-La comida era bastante horrible, ¿no?
Al caer la noche, Eric entró al vestíbulo de la Piscifactoría seguido del resto. El grupo era ruidoso y risueño, sin duda feliz por haber acabado las horas de ritual en las que era obligatorio estar sentado, prestar atención y aplaudir cortésmente.
-No estaba tan mal -replicó uno de los otros-, ¡pero había poca! Yo sigo con hambre.
Clara estaba sentada en el mostrador de recepción.
-Ya es casi la hora de cenar -les dijo-. ¿Qué tal la Ceremonia?
-Bien -contestó alguien-. Han acabado con los Onces, así que para mañana por la mañana queda solo la Ceremonia de los Doce.
-Entonces se hará más llevadero, no habrá niños dando lata ni sufriendo pataletas -dijo Clara, riéndose.
-No -repuso Edith-, no habrá sorpresas.
-Salvo, quizá, para Dimitri -terció Eric.
-¿Dimitri?
Todos soltaron risitas.
-Estaba convencido de que le iban a asignar una cónyuge. Ha estado todo el rato sentado en el borde de su butaca, pero no le han nombrado.
-¡Vaya, pobre! Eso significa que tendrá que aguardar otro año -observó Clara.
-¡O más! -señaló Eric-. Hay gente que ha tenido que esperar años.
-Es por su bien -precisó Edith-, seguro que ahora no había nadie compatible con él.
Un joven cuyo nombre Clara ignoraba había estado escuchándolos.
-Dimitri solicitó una cónyuge porque quiere una casa, nada más; está harto de vivir aquí -dijo, y al ver al aludido cruzar la puerta de entrada, se volvió para mirarlo y añadió-: ¿A que sí, Dimitri? ¿A que estás harto de vivir aquí?
El director aplastó el programa que llevaba hasta hacer una bola de papel y se la arrojó al joven.
-¡Estoy harto de vivir contigo, listillo! -Dimitri esbozó una sonrisa y recogió el papel para echarlo a la papelera.
Todos colgaron sus chaquetones en la hilera de perchas situadas junto a la entrada.
-¿Hay alguna novedad por aquí, Clara? -preguntó alguien.
Ella asintió:
-Un par de tripulantes han desembarcado para dar un paseo. Los he visto recorrer a buen paso el sendero de la ribera.
-Qué raros son esos tipos -comentó Eric-. No se hablan con nadie.
-Lo mismo va contra sus normas -sugirió Clara.
-Lo mismo. Es muy probable que Masallá tenga unas normas completamente distintas.
-Puede que hablar con ellos contravenga nuestras normas. ¿Lo ha comprobado alguien? -inquirió Edith.
Todos gruñeron y casi todos miraron el gran monitor del mostrador de recepción.
En ese momento a Clara se le ocurrió que si consultaba las normas, descubriría si podía o no solicitar un cónyuge. Pero ¿tanto le importaba, en realidad? ¿Lo suficiente como para leerse el largo y pesado índice y acabar quizá encontrando su respuesta en un subpárrafo o una nota a pie de página? «Creo que no», se dijo.
El áspero ruido del timbre los convocó a la cena. Clara se levantó para ponerse en la fila. Desde una ventana del pasillo, vio que otros dos tripulantes del barco descansaban en cubierta. Los dos jóvenes se habían sentado juntos, con la espalda apoyada en un contenedor sellado. Ambos sostenían un pequeño cilindro blanco en la boca; daba la impresión de que primero aspiraban humo del mismo y después lanzaban el mismo al aire. Parecía tratarse de un extraña costumbre desconocida para Clara, por lo que se preguntó cuál sería su propósito. Quizá se tratara de algún inhalador medicinal...