¿AÚN TE GUSTO?

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 Enero 28 9:00 p.m

Una pareja de esposos llevaban ya varios minutos discutiendo en una pequeña cafetería de la localidad de Birmingham, Inglaterra. Los ánimos de la pareja estaban más que caldeados, ni la nieve que ya comenzaba a caer de manera acelerada, ni el frío parecían hacer mella en ellos, pues ni uno de los dos cedía un milímetro de su postura.

El hombre de imponente presencia y cabellera castaña había irrumpido en el lugar como si fuera un torbellino buscando a la rubia mujer causante de su enorme molestia. Cuando la divisó a lo lejos, sintió que estallaría de coraje; pues ella estaba cómodamente sentada, disfrutando de una taza de chocolate caliente acompañado con una rebanada de pastel y sin que su rostro refleje la más mínima preocupación.

–¿¡Pero qué haces aquí!?– reclamaba de manera airada la bella mujer de brillantes ojos verdes al guapo hombre de cabellos castaños y penetrantes ojos azules que la miraba como tempestad en medio del océano

–¡¿Y qué piensas que puedo estar haciendo aquí?! He estado muy preocupado por tu paradero toda la tarde; sin embargo, vengo a encontrarte aquí muy cómoda disfrutando una taza de chocolate como si nada pasara hubiese pasado. ¿Crees que tu comportamiento se quedará así? ¡Ni en sueños! Te has portado muy mal señora mía. ¡En este momento te vienes conmigo!

–¡JA! No me puedes obligar a hacer algo que no deseo. Vine con Edward y él será quien me lleve a casa. Tú puedes irte por donde llegaste.

El hombre apretaba sus manos tratando de contener su coraje; sin embargo, su gruesa voz se dejó escuchar denotando que su malestar iba en aumento.

—Candice Granchester, deja de comportarte como una niñita berrinchuda. Dije que nos vamos en este momento y eso es lo que haremos..

—¿Y si no quiero? ¿piensas castigarme como la niñita que dices que soy? ¿Tal vez me darás unas nalgadas por mi supuesto mal comportamiento? ¡No te creas mi dueño, Terrence Granchester!

—Te dejo en claro algo, Candice. No soy tu dueño, pero ese anillo que llevas en tu dedo dice que eres mi esposa y como tal debes comportarte. Si tu deseo es que te castigue con unas cuantas nalgadas, créeme que estoy más que dispuesto a complacerte.

—¡No te atreverías! Además, dudo mucho que la gran estrella del espectáculo quiera brindar un show de tamaña magnitud aquí mismo en esta cafetería. Serías la comidilla de la prensa.

—¿Crees que eso me detendrá? ¿¡desde cuándo me importa lo que escriben de mí los periódicos amarillistas!? Si es que van a sacar una nota, que la saquen como debe de ser. O vienes conmigo por las buenas o soy capaz de cargarte sobre mis hombros y sacarte de aquí a las malas. Tú eliges.

–¡No serías capaz de semejante barbaridad!

–No me tientes, Candice

La mujer abría y cerraba su boca como si fuera un pez. El ceño fruncido de su esposo era el claro indicio que estaba dispuesto a cumplir su amenaza si es que ella no accedía a irse con él. Tratando de persuadirlo, le dijo.

–Pe... pero, Edward me trajo ¿Y dónde está Edward?

–Lo mandé en un carro de alquiler. Yo manejaré. Ahora decide, vienes conmigo por las buenas o por las malas.

La rubia se levantó molesta de su silla. No podía creer que su esposo le estuviera obligando a salir de aquel sitio. Subieron en el coche y emprendieron la ruta de regreso a casa en un silencio casi sepulcral. Mirando por la ventana el paisaje nocturno de Birmingham, el rostro de la mujer fue pasando del enojo a la tristeza. ¿Cómo habían llegado a semejante situación? —se preguntaba— Con el ánimo compungido, Candice fue recordando desde qué día la extraña situación con su esposo había empezado.

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