CAPITULO 39:

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Abrí nuevamente la boca, ante tanta opulencia. Esto no era un simple apartamento o casa. Era un castillo. Di una vuelta sobre mi misma, mirándolo todo. A mi izquierda había pasillos que daban a muchos cuartos, y una inmensa sala con cinco muebles en color gris. Una mesa de cristal en medio y tambien alfombra muy sobria. En una pared frente a la sala estaba un inmenso televisor pantalla plana, en ese momento apagado. Si miraba de frente, quedaba un balcón con vistas a todo Nueva York. Los rascacielos más bajos que nosotros. El mismo era tan amplio, que tenía la posibilidad de muebles para sentarse a desayunar o cenar en medio de las vistas. Unas cuantas plantitas en las esquinas. Las puertas eran todas en vidrio. Suelos de mármol, blancos y tan brillantes que si quería y llevaba vestido, se me vería la ropa interior. Por ultimo a mi derecha, quedaban otros cuartos, un comedor de seis puestos y la cocina gigante, como para hacer exquisitas preparaciones. Lo que anhelaras cocinar. Del techo colgaban lámparas de cristales. Andrew sonrió ante mi cara de asombro.

—A la izquierda hay tres dormitorios. El mío, el que puede ser el tuyo que es el segundo mejor del penthouse. Otro cuarto más, de una cama pequeña, y por ultimo otro cuarto, que hace las veces de mi oficina y biblioteca—lo miré incrédula—allí puedes encontrar el libro que desees, si te apetece leer.

—Me gusta leer.

—En un momento te la enseño—me señaló las otras partes—ya ves la sala principal, el comedor y la cocina. Detrás de la misma está el cuarto de lavado, donde están la lavadora, secadora y mesa de planchar. Tambien está ahí el ducto de desechos para no tener que bajar a los contenedores. Y en el mismo lado de la cocina están el resto de cuartos. Otra habitación de huéspedes, y un teatro.

— ¡¿Teatro?!—rió.

—Sí. Con sofás que se abren para ver películas en Netflix. Una pantalla gigante.

¿Qué era esta opulencia?

— ¿De verdad hay un teatro?—alzó los hombros

—Yo no lo uso mucho. Solo cuando viene mi hermana con su esposo y mi sobrina. A la pequeña Daisy le encanta que me siente a ver películas infantiles con ella—yo solté a reír.

— ¿Te ponen a ver frozen? ¿Al jefe elegante, dueño de una cadena de hoteles?

Me miró con mala cara, y yo me reí más.

—Sí. Y lo creas o no, es la favorita de los dos.

Sentí tanta ternura, que me provocó abrazarlo. Imaginando como sería con su sobrina. O más a fondo aun, con los niños. Si le gustarían o tendría en mente a futuro tener alguno.

—A que adivino algo—me observó con interés—que tu sobrina es Elsa y a ti, te toca hacer de Ana—cuando su rostro fue la personificación de la molestia, pero sin llegar a la rabia, no pude parar de reír.

—Camina. Te mostraré cual será tu cuarto, y después de que te instales podemos hacer de comer o pedir domicilio.

Aun riendo, lo seguí a los cuartos de la izquierda.

Era un mimado llorón. Porque decía que anhelaba ver a la Mónica autentica. Y cuando me mostraba ante él, tal cual era, no se aguantaba media.



Con una sonrisa, entornó la puerta y dejó que se instalara en su cuarto, mientras él iba por el teléfono para pedir algo a domicilio. Ya era tarde y ambos estaban cansados para pensar en cocinar. Y la cena estaría hecha más rápido si la traían, que si ellos mismos la preparaban.

Que aceptara el cuarto después de darle un recorrido por toda la casa, fue una odisea, y solo luego de mucho rogarle y convencerla con un beso, aceptó quedarse con él. Pues siempre creyéndose tan poca cosa, solo aceptaba lo inferior o más pequeño. Ni siquiera porque el cuarto quedara a dos pasos del suyo y temiera su cercanía. Era porque opinaba que siendo solo empleada, debería estar en el más pequeño junto a la cocina. Pero ahora había claudicado, y a él le parecía lo mejor. No solo por tenerla cerca, sino porque se merecía algo tan hermoso, cómodo y elegante como lo era ella. Merecía esa habitación de paredes color pastel, cama grande, incluso más que en la que ella durmiera en el hotel de Los Ángeles. Balcón propio con vistas más allá a Central Park y con televisor. Ella se merecía descansar en ese cuarto que tambien contaba con un precioso baño de ducha y bañera, espejos de toda la pared y con techo transparente por donde entraba la luz del sol de día, y la luna y estrellas de noche. Ya era hora de que se diera la buena vida, de que fuera feliz.

SUITE 405 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora