Cuadrado Amoroso

Capítulo 1: Una nueva vida en Seúl

Mi nombre es Stella Leon y esta es mi historia. Tengo dieciséis años y siempre me he considerado una persona alta, aunque tampoco es que mida metro ochenta, tengo el pelo largo castaño y los ojos azules. Una de mis mayores aficiones es el fútbol y fue gracias a él que conocí a las personas más importantes de mi vida.

Domingo, 4 de septiembre

Mi familia y yo llegamos a la capital de Corea a media mañana, nos hemos mudado desde Italia por el trabajo de mi padre, y aunque no deja de ser una ciudad más, siento que es muy diferente al barrio donde vivíamos en Roma. Cada instituto por el que pasamos tiene su emblema grabado en la fachada y el estilo de la arquitectura se aleja mucho de lo tradicional histórico de Roma, los edificios son más altos y modernos, pero las zonas residenciales siguen una línea más tradicional oriental que me encanta.

¿Cuál de todos será mi instituto? ¿Y nuestra casa?

Nos adentramos en un área residencial con casas de fachada blanca y tejado azul oscuro, jardines pequeños y muros de piedra sin portones. Mi padre detiene el coche frente a una que luce el número dieciocho encima del buzón y nos mira con una sonrisa.

—Hemos llegado —anuncia, con un entusiasmo que mi hermano pequeño, Luca, no comparte en absoluto. Él es el que peor ha llevado todo esto de la mudanza y tener que separarse de sus amigos.

Me bajo del coche para ayudar a mis padres con el equipaje y mi padre va a abrir la puerta a toda prisa. Vendimos todos los muebles que teníamos en Italia, mi madre decía que no tenía sentido pagar una mudanza internacional por cuatro cosas, así que entrar en la casa y ver todas las cosas nuevas es una sensación agridulce. Casi parece que estemos de vacaciones y nada de esto sea nuestro.

—Hay dos habitaciones, además del dormitorio principal, ¿por qué no subes y escoges la que más te guste? —pregunta mi madre con una sonrisa y yo enseguida asiento. Me cuelgo la mochila del hombro y cargo la maleta escaleras arriba como puedo.

En realidad, entré en las dos habitaciones no más de dos segundos para ver si eran muy distintas de tamaño y me quedé con la que daba a la calle. No tiene nada fuera de lo normal, un armario blanco un poco más grande donde espero poder meter toda mi ropa, un escritorio de madera clara con una silla de ruedas, una estantería que está vacía, una cama grande con sábanas blancas y un edredón de pluma del mismo color con un estampado de rayas grises verticales, un par de mesillas de noche y un banco de ventana que, sin duda, será mi parte favorita de la habitación.

Según voy colocando todas mis cosas, el dormitorio empieza a parecer un poco más mío y cuando termino, casi parece que lleve viviendo aquí toda la vida. Al terminar con todo el ajetreo de la mudanza, comemos algo que mis padres han pedido a domicilio y me ducho para ponerme algo de ropa limpia. Me visto con una camiseta de manga corta blanca, un vaquero azul y unas zapatillas también blancas, meto la camiseta por dentro del pantalón y me pongo un cinturón negro para completar un poco mi atuendo.

Bajo al salón y aviso a mis padres de que voy a salir a ver un poco la zona antes de cenar, mi madre me da una copia de las llaves y me despido de mi hermano. Salgo de casa con los auriculares y un libro en mi bolso, llego a una zona con varias tiendas y cafeterías y paro en una a tomar algo mientras aprovecho para leer un rato. No es hasta que me doy cuenta de que está empezando a anochecer que pago mi bebida y me voy, paso un rato dando vueltas por donde creo que he venido y, al final, me acabo dando cuenta de que me he perdido. Estoy a punto de llamar a mi padre cuando alguien se acerca a mí.

—¿Necesitas ayuda? —dice y me llama la atención cómo evita el contacto físico. ¿Será para no ponerme incómoda? La verdad es que los italianos somos muy abiertos en ese sentido.