16: Acoplar

35 6 324
                                    

La mezcla de oscuridad y frío otorgaba mayor fuerza a sus sentidos. Saltar del techo de un edificio a otro no representaba ningún reto por más altos que fueran y tampoco temía verse descubierta. Las células de su piel tenían la capacidad de absorber casi todas las radiaciones electromagnéticas con las que entraban en contacto, al punto de adoptar una tonalidad tan negra como la noche en sentido literal. Dicha característica incluso le permitía opacar su largo cabello platinado lo suficiente para alcanzar un nivel de camuflaje cercano a la invisibilidad. A pesar de todo, su organismo no podía catalogarse como perfecto: su temperatura corporal aumentaba de forma gradual debido a la energía absorbida sin cesar, de modo que dependía de la frigidez nocturna para no terminar colapsando por sobrecalentamiento.

Sin lugar a dudas, la bestia de ojos amarillos se sentía muy a gusto durante las noches cerradas y gélidas como aquella. En cualquier otro caso, habría aprovechado de tan agradable ambiente para dedicarse de lleno a la cacería, pero había decidido invertir esas valiosas horas en otra cuestión de similar importancia. En esos precisos instantes se hallaba siguiendo un rastro de olor que la atraía de manera inconsciente, causando que pequeños brotes de recuerdos difusos se presentaran en su mente sin orden ni concierto.

¿Cuándo y dónde antes había olido aquello?

Podía llegar a una respuesta inmediata: varias noches atrás, durante una cacería fallida. Una criatura de similar naturaleza a la suya, pero de apariencia humana, le había plantado cara sin mostrar temor ante su clara diferencia de fuerzas. En efecto, el mencionado aroma solo podía pertenecerle a esa joven rubia, aunque la cuestión resultaba ser más profunda. Al fin y al cabo, su debilitado subconsciente parecía decirle que ya había percibido aquella misma esencia en el pasado, mucho tiempo atrás.

A pesar de que había logrado acaparar la totalidad de su atención, el necrólito no se había atrevido a entablar un segundo contacto directo con la susodicha. Incluso si confiaba plenamente en sus capacidades, prefería actuar con absoluta cautela, en especial porque su objetivo de interés rara vez andaba en solitario. Casi siempre se hallaba acompañada de un individuo que exudaba un hedor mágico insoportable, cuya aptitud de combate todavía no estaba del todo clara.

En consecuencia, había tenido que luchar contra su apetito voraz con tal de mantener un perfil bajo durante las últimas noches. Su instinto le dictaba que la acción más sensata era dedicarse a cazar la mayor cantidad de presas para fortalecerse ante un inminente combate, pero su curiosidad resultaba ser más poderosa. Estaba decidido continuar al acecho hasta descubrir la razón de todos aquellos retazos de recuerdos que lo asediaban sin cesar, aunque su escasa racionalidad le impedía determinar qué haría luego.

En eso, se detuvo al detectar un nuevo efluvio de naturaleza desconocida que asaltó de improviso su sentido del olfato. Dado que se encontraba en la cima de un alto edificio, se apresuró a subir al muro que delimitaba el borde del techo para atisbar la inmensidad de la ciudad que se extendía bajo sus pies. Sus ojos amarillentos, a pesar de su incomparable rango de visión, no le permitieron distinguir nada sospechoso entre los seres humanos y vehículos que pululaban por la calles, mas aquel hedor punzante seguía formando parte del ambiente.

Por precaución, decidió neutralizar sus propias glándulas sudoríparas por completo. Tal medida incrementaba el nocivo efecto térmico que sufría al desprenderse de su único mecanismo de refrigeración natural, pero consideró que resultaba un precio justo a pagar. Si bien era incapaz de identificar a plenitud el olor que había percibido, podía determinar sin temor a equivocarse que implicaba claras intenciones hostiles. Incluso si eran simples paranoias instintivas, prefería ser indetectable hasta tener la seguridad de que podría lidiar con sus potenciales adversarios.

Prosiguió su camino sin más demora, aunque el hedor hostil le dificultaba la tarea de rastrear el aroma de la chica a la que buscaba. Por fortuna, fue capaz de seguir el rastro de su objetivo hasta llegar a su punto de origen: una amplia casa de apariencia elegante que no se destacaba de las circundantes. Sin lugar a dudas, concluyó el necrólito tras olisquear durante varios segundos, había llegado a su destino, por lo que se apresuró a cruzar el murillo que delimitaba el jardín exterior para asomarse con sutileza a una ventana que daba a la sala.

NecrópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora