El ritual de las cebollas

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        Aquella mañana a primera hora, el frío era glaciar. Svetlana trataba de combatirlo sirviéndose del calor humano del resto de personas que estaban siendo trasladadas en aquel desvencijado vagón. Tras un largo viaje desde su Ucrania natal en condiciones infrahumanas, tenía las extremidades del cuerpo entumecidas. Viajaban en silencio y procuraban mirar al suelo para evitar desmoralizarse debido a los rostros atemorizados de sus compañeras. Si en algún momento alguna de ellas trataba de iniciar una conversación casual, al momento era reprimida de un fuerte grito por parte de alguno de aquellos imponentes guardias alemanes.

        Durante el viaje, Svetlana trató de pensar qué podía hacer para poder reunirse de nuevo con su marido, el cual fue separado de ella a la salida de Kiev. Se oían rumores de que los campos de trabajo estaban divididos por sexos y lo más probable era que no le volviese a ver a menos que consiguiese salir de su sector o lograse un puesto de trabajo que le diese acceso al campo masculino. Algo altamente improbable. Sabía cómo eran los alemanes, y aunque se trataba de una mujer sana y fuerte, casi con toda seguridad le esperarían trabajos penosos y extenuantes. Estaría más cerca de la muerte por cansancio o enfermedad que de poder volver a ver a su marido. No obstante, quería albergar un mínimo de esperanza para no desmoralizarse.

       Cuando el tren comenzó a aminorar la velocidad, los pasajeros intentaron apretujarse para ver algo a través de los estrechos renglones que permitían visualizar el exterior y gracias a los cuales se renovaba escasamente el oxígeno que respiraban. Svetalana pudo distinguir frondosos bosques de árboles por los cuales atravesaba la vía del tren. Comenzaron a verse algunas torres de vigía y la presencia de guardias alemanes por los alrededores que le hicieron sentir un escalofrío. Finalmente, la zona boscosa se abrió y llegaron lentamente a una gran explanada donde el tren finalmente se detuvo. El terror se apoderó de las viajeras, que temblaban de frío y miedo.

       Los guardias del vagón se mantenían impasibles, como durante todo el viaje. Finalmente, la puerta del vagón se abrió desde fuera. Allí, uno de ellos dijo unas palabras en alemán que Svetlana no logró entender y a continuación aquellos hombres descendieron del vagón ordenadamente. Todos, salvo el último de los guardias que en cuanto quedó solo junto a ellas vociferó algo en su lengua que, acompañado de sus bruscos gestos, daba a entender que les ordenaba bajar del vagón.

       El grupo de pasajeras se puso en marcha. Svetlana había calculado que en aquél vagón viajaron aproximadamente cincuenta mujeres, cuando no más de veinte podían hacerlo en condiciones. El tren estaba conformado por unos diez vagones, por lo que un cálculo somero le llevaba a deducir que podrían ser unas quinientas reclusas. ¿Para qué necesitarían tanta gente?, pensó. Eso sin contar con los hombres que eran trasladados por otra parte.

       Una vez abajo, el aire helado le cortó la cara y dejó de sentir el abrigo de sus compañeras. Estaban apelotonadas en la entrada del vagón, y frente a ellas en una hilera que las rodeaba, les observaban los guardias con el fusil en la mano. No parecía haber posibilidad alguna de escapatoria y en caso de que la hubiese, tampoco tendrían donde ir. No tenían nada más que sus ropajes. Al poco tiempo, pese a que Svetlana lo vivió como una eternidad, apareció un coche que paró allí. Del asiento de copiloto bajó lo que pareció ser un oficial, debido a su indumentaria e insignias. De la parte trasera, salió un hombre menudo con gafas y vestido con ropa civil, que llevaba en la mano un maletín.

       Los guardias les hicieron formar una fila a base de empujones. A pocos metros de ella, vio cómo una mujer respondió al empujón del guardia con un manotazo. Éste, encolerizado, le golpeó la cabeza con la culata del fusil haciéndole caer al suelo. Acto seguido, la puso de nuevo en pie con un brusco tirón del brazo. La mujer optó por quedarse en silencio y mirar al frente, por temor a más represalias. Por encima de la ceja de su ojo derecho, comenzaba a manar un hilo de sangre que se deslizaba hacia abajo camino al pómulo.

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⏰ Última actualización: Feb 05, 2023 ⏰

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