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Cuatro conejitos con cuerpos esqueléticos jugaban al póker en una mesa, el lugar estaba rodeado de ataúdes e iluminado de azul, al parecer era el limbo donde se encontraban.
El tiempo no parecía afectar en algo, reían y platicaban, pues aún no era turno para su trabajo.
Hasta que escucharon ese timbre.- Alguien nuevo llegó, muchachos -
- Quién sabe quien sea, muchas personas han llegado últimamente -
- Los vivos son tan extraños, mueren para venir aquí - se levantaron y caminaron por pasillos fríos, todos eran esos cajones en los que nosotros los vivos vamos a terminar algún día.
Caminaban hasta que encontraron el nuevo ataúd, al cual debían cargar.
Era pequeño, como de 1.50 metros, por lo que era de un niño. Estaba hecho con madera de ébano, un ángel estaba tallado en ella, debió haber estado relacionado con la madera o carpintería.
Los conejos lo levantaron, para comenzar a cantar, simulando un cortejo fúnebre.
Uno de ellos escuchó llantos dentro del cajón. Decidieron bajarlo justo llegando a su sala de reunión, donde jugaban.- Los ataúdes no suelen llorar -
- ¡El que llora es quien está dentro, tonto! - uno de ellos brincó para abrir un poco la caja y ver quién lloraba.
- Es un pequeño - el niño era pequeño, de unos 10 años recién cumplidos, su piel estaba pálida y sonrojada naturalmente. Su cabello era un poco largo y color castaño muy oscuro dándole a negro, tenía muy ligeras pecas por su carita llena de lágrimas. Sus ojos eran cafés y de mirada cansada.
- ¿Dónde está mi papá? - dijo el niño que asustado notó al conejo.
- Ven niño, no hay de que preocuparse por eso - abrió el contenedor, el pequeño miró a su alrededor, todo era en tonos azules, le asustaba que el lugar estuviese posiblemente lleno de muertos.
Solamente recordaba mirar aquella figura tallada en madera de Cristo, hecha por su padre, para luego ver un resplandor que lo cegó y sentir su piel arder y desintegrarse. Era el dolor más insoportable que alguien podría imaginarse. A pesar de morir en cuestión de segundos, para alguien duraría bastante tiempo el morir quemado y hacerse cenizas o restos carbonizados en pocos casos.Los conejos se miraron entre sí, no era muy común que alguien despertara en el limbo o más allá, pues sus almas estaban en su determinado lugar, por lo que ese niño no descansaba.
Carlo miró sus zapatos, tallados en madera por su padre. Hizo lo que cualquier niño de su edad haría, empezó a llorar ruidosamente del miedo, la confusión y desesperación. Los roedores brincaron hacia el con curiosidad.
- Hey, no hay razones para sentirte mal - tomaban la espalda de Carlo.
- ¡Quiero a mi papito! ¡¿Dónde estoy?! - hablaba con la voz desconsolada.
- Mira, pequeño. Acabas de morir, lamentablemente llegó tu momento, la jefa es quien controla el tiempo -
- ¿La...jefa?... - preguntó con más dudas que respuestas.
- Tenemos que ir a verla, por algo este niño no descansa - todos los conejos asintieron y llevaron a Carlo a una gran puerta.
Al abrirse, pasaron los 5, Carlo no quiso, por lo que con calma, uno de ellos lo jaló sin ser violento. Ahí la puerta se cerró y todo quedó oscuro.
Unos ojos brillantes se encendieron.- Ya veo que pasa... - dijo una voz femenina.
- Jefa, este chamaquito despertó y no ha dejado de llorar -
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La balada de Carlo // Pinocho
Fanfiction"Entonces, Dios, ¿dime porque? ¿Es así como muero? ¿Porqué me dejaste en total soledad?" El pobre niño recién fallecido se preguntaba el porqué Dios había sido tan cruel al dejarlo morir de ese modo. Su alma en el limbo solamente podía lamentarse...