Deja que caiga la noche (PARTE 3/4)

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Cuando Ismael desaparece de su vista, Pedro se da la vuelta y se dirige a su camerino a paso apresurado aunque sabe que no se va a zafar tan fácilmente de la conversación.

—Pedro, ¡Pedro, espérate!

Por supuesto que Jorge lo sigue hasta allí. Lo manotea del brazo y lo hace darse vuelta y mirarlo a los ojos.

—Pedro, por favor, déjame explicarte.

—No tiene nada que explicarme, Jorge, —Pedro le dice con voz cansada, se gira y entra a la habitación— no se preocupe que ya todo está olvidado. Ahora si me disculpa, de veras que me quiero quitar toda esta ropa.

Pedro trata de cerrar la puerta pero Jorge planta su bota en medio y se escabulle dentro, cerrandola tras de él.

—Pedro, por favor. Escúchame. Es un malentendido.

A Pedro se le está acabando la paciencia. ¿Por qué no pueden simplemente hacer como si nada hubiera sucedido? ¿Dejarlo en el pasado?

Suelta un suspiro cansado y se quita la chamarra y la arroja al sofá. Un sofá muy parecido al que Jorge tiene en su propio camerino, aquél en el que Pedro se acostó luego de dejar que el placer recorreriera su cuerpo, de que las manos de Jorge recorrieran su cuerpo por encima y por debajo de su ropa, de que los labios de Jorge recorrieran su cuello y su boca.

Pedro le da la espalda y esconde su rostro en sus manos.

¿Por qué lo dejó entrar?

—Entiéndeme, Pedro. No fue mi intención ofenderte. No pensé que... —Jorge da un paso hacia él— ...no pensé que te ibas a poner así, hombre.

Y por alguna razón Pedro suelta una risa.

No le causa risa. No le ve el chiste.

Ríe nomás por no ponerse a llorar otra vez.

—¿Y quién le dice que yo estoy así por usted? —pregunta Pedro, y siente que Jorge se le vuelve a acercar por atrás.

—Mírame a los ojos y dímelo, —murmura Jorge en su oído— dímelo y si de verdad así lo sientes, pues todo queda olvidado. Te lo prometo.

Pedro siente su aliento caliente sobre la nuca, la voz de Jorge calma y contenida y contrastando cada vez más con la suya, temblorosa y quebrada. Ni siquiera le puede responder.

Otra vez no le salen las palabras, no le pasan por la garganta. Traga pero el nudo no desaparece así que nada más sacude la cabeza.

—Pedro... ¿es por mi?

Ahora Jorge suena apenado.

Le pone las manos sobre los brazos a Pedro pero no lo da vuelta hacia él. Tiene la gentileza de no obligarlo a hacerlo, y a Pedro nuevamente se le retuerce el corazón dentro, confundido.

—Dímelo, si te hice llorar. Dímelo para disculparme contigo, me arrodillo, hago lo que me pidas, Pedro, pero por lo que más quieras... mírame.

Pedro sacude la cabeza y no lo puede evitar, se pasa una mano por las mejillas para secar las lágrimas que han comenzado a caer de nuevo de sus ojos rojos aunque con tanto ímpetu haya tratado de evitarlo. Es que no sabe ni por qué llora realmente, para ser sincero. ¿Por la incertidumbre? ¿Porque el tiempo no se puede volver atrás para evitar esta metida de pata monumental?

Escucha que Jorge suelta un suspiro resignado detrás de él y ahora sí, trata de darlo vuelta pero él se resiste.

Pedro se zafa de su agarre y se aleja aún dándole la espalda.

—Tengo que cambiarme, —le dice al mayor con la voz ahogada pero firme, limpiándose la nariz con la manga de la camisa, esperando que Jorge se rinda y se marche.

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