Seis| Nuestro plan

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Dejé mi auto en casa de los Sano

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Dejé mi auto en casa de los Sano. Los chicos abrieron la boca de la sorpresa al ver un Tesla estacionado en el patio. Recuerdo que Theo insistió en que lo comprara. A mi honestamente, no me interesaba. Mientras me sirviera para moverme dentro de Tokyo, estaba bien.

Me monté en la moto de Shin, detrás suyo. Se había dado una ducha y el olor de su perfume era envolvente, suave, varonil y exquisito. Estaba usando una camiseta negra lisa y unos jeans ajustados del mismo color, le sentaban fenomenal.

Shinichiro conducía a las afueras de la ciudad. Muy lejos de mi casa, nunca había venido por aquí. Habíamos dejado detrás los enormes edificios de Ginza, las grandes aglomeraciones de gente y el ruido de la ciudad. Pero seguíamos sin alejarnos de la costa. El sol comenzaba a esconderse, y luego de un rato, al fin se detuvo en un pequeño pueblo en mitad de la nada.

—¿Dónde estamos, Shin? —me atreví a preguntarle.

—¡Japón! —se burló, ganándose un pequeño empujoncito cariñoso de mi parte—. ¡Sigue siendo Tokyo, bruta! —rió—. Hay un pequeño local que vende los mejores takoyakis del planeta.

—¿Takoyakis?

—¡¿Nunca has comido Takoyakis?! —se sorprendió—. ¡Oficialmente, te despojo de tu nacionalidad japonesa!

—¡Me queda otra, no te preocupes! —le saqué la lengua—. ¡Pero ya tengo hambre, así que sorprendeme!

—¡Como diga la mujer de las diez mil nacionalidades! —se burló.

A medida que caminabamos pude escuchar música tradicional. Personas paseando mientras llevaban caramelos, niños jugando, y todos ellos venían o se dirigían a los alrededores de un templo. Habían luces adornando los árboles, lamparas en el sendero que llevaba a la construcción principal y comenzaba a ver pequeños puestos de juegos y comidas.

Shinichiro caminaba junto a mi, y admito que los tacones no eran una buena elección para caminar tanto. Pero no importaba, se sentía tan tranquilo transitar por ese lugar, con los sonidos de aves nocturnas a lo lejos, la música tranquila y sin el ruido del tráfico taponándote los oídos.

Personas que no conocía le saludaban como si fuera su más íntimo amigo. Estar en su compañía siempre era así, todos le hablaban, todos le saludaban. Él siempre respondía con una sonrisa.

Para mi fortuna —y la de mi estómago hambriento— pronto llegamos a uno de los puestos donde había un carrito, una mujer mayor preparaba pequeñas bolitas de masa rellenas de trozos de pulpo y se me hizo agua la boca. A su lado, encargándose de los pagos, una chica como de nuestra edad, la que al levantar la mirada y ver a Shinichiro sonrío ampliamente y se le lanzó a los brazos.

—¡Hace mucho tiempo que no te apareces por acá! —le dijo a modo de saludo, para luego voltear y avisar a la mujer que cocinaba de nuestra presencia—. ¡Mamá, mira quien cayó del cielo!

Lavender Haze; Shinichiro SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora