una flecha, atravesando su memoria, mientras leía su nombre por milésima vez.

Amaneció y la mañana estaba muy fresca, era lógico, la noche anterior había nevado muchísimo. Él estaba dormido boca abajo, pero los tenues rayos de luz que ingresaban por la ventana, no lo dejaban dormir en paz.

-Dea...- murmuró somnoliento, palmeando la cama -Dea... Preciosa... Cierra las cortinas- dijo en el mismo tono, sin respuestas y abriendo uno de sus hermosos ojos -¿Dea?- se incorporó observando alrededor, buscándola, pero ella no estaba -¿Preciosa?- observó una vez más y no había rastro alguno -Seguro que fue a su habitación antes de que Hartia nos encontrara- habló con el mismo, tapando sus ojos y lanzándose de espaldas a la cama -Por fin...- rió extasiado de felicidad -Por fin eres mía, preciosa- se levantó, vistió y salió en su búsqueda. Estaba enérgico y moría por verla -Preciosa...- golpeó la puerta frente a él -Dea, amor mío... Abre la puerta- esperó y no respondió -¿Dea? ¿Estás bien?- preguntó preocupado, pero todo fue silencio -Voy a entrar...-

Tomó el pomo y abrió la puerta. La habitación estaba completamente vacía y a oscuras, como si nadie hubiera pasado la noche allí. Ingresó a grandes zancadas abriendo las cortinas de golpe, para ver con claridad. La cama estaba intacta y el closet, completamente vacío. Ella se había ido.

Él no era estúpido, comprendió de inmediato la situación. Lo sucedido la noche anterior, no fue el comienzo de una relación hermosa y duradera como él había imaginado. No, fue el primer encuentro de amor y despedida para ambos.

Preso de la locura y de una incontenible furia, destrozó cada objeto dentro de esa habitación. No quedaría nada si seguía así y eso, era lo que él deseaba, que no quedara nada. Era su manera de olvidarla, de olvidar todo de ella, de olvidar ese gran amor y las mentiras que dijo antes de marcharse.

-¡Lai!- gritó perturbado, el maestro de hechicería por la furia y el poder de él, que podía sentirse hasta en lo mas recóndito de la Torre -¡Ya basta!- levantó una mano -¡Estás asustando a todos!-

Era cierto, un gran grupo de alumnos y maestros se encontraban en la puerta de la habitación, observando el escándalo con pavor. Él se acerco y lo tomó del cuello de su túnica con fuerza.

-¿¡Dónde está!?- exigió saber con sus ojos lanza llamas -¡Estoy seguro que tú sabías que se marcharia, Hartia!- le gritó en la cara -¡Dímelo! ¿¡A dónde se fue!?-

-Tú dímelo- contestó y lo tomó de las muñecas con fuerza, para tratar de calmarlo -Dimé a donde se fue, Lai- habló tranquilo.

Cerró sus ojos al encontrar la respuesta.

-Amestris- murmuró bajando la mirada y soltándolo -Se fue a Amestris-

Salió de allí con su vista pegada al suelo y caminando en silencio hacia su habitación. Al llegar, su aroma lo invadió por completo. Su cama, el lecho donde habían pasado la noche juntos, olía a ella. Sin poder soportarlo, levantó su mano y la hizo trizas, sin ningún tipo reparo o consideración.

Un poco más tranquilo, se acercó a los pocos vestigios de madera que quedaban en pie, sentándose en el suelo y tomando el pendiente de dragón que se encontraba en la mesita de noche. Leyendo ese nombre, una y otra vez, para intentar sepultarlo en lo más profundo de su memoria, sin siquiera, soltar una lágrima.

Un golpe en la puerta lo hizo regresar. No valía la pena seguir atormentándose por lo mismo, todos los días, desde que ella se marchó. La voz de Hartia se sintió del otro lado.

-Lai...- habló y golpeó de nuevo -Acaba de llegar una carta para ti- silencio -Bueno, dos... Pero una... No te gustará- se acercó a la puerta y la abrió de golpe.

-Gracias- dijo hosco. Le quitó las cartas de su mano con fuerza y cerró la puerta, tal cual la abrió -¿Keilot?- leyó el remitente de uno de los sobres. Era la primera carta que le enviaba su amigo del país vecino -Y... Otra vez tú...-

Acotó nostálgico, metiendo el sobre en un enorme libro dentro de un cajón con un par de cartas más, sin abrir. Abrió la de su amigo y comenzó a leerla con una pequeña sonrisa en su rostro. Otro golpe interrumpió su actividad, bufó y abrió la puerta, exasperado. No le daban paz en ese lugar.

-Hola, Lai-

Saludó inocente la joven pelirroja y de grandes ojos azules frente a él.

-¿Qué quieres?- cuestionó brusco.

-Vine a buscarte- explicó tímida -Hoy tengo clases de adivinación contigo-

-Luego...- intentó cerrar la puerta, pero ella, lo detuvo - Más tarde iré por ti, Irene- frotó sus ojos -Ahora quiero que te vayas-

-No lo haré- dijo firme -Tú eres mi maestro...- afirmó -Los antiguos te lo asignaron y tienes que obedecer-

Guardó la carta dentro de su chaqueta y caminó con ella, en dirección a la sala astral.

-Eres una insoportable- Ella sonrió, a pesar de haberla insultado -Aún no comprendo porque eres mi discípula-

-Porque soy una ilusionista- sonrió aún más. Ese hechicero, le encantaba -Es lo más parecido a ser vidente aquí-

Lo miraba, adorándolo. Siempre estuvo enamorada de él, aunque había cambiado tanto, hasta en su forma de vestir y actuar con los demás, sin saber porque.

-Eso no es cierto- mencionó con desprecio -Ser un ilusionista o un encantador, no se parece en nada a ser un vidente- agregó molesto. Odiaba profundamente la enseñanza -Detestó dar clases- confesó.

-Solo será por dos años, Lai- acotó sonriendo -No será tan malo como creés. Prometo ser buena alumna-

No le importaba en lo más mínimo lo que ella dijera.

-Maestro- indicó con mala cara -Maestro...Ahora tienes que decirme maestro-

Frunció el ceño, no quería ni mirarla a penas y la toleraba.

- Está bien- bufó, fastidiada -Maestro- rectificó. Habían llegado a la sala -Por cierto, ¿Sabés algo de la Hechicera de la Luna?- cuestionó despectiva -Hace un mes que se fue de aquí y nadie sabe nada de ella, ¿Tú sí?- señaló -Ustedes eran grandes amigos- agregó maliciosa.

Él estaba estático, cada vez que alguien hablaba de ella, su estomago y sus nervios, sufrían un colapso.

-No- contestó con la voz ronca -Yo no puedo tener visiones de la vida de ella- abrió la puerta con la manos temblorosas.

-¿Por qué?-

Ingresó al lugar interesada por la respuesta.

-Porque...- carraspeó para acomodar su voz -Porque estoy enamorado de ella- confesó -Y creo que nunca dejaré de estarlo-

Comentó finalmente, para luego, comenzar con la clase. Sus palabras destrozaron el corazón de la hechicera pelirroja. Pero aún así, aunque le llevarán años, ella iba a conquistar a ese apuesto vidente, cueste lo que cueste.

Una Alquimia llena de Magia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora